El momento fue crucial. En el escenario estaba Gianella Neyra. No había cumplido los 20 años y estaba frente al público que había ido a ver la obra “Nosotras que nos queremos tanto”, donde compartía escenario con actrices totalmente consolidadas como Ana María Jordán, Martha Figueroa e Ivonne Fraynssinet. Durante ese instante, frente al público, Neyra se dio cuenta de que lo que quería hacer era convertirse en actriz.
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25 años después, con varias novelas, obras de teatro, películas y programas diversos en su currículum, Neyra se toma un momento para ver hacia atrás y conversar sobre los caminos que recorrió, las lecciones aprendidas y los maestros que la guiaron.
¿Cómo han sido estos dos meses de cuarentena para ti?
Ha sido y es un tiempo de reinventar de seguir buscando nuevas maneras, de seguir comunicando las cosas que haces. Me he encontrado, por momentos, muy cansada porque han sido muchos desafíos al mismo tiempo. Soy madre, así que al trabajo le sumo los desafíos de los chicos con las clases virtuales. Al principio creía que tenía que volverme una profesora, pero ahora siento que me vuelto una guachimán que tiene que ver que hagan sus tareas.
¿Cómo cambió tu trabajo en “La Máscara”?
Cuando llegó la cuarentena habíamos grabado casi todos los programas porque siempre se pensó que fuera grabado para tener mayor control sobre la calidad del programa. Pero nos quedaron cinco programas pendientes y esos los alargamos todo lo que pudimos esperando que la coyuntura cambie. Pero llegó el momento en que debimos seguir avanzando y grabar manteniendo el distanciamiento necesario y con todas las medidas de salud que se requieren. Hemos tenido que ajustarnos. Al principio teníamos mucho miedo sobre cómo iba hacer el ajuste, pero se ha mantenido esa emoción y ese feeling en el programa. Los artistas que estaban en las máscaras aceptaron ir a grabar, cosa que no era fácil. Hemos quedado muy contentos con cada uno de los participantes y la respuesta de la gente al programa.
¿En qué momento defines que quieres ser actriz?
En la segunda novela que hice “Obsesión” dentro de las pocas herramientas actorales que tenía pude construir un personaje más alejado a mí, en estructura, en ritmos, en experiencia de vida y empecé a entender lo bonito y lo divertido y la aventura que podía ser ponerte en los zapatos de una persona que no tenía nada que ver contigo y mirar la vida como esa persona. Entendí lo mucho que podías comunicar con esa historia y lo mucho que puedes aprender también tú, como persona. Entonces me pareció un combo perfecto, era una retribución maravillosa y justo coincidió con la primera vez que hice teatro con Ana María Jordán, con Martha Figueroa y con Yvonne Frayssinet. Era una historia de cuatro hermanas y mi personaje, que era la menor, tenía un pequeño momento más dramático en medio de esta comedia. Y pararme en ese escenario, y decir ese texto y sentir cómo la gente de una carcajada pasaba a un silencio absoluto, mientras mi personaje hablaba, ufff, esa sensación de poder comunicar y cambiar por un segundo la realidad pareció alucinante. “Se acabó, esto es lo que quiero. Estoy súper retrasada porque no estudiado lo suficiente”, dije. Sentía que debía ponerme al día con esta carrera que me habían regalado y a la que no le estaba haciendo justicia a lo increíble que era. Allí cambió todo, tenía 18 o 19 años y le dije a mi mamá “lo siento, no voy a estudiar nada de lo que te había dicho. Voy a estudiar actuación y me voy a dedicar a esto”. Mi pobre madre casi se queda calva, fue una verdadera lucha convencerla de que esto era lo que amaba hacer. Además mis inicios fueron difíciles. Yo empecé a hacer teatro y sólo habían cuatro personas en el público y dos eran familiares. Esa era la realidad y hacías teatro frente a poco público porque sabías que era parte de tu vocación, porque lo amabas y porque entendía que era parte de un aprendizaje, mientras esperabas el momento en el que pudieras actuar para más personas.
Ya que mencionas “Obsesión”, tu personaje tiene un final muy diferente al que se podía esperar en ese tiempo para las novelas. No se queda con ninguno de los galanes y se va a estudiar lo que realmente quiere.
Sí, en esa época las novelas eran mucho más melodramáticas y a mí me pareció alucinante eso. Creo que Iguana Producciones con pequeñas cosas y poco a poco fue revolucionando la novela cotidiana a la que uno estaba acostumbrado. Los personajes femeninos eran de armas tomar, no eran víctimas, eran personajes que tomaban su destino en sus manos y hacían cosas y no estaban supeditadas al personaje masculino. Los personajes hacían cosas para salir de ese sufrimiento.
Decidiste que serías actriz y pensaste que debías recuperar el tiempo perdido. ¿Cómo lo hiciste?
