“La igualdad de derechos ante la ley no será negada o coartada por los Estados Unidos ni por ningún Estado por razón de sexo” decía el artículo 1 de la Enmienda de la Igualdad de derechos (ERA, por sus siglas en inglés) que se implementaría a su Constitución, y que estaba por ser aprobada en 1972. Dicha enmienda garantizaba la igualdad entre hombres y mujeres y terminaba también sus distinciones legales en asuntos de empleo, propiedad, divorcio y otras áreas. Una nueva era estaba por comenzar, por lo que cualquiera creería que todas las mujeres apoyarían ese cambio fundamental. Pero, entonces, alguien empezó una campaña por todo el país para que más gente se integrara a su causa: esa enmienda igualitaria no podía aprobarse porque, a su parecer, debilitaría a la “familia tradicional americana”, cuyo ejemplo más clásico, por supuesto, era ella misma. Cualquiera puede preguntarse, casi 50 años después y viviendo la realidad actual, ¿cómo es posible que alguien se opusiera a eso? Es más, ¿cómo es posible que una mujer se opusiera a la igualdad de derechos? Pero sucedió. Y esa fue solo una de las razones por las que se dijo de ella que era “demasiado conservadora hasta para los ultraconservadores”.
Para 1972, el año en que se hizo realmente famosa gracias a su campaña contra la ERA, tenía ya 48 años, 6 hijos, un feliz matrimonio de más de dos décadas, un título de abogada y un libro superventas: “Una opción, no un eco” (publicado en 1964), que llegó a ubicarla como una importante voz del conservadurismo norteamericano al impulsar la carrera a la presidencia del país del candidato republicano Barry Goldwater, destacado representante de esa vertiente tan social como política –de hecho, su apodo era “Mr. Conservador”-, belicista, anticomunista, opositor a la ley de Derechos Civiles de 1964 y respaldado por el Ku Klux Klan. Aunque Goldwater perdió las elecciones frente a Lyndon B. Johnson, las posturas de ambos abonaron el camino para la llegada años después de un personaje como Ronald Reagan, quien se haría gran amigo de la autora.
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Hubo un momento de la historia de Estados Unidos en que la sola pronunciación de su nombre abría biblias, encendía fanatismos e iniciaba conversaciones reaccionarias plagadas de prejuicios y temores infundados, aunque para quienes la apoyaban, su sencilla presencia representaba el poder de la “familia tradicional norteamericana” que ellos anhelaban. Ese era el juego que Phyllis Schlafly quiso jugar siempre, como una equilibrista sostenida sobre paradojas: ¿Cómo luchar contra los derechos que exigen mis congéneres, si son los mismos que yo aprovecho para promoverme? ¿Cómo negar el machismo que ellas combaten y que yo misma enfrento para poder sobresalir? La dualidad, la polémica, su aspecto social, político y familiar son revisados por “Mrs. América”, la serie producida por Hulu y protagonizada por Cate Blanchett que se estrenó recientemente y que pinta, de cuerpo y mente enteros, a una persona cuyo rancio discurso, lamentablemente, aún tiene oídos que le presten atención. Nunca subestimemos a un país que, más de 40 años después de estos hechos, hizo presidente a Donald Trump. De hecho, en sus últimos años, Schlafly lo respaldó con esta frase: “Ninguna mujer está preparada para ser presidenta.”
MASCULINO, FEMENINO
“Fantasías feministas”, “¿Quién mató a la familia americana?”, “El poder de la mujer cristiana” o “La otra cara del feminismo: Qué conocen las mujeres conservadoras - y los hombres no pueden decir” son otros de los títulos de libros que escribió Shlafly, quien sedujo a los principales líderes republicanos, para quienes al principio fue una aliada, luego una estrategia y, finalmente, una estratega de sus propios objetivos, puestos ya en la agenda nacional.
