Mi sillón era de un color rojo tan intenso como tu camiseta de Chapulín Colorado. Allí me sentaba para verte de lunes a viernes a las seis de la tarde, en canal 4. Allí esperaba que mis padres regresaran de trabajar en aquel verano de 1986. Hasta que una tarde recuerdo que no quise salir a saludarlos. Era un niño de seis años que tenía su orgullo. Mis hermanos mayores lo habían hecho otra vez. Dejaron el televisor prendido cuando toda la vecindad te decía ratero, ratero y ratero. Yo estaba llorando y no quería que nadie, pero nadie, me viera.
Te confieso que me tapé el rostro para no ser muy evidente. Fingí que dormía para no dar explicaciones a nadie sobre mis lágrimas en solidaridad contigo, Chavo querido. ¡Porque eras inocente! “Se está haciendo el dormido para que no lo veamos llorar”, dijo mamá con voz baja. “¿Y por qué está llorando?”, preguntó sin hacer aspaviento mi casi siempre distraído padre. “Le da pena el Chavito”, fue lo único que alcancé a escuchar para después dejar que me lleven en brazos a mi cuarto.
“Quiero ser periodista para conocer a Maradona y entrevistar a Chespirito”. Lo dije una madrugada de diciembre, en 1999, en una de esas charlas para bohemios sobrevivientes que casi siempre terminan en desayuno comunitario. Para estar cerca de Diegote, en mayo del 2006, tuve que disfrazarme de fotógrafo y compartir, gracias Dios, la misma cancha sintética del estadio Nacional. Contigo, Chespirito solo se me ocurre decirle a tu agente de prensa que soy uno de esos “cronistas de fútbol” que tanto parodiaste en tus guiones y que quiero sentarme a tu lado para preguntarte por los goles de Enrique Borja o las atajadas del ‘Gato’ Marín. También me gustaría decirte que yo “le voy al Necaxa” y que alguna vez jugué de “medio”. ¿Medio qué? Pues de medio “menso”. Quiero que hablemos del ‘Chanfle’, del ‘Cuate’ Calderón, de Cuéllar. Quiero un solo pretexto para que aceptes tomarte una ‘tacita de café” o unas “aguas frescas” conmigo. Pero eso nunca pasará.
Grabé todas tus apariciones en televisión cuando llegaste a Lima en el 2008. Compré mi entrada para verte en segunda fila en el día del estreno de “11 y 12”. Estuve cerca, muy cerca, pero no pude decirte nada. ¿Y si gritaba? En el teatro no se grita, se aplaude. No importa, busqué la manera de aunque sea darte las gracias por regalarnos lo que no se compra. Sé que no te gustaba dar entrevistas porque al final siempre te preguntaban lo mismo. “¿Cómo quieres que te recuerden?”. Yo no quería despedirte tan temprano. Era incapaz de hacerlo.
Aquí tengo anotadas algunas de mis preguntas imposibles que nunca te podré hacer. ¿Tu canción ‘Buenas noches, vecindad”, fue una despedida con mensaje directo para Quico y ‘Ron Damón’? ¿El Chavo del Ocho tendría un nombre tan común como el mío? ¿Recuerdas alguna última frase graciosa de Ramón Valdez antes de que nos deje? ¿Te enamoraste de Florinda Meza vestido del Chavo o disfrazado de Chapulín? ¿Por qué diablos te peleaste con Quico? ¿Por qué nos hicieron eso, Chavo… Chavito?
Pensaba preguntarte, también, por los detalles de ese primer capítulo cuando aún llorabas de manera extraña y cuando la Chilindrina vivía con su papá en el 14 (el departamento donde después se alojaron Quico y Doña Florinda). En mi libreta hay más inquietudes, una de ellas es sobre cuál es el verdadero último capítulo del Chavo del Ocho. ¿Acaso fue ese sketch de 1992 cuando ya todos salen algo desgastados en la escuelita? ¿O, al igual que yo, piensas que el verdadero final fue ese episodio en Acapulco en 1978? Porque, quizá te molestes si lees esto, para mí el Chavo del Ocho solo fue con Quico y Don Ramón en la vecindad. Después, a muchos solo nos quedó apagar el televisor (con mucho respeto).
Quise acercarme, Chavo. Fui tan torpe o absurdo como el Chapulín para intentarlo con esta carta. Pensar en un encuentro contigo fue como una de las locuras del gran Chaparrón Bonaparte. Estuve cerca, muy cerca, lo suficiente como para hacerte llegar esta epístola que se me chispoteó y decirte que, aunque no quisiste escribir el final de Chavo, todos sabemos que ese niño recorrió el mundo en esa última gira teatral para despedirse. Porque aún eres el Chavo aunque hoy hables como el Chómpiras y escuches peor que el doctor Chapatín. Porque eres joven aún y viejo nunca serás.