Hasta ahora toda la gente que trabajó conmigo en esa época se burla de mí. Empecé a leer todos los libros de actuación, todas las obras, desde Shakespeare, porque mis padres nunca tuvieron nada que ver con el tema del arte. Yo nunca tuve algo que me ligara a eso y muchos me fastidian hasta ahora, me dicen que era súper estudiosa y que estaba con mi libro de “Hamlet”. La verdad es que no sabía por dónde empezar y comencé a generarme un bagaje cultural para tener referencias para crear mis cosas, empecé a ver más a mis compañeros con los que trabajaba para entender cómo resolvían una escena difícil o una escena dramática; analizaba cómo decían sus textos o cómo se expresaban o cómo trabajaban cada decena. Empecé a ver la filmografía de directores reconocidos y a leer a autores del teatro. Me fui a estudiar a Nueva York, porque, si bien aquí habían talleres, no había una escuela formal como la hay ahora en la Católica. Había el TUC, pero yo quería otra cosa, además quería la experiencia de vivir afuera. Luego, volví y empecé un taller con Alberto Ísola, fue un taller de casi un año y medio y ese fue mi primer intento de hacer un taller en el que trabaje realmente mi voz y mi cuerpo. Y hasta el día de hoy busco seguir llevando talleres que me saquen de mi zona de confort. Busco nuevas herramientas, porque el trabajo del artista se debe construir todos los días, nunca dejas de aprender, y nunca dejas de entrenar. Cuando tenía 20 años pensaba que no me iba a alcanzar el tiempo para aprender todo lo que necesitaba. Hoy estoy un poquito más pausada, gracias a Dios, no podría con toda esa pasión de los 20.
¿Qué personaje recuerdas con especial cariño?
Creo que si no hubiera hecho de Lucía, en “Girasoles para Lucía” no me hubiera ido Argentina y no hubiera trabajado en otros lugares. Fue un personaje que me permitió romper con mis propios límites alguna manera. Es un personaje al que le tengo especial cariño y también me permitió probar un lado de comedia que, hasta en ese momento, no se hacía. Ese fue un reto súper súper lindo.
Y fue una novela que se transmitía por el canal 11, que si bien no era una señal de antena caliente, tuvo mucha audiencia.
Claro, era Austral. “Girasoles” fue una cosa muy loca. Se hizo con muy poco presupuesto pero con mucho corazón. “Esta es una apuesta que tenemos, si no sale nos vamos a nuestra casa” nos decíamos. Pero era una buena historia y era un grupo humano increíble, desde los realizadores hasta los actores, y cuando consigues ese conjunto de cosas: un buen guión, un buen elenco y gente que crea en la historia, las cosas funcionan. Y al final la novela se fue a Venezuela y de allí a Miami para toda la comunidad hispana en Estados Unidos. Y la mandaron Argentina en una época en la que era muy difícil que entraran productos internacionales ese país, porque siempre ha sido un medio mucho más cerrado. De pronto, un año después de que la novela había terminado en Perú los actores coincidimos en entrevistas en Venezuela y no sabíamos qué estaba pasando.
Ya que mencionas el tema de la exposición ¿cómo lidias con el ego para no perderte por las nubes?
Ser madre es el mejor cable a tierra. A tus hijos no les importa qué hayas hecho, para ellos eres su mamá y eres suya y eso es suficiente chamba todos los días para no estar pensando en otras cosas. En mi caso, por lo menos, mis hijos me pusieron las cosas en perspectiva en dos segundos desde el momento en el que nacieron. Las prioridades se acomodan de inmediato y agradezco eso también, porque empiezas realmente a poner la energía donde es importante y no pensar en tantas zonceras, porque a veces uno piensa en el futuro, piensa en el qué dirán, piensa en montón de cosas que no son importantes y entonces tus hijos llegan y te acomodan la balanza rapidito.
Siempre que converso con amigos actores de mi generación agradecemos mucho haber empezado a trabajar en un momento en el que era tan difícil conseguir trabajo. Antes era muy difícil que las personas vayan a ver una obra de teatro, Y por eso ahora somos tremendamente agradecidos de estar en el lugar en el que estamos, porque sabemos que es muy difícil. Cada trabajo que me dan, no importa el tiempo que pase, para mí es un regalo al que le tienes que sacar la mugre y hacer lo mejor que puedas y disfrutarlo porque esta es una chamba en la que nunca sabes lo que va a pasar, no lo tienes ganado, no lo tienes asegurado. Y si amas la profesión, y es tu vocación, te tienes que sacar la mugre.
¿Qué cosas has sacrificado por tu vocación?
