La madrugada del 5 de mayo ha fallecido Juan Carlos Ferrando. Si bien conocido por ser hijo del legendario animador de televisión Augusto Ferrando, el menor del clan Ferrando brilló por sus propias dotes. Estudió producción de cine y televisión en la BBC, trabajó llevó su carrera tanto en el interior como exterior del país y aprendió alemán, inglés y algo de francés.
Pero lo más destacable fue su trabajo para visibilizar y luchar por los derechos a la población homosexual de nuestro país, en épocas con actitudes aún menos progresistas que ahora. Juan Carlos Ferrando falleció aquejado de una diabetes que lo persiguió por décadas al costado de Alfredo Caballero Rayter, su pareja de casi toda la vida. Con su muerte se cierra el capítulo de los Ferrando, aunque este queda en nuestra memoria.
A continuación republicamos un perfil sobre Juan Carlos Ferrando publicado por El Comercio el 11 de noviembre del 2003.
MIRA: Falleció Juan Carlos Ferrando, el hijo menor de Augusto Ferrando
EL ÚLTIMO DE LOS FERRANDO
Juan Carlos ríe para no llorar. La voz alta y melosa que mataría a un diabético como él recuerda al Ferrando artista. El hijo menor graduado en producción de cine y televisión también es un drag de colores sobre el escenario. Fuera de él, viste de luto
A Juan Carlos Ferrando nadie lo descubrió. Al menos, hasta que su padre Augusto Ferrando se fue con Fokker y partió en 1999 por un cáncer a la vejiga. Antes se había estado preparando durante siete años viendo entrevistas a homosexuales para saber cómo responder cuando su padre muriera y la prensa se le tirara encima. El imponente e influyente Augusto no iba a estar para frenar los ataques.
El último de los Ferrando optó por desnudarse ante el público en un canal de televisión. Padre, madre, abuela y tía ya habían muerto. El respeto a los que más quería también. Pidió autorización a sus hermanos y a su pareja antes de hacerlo público. El periodista Beto Ortiz empezó la entrevista enseñándole un titular del diario Extra que decía: “Hijo de Ferrando tiene mariachi hace quince años”. ¿Te molestan estos titulares?, preguntó Ortiz. ¡Claro!, respondió el menor de los Ferrando, porque no son quince sino veinte. Y de inmediato sacó el escudo blanco de la risa, porque Juan Carlos si no sonríe, se muere de lágrimas saladas. Irónicamente es diabético, pero su sonrisa dulce y adictiva lo ha ayudado a vivir 52 años.
Para el último hijo vivo de Augusto Ferrando, estar frente a las pantallas siempre significó una tortura. Nunca quiso aceptar el segmento que su padre le ofrecía en “Trampolín a la Fama”. Las veces que fue protagonista le resultó terrible. A los 16 años grababa su postura y sus movimientos para corregirlos. No quería ser amanerado. No quería que lo señalaran y dijeran: “Allí está el hijo maricón de Ferrando”. Augusto, su padre, el zambo, el macho del pueblo, no podía tener un hijo gay.
Nunca le vieron enamorada y su familia callaba. Solo cuando reclamaba, su padre lo frenaba y sentenciaba: “Así como yo he perdonado tus errores, perdóname los míos”. Para Augusto siempre fue un error su opción sexual, pero nunca se avergonzó de él. Por eso, si a Juan Carlos le propusieran optar, quisiera ser heterosexual, tener hijos y nietos. No quiere quedarse solo. Ahora a los 52 años tiene los cachetes descolgados y anchos como su padre. Su calva brilla al igual que sus ojos. En las noches camina pausado con sus 110 kilos y una enfermedad que lo obliga a cojear.
