“Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia”, dijo alguna vez Scott Fitzgerald. El autor de “Hermosos y malditos” aludía, sin duda, a esa forma literaria que encuentra en el puntilloso tejido de misterios y desventuras el hilo conductor que conducirá al protagonista directamente al Apocalipsis. Guiado por un sino fatal inexorable, el desenlace que los dioses le tienen reservado es la muerte y, premio consuelo, la locura. De Esquilo a Shakespeare, de Sófocles a García Lorca, todos los héroes de todos los tiempos tuvieron que pasar las de Caín para entrar en la historia precisamente porque nunca ocultaron sus humanas debilidades. Es decir, su vulnerabilidad.