La primera novela con la que empecé, “Malicia”, hacía 40 puntos de rating. Y, de repente, pasé a no ser privada nunca más y en esa época, a mis 17 años, para mí fue un shock horrible. Por ejemplo, podía estar peleando mi con mi novio, como cualquier niña de 17 años, y te pones a llorar, porque crees que es lo peor que te puede pasar en la vida, y se te acerque una persona a pedirte un autógrafo. Eso me pasó de verdad. Y a esa edad no tienes ni las herramientas ni el entendimiento para poder procesarlo y esas cosas me parecían muy duras. Pensaba que debía dejar de lado parte de quién era. Como si tuviera que ocultar parte de quién era, porque había todo un grupo de gente que me estaba mirando. Luego, con el tiempo y con mucha terapia, te das cuenta de que no tienes que dejar nada, que es un trabajo y punto. Y agradeces que lo vean y agradeces el cariño. Pero no tiene nada que ver con la persona que tú eres en tu casa, con tus amigos, y que hay un lugar y un espacio para todo. Eso fue algo muy difícil de entender para mí, al menos hasta los 20 años.
¿Qué personas te han ayudado y marcado en tu carrera?
Ana María Jordán, Martha Figueroa e Ivonne Frayssinet fueron muy generosas conmigo. Además nos fuimos un año de giras en provincias y creo que con ellas aprendí muchísimo. Aprendí mucho del teatro, de su disciplina, de su mirada hacia la actuación. También aprendí mucho de la vida, de cómo ellas miraban la vida desde un lugar tan experimentado, con tantas vivencias. Sí, creo que fueron para mí unas maestras muy importantes para una época relevante de mi vida. Luego, también, obviamente Alberto Ísola. Para mí ha sido un gran maestro y eso tienen los grandes maestros, que no son solamente maestros de técnica, son maestros de vida, van más allá y siempre dicen algo que te hace ser mejor como persona, además de como actor. Y con Alberto he tenido miles de esos momentos.
¿Recuerdas un momento con Alberto Ísola que grafique eso?
De repente suena a una zoncera, pero para mí fue trascendental cuando empecé el taller con Alberto. Yo ya había actuado, había hecho novelas y para mí fue muy fuerte enfrentarme al hecho de tener que mostrarme durante los ejercicios y las asignaciones del taller frente de tanta gente. Me daba como el triple de vergüenza decir “esto es lo que soy” y creía que había como una especie de prejuicio o expectativa de lo que esperaban ver. Sentía una presión enorme de demostrar lo que tenía que hacer. Pensaba que no les iba a gustar directamente, que no iba a llegar a colmar las expectativas, entonces me generaba demasiada presión y no iba el día que tenía que presentar ejercicios, no iba, “me enfermaba”. Hasta que un día, llego a la clase y Alberto me dice “no viniste” y yo le digo “ay, Alberto, me sentí pésima, me dolía el estómago, no sabes” y entonces él se voltea, me mira y me dice “no te preocupes, no importa el día que vengas, cuando vengas, presentarás ejercicio”. Y para mí fue como que, claro, me leíste clarísimo. Fue como una llamada a despertarme. Tal vez para Alberto no fue gran cosa, pero a mí me cambió toda la manera en que yo me presento ahora. Ahora me atrevo y no pasa nada. Puede que esté bien o esté mal, pero no pasa nada, porque es parte del aprendizaje y ya está y lo sigues intentando y sigues jugando y lo más paja de los talleres o de cualquier investigación que estés haciendo es atreverte y jugar sin tener vergüenza ni límites nada. Todo sirve.
¿Te tocó experimentar algún tipo de prejuicio sobre los actores de televisión?
En el momento en que yo comencé sí había mucho. La gente de teatro no quería trabajar con gente que hacía televisión o que había empezado su carrera haciendo televisión. Sí, de alguna manera, creo que muchos hemos tenido que ir rompiendo prejuicios e ir demostrando, con tu trabajo, que sí amas lo que haces. Ha sido un camino, un proceso, que felizmente ya no es necesario. Porque hoy creo que los actores hacen todo, hacen televisión y hacen teatro y hacen musicales y hacen redes y hacen lo que tienen que hacer, porque les divierte, porque les da la gana. Y lo hacen sin tener miedo al qué dirán creo que eso es mucho más rico porque finalmente eres un comunicador y te gusta contar historias.
¿Cómo ves las iniciativas de muchos actores de hacer obras a través del streaming?
Necesitamos seguir comunicando, diciendo cosas y haciendo que a la gente le pasan cosas. Como en toda crisis, empiezan a aparecer maneras distintas de seguir creando y me parece chévere. Algunas quedarán y nos cambiarán a nosotros la idea que teníamos antes de la actuación o la dramaturgia y otras tal vez serán coyunturales y se perderán en el camino. Pero, sí, me parece interesante poder mirar esas nuevas propuestas que aparecen y me parecen válidas y me parece genial que las personas, más allá de cualquier crisis, se mantenga creativas, efectivas haciendo cosas. Eso nos mantiene sanos.
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