En su casa-teatro los recuerdos de los Ferrando están enmarcados como si fueran pantallas de televisión prendidas en una pared oscura. Allí vive con Alfredo, su pareja desde hace 24 años. Pero ya no quiere aferrarse a nada. Dice que ha optado por no querer a nadie, pero no puede. El último Ferrando, a diferencia de la imagen que se tiene de su padre, es cariñoso, sensible y solidario. Ahora mismo está preparando su espectáculo de drags queens con el fin de recaudar fondos para un amigo con sida.
A Juan Carlos siempre le ha tocado despedir a los muertos.
EL FERRANDO CULTIVADO
El hijo menor del zambo criollo de la televisión no surgió de la improvisación, menos del vacilón de barrio. Habla alemán, inglés y entiende francés, idioma que asegura detestar. El engreído de los Ferrando se graduó en la BBC en producción de cine y televisión. Ha vivido en Suiza, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, México, Costa Rica y Colombia. El resto de países los ha conocido en los viajes familiares. Cuando don Augusto se enojaba con sus tres hijos (Chicho, Rubén y Juan Carlos), el fastidio solo le duraba dos días, al tercero resucitaba el padre consentidor para decirles: “Mañana nos vamos a Europa”. Ferrando sabía premiar dentro y fuera de la pantalla.
El único distanciamiento fue cuando se mudó a la pensión de Harold, un popular gay que alquilaba cuartos. Un año y medio pasó viviendo en esa comunidad, sin comunicarse con su padre y recibiendo dinero de su madre a escondidas. La reconciliación tuvo que ser en Costa Rica, mientras Juan Carlos trabajaba con su productora Interama. Su padre estaba histérico al saber que Alfredo, su pareja, había viajado para acompañarlo, pero él demostró que podía surgir en un país en donde nadie lo conocía. Al recibir el trofeo por mejor video clip del año comenzó la reconciliación. Augusto hacía escándalo en el público gritando: “Ese es mi hijo”. Le faltaba decir: “Yo lo descubrí” y “No nos ganan” para cerrar la ceremonia y reanudar la relación.
Actualmente, Juan Carlos prepara una película basada en un libreto de don Augusto. El escenario es la casa de Harold y él será la empleada que sueña con ser la dueña travesti. Pero solo en la ficción porque en la vida real ya es un drag queen.
ESCENARIO PARA UN DRAG
La primera vez que Juan Carlos se disfrazó de mujer tenía 5 años: era una española que zapateaba enérgicamente. Y tuvieron que pasar 17 años para que Augusto lo descubriera disfrazado de Georgia Brown mientras bailaba en flecos. Augusto salía para arrancarle la peluca y presentarlo: "Señoras y señores, mi hijo Juan Carlos". Terminó siendo portada de la revista Gente y la prensa nunca insinuó nada relacionado con su sexualidad, era parte de la peña Ferrando. Hoy es parte de su vida.
Juan Carlos adelgaza cada segundo mientras espera sudoroso el inicio de su espectáculo. Ha escuchado que en la entrega del Oscar los actores usan una inyección para dejar de transpirar por cinco horas. "Quisiera saber cuál es", se queja disforzado mientras un ventilador sopla fuerte frente a él. El último premio que ha obtenido ha venido de la comunidad gay, por su trayectoria en el arte. Ahora se para y dice: "Vámonos con Fokker" y se introduce por un estrecho camino negro.
No le asusta estar sobre un escenario disfrazado de Madonna. Se nutre del público al igual que su padre, quien lo necesitó por 30 años para obtener el mejor ráting de la televisión peruana. Ahora abre enorme su boca mientras se vuelve en la reina drag del pop y goza de las carcajadas del público que lo ven de metro noventa vestido de negro. Ser drag es una catarsis y él necesita constantes dosis de risa para vivir.
SIEMPRE CONTIGO
Juan Carlos Ferrando viste de luto. El gris y el negro son sus colores fuera de los escenarios, pese a que su padre con sus camisas chillonas fue quien impuso la moda chicha.