Si bien muchos de estos ideales son coincidentes con las visiones ultraconservadoras de siempre, la consolidación de Phyllis Shlafly como figura pública –o, probablemente, como consecuencia de esto mismo-, les dio vigencia en una América agitada por progresistas que, con razón, buscaba liberarse de ellas: la visión romántica y sin mácula de la “familia americana tradicional”; su completo rechazo al feminismo o a cualquier otra doctrina que las saque de su aparente comodidad o les quite “privilegios” como adornos o complementos de sus esposos; su repudio al aborto, al matrimonio gay, a la educación sexual en las escuelas, a la sola posibilidad de existencia de una mujer liberada y que decida por sí misma su destino. Para una ultraconservadora como ella, el lugar idóneo para una mujer estaba en su casa, cerca de la cocina y cuidando a sus hijos, siempre. Eso, por supuesto, aunque ella misma no lo haya cumplido. Simplemente, se negaba a permitir que el mundo en el que vivía evolucione.
Tras la publicación de “Una opción, no un eco” (1964) y los 3 millones de ejemplares que vendió, Shlafly se convirtió probablemente en la voz femenina más importante dentro del Partido Republicano que no era parlamentaria. Esto exigió que se ausente muchas veces de aquel hogar que decía ser prioridad en su vida y su propia cuñada, Eleanor, soltera y sin hijos, junto a su nana, tuvo que ayudarla en la crianza y educación de sus 6 retoños, mientras ella se reunía con políticos, organizaciones y lobbies, haciendo gigante un ego ya innatamente hiperbólico. Fue miembro de Hijas de la Revolución Estadounidense, asociación exclusivamente femenina que se basa en la línea genealógica para aceptar a sus miembros: solo es posible si puedes demostrar ser descendiente de alguien que haya participado directamente en la independencia del país. Su lema es “Dios, hogar y patria”. En 1972, formó la Eagle Fórum, una entidad que defiende todo su particular abanico de posturas “provida” y antigay.
Años antes, había demostrado su interés en el campo de la defensa nacional, con posiciones muy críticas hacia el acuerdo de armas entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en plena Guerra Fría. Su ferviente perspectiva anticomunista la llevó a decir que el control de armas "no detendrá a la agresión roja igual como el desarmar a nuestras policías locales no detendrá los asesinatos, hurtos y violaciones”. Pronto fue considerada como “primera dama del movimiento conservador”.
Pero ¿cómo se convirtió en líder mediática? Haciendo lo mismo que hacen aún hoy muchos como ella: distorsionando la realidad, exagerando, desinformando, dándole realce a bulos –hoy “fake news”- sobre los temas que a ella le interesaban y que la beneficiaban directamente. En su speech contra la ERA –ampliamente difundido entre las amas de casa gracias a su panfleto The Phyllis Schlafly Report- dijo que su aprobación ocasionaría que recluten a las mujeres para Vietnam, que pretendía destruir la familia, que perderían sus pensiones al divorciarse o que las feministas –muchas de ellas universitarias- despreciaban a las amas de casa.
Todo, por supuesto, era mentira. ¿Por qué hacerlo? ¿Para qué? Descúbranlo al ver la serie. Gracias a ella conocerán personajes femeninos maravillosos, cuya labor seguramente serán motivados a buscar, porque el de ellas fue un trabajo trascendental y aun necesario. En medio de estos rostros que han pasado a la historia, la villana es Phyllis Schlafly. Y Cate Blanchett, como la enorme actriz que es, le hace justicia al personaje, con una actuación que seguro merecerá algún importante premio. Sin embargo, el solo hecho de sentir que un personaje como el que encarna sigue vigente, explica que la lucha del feminismo también lo sea.
MRS. AMÉRICA
A Cate Blanchett la acompaña un gran elenco. Destacadas representantes del feminismo y defensoras de los derechos civiles, como Betty Feidman, Bella Abzug, Jill Ruckelshaus, Shirley Chisholm o Gloria Steinmen, son interpretadas por conocidos rostros como Tracy Ullman, Margo Martindale, Elizabeth Banks, Uzo Aduba o Rose Byrne. También aparecen otros nombres importantes, como Sarah Paulson o John Slattery.
Dahvi Waller, guionista de “Mad Men”, es la creadora de esta miniserie de 9 episodios que, además, cuenta con una impecable puesta en escena, vestuario y soundtrack que colocan al espectador justo ahí, en el agitado inicio de la década del 70.
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