Juan Carlos Ferrando Ferrando es uno de los pocos vivos que quedan para desmentir las leyendas de su familia. Así como los Kennedy tienen una maldición, los Ferrando también cargan la suya. Su padre se casó con una prima, pero asegura que no fue por eso que la diabetes ha sido parte de la familia.
Juan Carlos también dice que Lucha Reyes llamó a su padre para desmentir la historia negra de la peña Ferrando, en donde supuestamente explotaban a la cantante criolla. Ahora todos están muertos y Juan Carlos es el Ferrando que tiene la palabra. Representa a Chicho, el hermano mayor que quiso superar al padre y continuar con “Trampolín a la Fama”; a Rubén, el más huachafo de los hijos que se suicidó teniendo un régimen de tres latas de duraznos al jugo por día. Y todo por la separación con su mujer.
El hijo menor no cree en religiones. Ha intentado ser hare krishna, evangélico, rosa cruz, se ha metido con los santeros en Puerto Rico, pero la única conclusión que tiene es que “somos un accidente químico de la formación”. Tampoco entiende cómo se han creado cosas tan imperfectas como la envidia, la estafa y el odio. Y sus razones apuntan a la hermana de su mamá, una mujer que los dejó sin ningún sol antes de partir a Guatemala. Cuenta la leyenda que Ferrando estaba con ella, pero él prefiere callar. Por respeto a la memoria de su madre.
UN COMERCIAL Y REGRESO
Hoy es jueves. Dos y media de la madrugada. “Van a ver el show en multimedia”, había anticipado Juan Carlos. Retumba “Ferrandísimo” en toda la discoteca por culpa de la voz de un animador que viste como el propio Augusto. Vuelven los colores de “Trampolín a la Fama” combinado con los sketchs de “Risas y Salsa” en una pantalla que no es la chica. Son veinte minutos de picardía y humor, en donde se hace presente qué significa ser Ferrando. Allí, el último hijo sigue viviendo por y para el espectáculo. Recordando lo último que le pidió su padre: “Que no me hagan sufrir”. Por eso se quiebra cuando piensa que tuvo que quitarle la endorfina para desconectarlo de la vida real.
Para Juan Carlos no existe la maldición de los Ferrando, simplemente mala suerte. Ya fallecieron la abuela, la madre, la tía y los hermanos. Sin contar el elenco de Trampolín a la Fama. Solo quedan Violeta Ferreyros y la Gringa Inga. A Violeta no le dirige la palabra porque se metió con sus hermanos cuando estaban enfermos. A la Gringa todavía la adora, pero no tiene tiempo para verla. Quizá cuando él ya no esté, los titulares relacionados con la familia desaparezcan de la prensa chicha. Por ahora, el último de los Ferrando está solo y con la voz entrecortada confiesa que se han ido los mejores. Solo queda él.
PARA RECORDAR: TRAMPOLÍN A LA FAMA
En 1967 comienza la historia de Augusto Ferrando y su programa concurso, en el que a costa de chacota, colores chillones y la necesidad del público se logra consolidar entre los estratos más pobres del Perú. Ferrando hizo conocido el batallón de personajes más disímiles de la cultura peruana: Leonidas Carbajal, Violeta Ferreyros, Felipe Pomiano alías Tribilín y la Gringa Inga.
Con Ferrando nace la moda chicha. En el set de Panamericana Televisión se sufría de horror al vacío. Se empleaba la criollada y el público sonreía para ganarse alguito: cocinas, bolsas de detergente y leche.
Ferrando marcó un hito en la televisión nacional al conseguir por treinta años el éxito en la pantalla chica con Trampolín a la fama. Algunos críticos lo señalan como el personaje que descubrió no solo cantantes y cómicos, sino también la fórmula de la televisión basura. Cierto o no, la receta funcionó cada sábado hasta que en 1996 se despidió con el tributo que le hicieron sus hijos en un video llamado “Mi viejo”. En el homenaje apareció su familia y los miembros de su peña.
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