"Las mil y una noches" prometió ser un ‘boom’ y lo fue. Aquí lo ha hecho explotar Latina; en Argentina lo hizo El Trece; en Bolivia, Unitel; en Colombia, Caracol (en Brasil, excepción que confirma la regla, acaba de lanzarse sin éxito). Quienes encontraron la lámpara y la frotaron hasta que salió el genio –un sexy calvito cuarentón llamado Onur, encadenado a la linda, sufrida y emprendedora chica Scheherezade– fueron Patricio Hernández e Ignacio Vicente, del Canal 13 de Chile. En el 2013, encontraron la novela en un stand medio perdido en el MIPTV de Cannes. Vieron unos pasajes en turco, mientras los vendedores les contaban el plot en inglés. Se engancharon.
Los dos chilenos dejaron dormir al genio por un año, hasta que ambos migraron a Mega, un canal dispuesto a tomar riesgos para atrasar a la competencia. Compraron “Las mil y una noches” y, de saque, tuvieron que hacer algo inusual para la TV chilena: doblar los diálogos y confrontar al público con escenas y planos más largos que el promedio del folletín latino. Valió la pena. De 11 puntos en su debut en marzo del 2014, el ráting escaló al rango de los 30 puntos, hasta que otros canales de la región dijeron: “Oye, si Chile la hizo, la hago yo también”.
Los canales que la difunden están sorprendidos de su propio éxito. Y la sorpresa viene con el susto de nuestros productores: ¿Y si los turcos nos desplazan? ¿Qué estamos haciendo mal para que el público zapee hasta Estambul? En Argentina, el canal El Trece difunde “Las mil y una noches” arrinconando a las ficciones de Pol-ka, la productora de su mismo grupo de medios. Y, aquí, el jueves pasado, “Las mil y una noches” hizo 25,5 puntos, mientras “Al fondo hay sitio” hizo 25,3 puntos. Esto merece una explicación.
EL NORTE ES EL ORIENTE
Si el ‘boom’ es regional, entonces que nos lo expliquen los mejores expertos de la región. Antes de buscarlos, les lanzo mi propia y simple hipótesis: ¿Hay, en esta súbita pasión por los turcos, por esa versión moderada del islam equivalente a nuestro patriarcado conservador, una nostalgia de lo arcaico? Veo en el Estambul del 2000 el Santiago, México o Lima de los 80 que ya no pueden retratar nuestras novelas. Evoco a Jesús Martín Barbero, el primer teórico en tomarse en serio las telenovelas, cuando explicaba, hace muchos años, cómo el folletín latino clásico encandilaba a esa audiencia que se resistía y evadía la agitada modernidad urbana, con historias de amor, barreras sociales infranqueables, tiempos largos que hacían pensar en las resistencias del mundo rural.
Le escribí al colombiano Omar Rincón, gran teórico de la TV y de las narrativas contemporáneas, planteándole este esbozo de idea, y me mandó estas líneas:
“Encanta a la televidente clásica, a esa que ama el melodrama y tiene en la telenovela un modo de desear y aprender: ellas encuentran maneras de conocer otras culturas, esas mágicas de lo oriental, porque definitivamente nuestro norte es el Oriente, donde se privilegia el narrar sobre el saber, donde contar es una manera de aprender en goce. Y esto se aprecia cuando todo se ha convertido en narconovela, chistenovela y bionovela. ‘Las mil y una noches’ vuelve a poner en evidencia que el relato manda y, cuando hay que contar, todo puede ser posible: soñar, desear y reconocerse. No hay arcaico, hay relato”.
Aunque en Colombia no ha tenido el suceso que en otros lares, Omar atina en explicar el éxito de “Las mil y una noches” en lo que nuestra propia industria de la novela nos ofrece y en lo que está dejando de ofrecernos. Biografías de controvertido ascenso social, comedias que escarnecen los fundamentos del género, violencia y cálculo vindicativo que minan el terreno romántico han terminado por hastiarnos y provocar la añoranza del relato tradicional, ese que se teje –sutil sugerencia de Omar– desde hace milenios, cuando Scheherezade tenía arrobado al sultán feminicida, contándole historias subyugantes.
Suficientes ideas para recurrir a la argentina Nora Mazziotti, gran autoridad en el melodrama televisivo, autora de “Telenovela: industria y prácticas sociales” (Norma, 2006). La llamé a Buenos Aires.
EL CUENTITO DEL AMOR
Nora me confiesa que no se ha enganchado con “Las mil y una noches” como con otras novelas, pero la sigue de vez en cuando.
¿Las telenovelas turcas tienen alguna filiación con la telenovela latinoamericana?
Creo que sí, pero no conozco la tradición turca de novelas y series. Acá [en Buenos Aires] hubo críticas de armenios que denunciaron la voluntad de la industria turca de mostrarse occidental. Salvo las comidas, todo es muy globalizado. No hay mujeres con velos, lo religioso no está marcado. El suegro, que inicialmente se oponía a Scheherezade, era visto como arcaico y como enemigo de su felicidad. Algo así como Turquía, que quiere entrar a la Comunidad Europea e hizo algo que la muestra moderna.
Ahora, mi pregunta central. ¿Ese mundo patriarcal no despierta aquí una nostalgia por lo que podían retratar nuestras novelas del pasado y ahora les es más difícil hacerlo?
Sí, tenés razón. Aquí en Argentina vivimos una destrucción de la industria, no hay novelas clásicas, todas son policiales, comedias, no hay una gran pareja amorosa como en otras etapas. Entonces, “Las mil y una noches” restituye ese relato de novela tradicional patriarcal. Es como si cada tanto los públicos quisieran ver una novela donde volvamos a contar el cuentito de amor con obstáculos. En Argentina, si alguien va con una sinopsis de algo parecido a “Las mil y una noches”, los productores lo sacan corriendo. Se desvirtuó el género y vienen los turcos a decirte, “ojo, esto es lo que funciona”.
¿Encuentras un equivalente entre esto que pasa con “Las mil y una noches” y lo que pasa en Brasil cuando telenovelas tradicionales mexicanas ganan a los sofisticados productos brasileños?
Claro. Es como la vuelta a la raíz clásica de la novela. Del lado opuesto, está la narconovela. Te puede gustar una, dos, pero cuando te pasas viendo novelas de ambición, poder, venganza, prostitución, ejecuciones, tremenda corrupción, te cansas. Los narcos son los tipos más traidores del mundo, hoy están con uno y mañana lo acribillan a balazos. Entonces, hay que volver al relato tradicional.
De amores y lealtades...
Y también con violencia y venganzas, pero no como en la narconovela. Allí lo central no es la historia de amor, sino la historia del poder.
¿La ‘propuesta indecente’ que hace Onur a Scherezade para acostarse con ella a cambio de millones es similar a las de las telenovelas que estudias?
La cuestión de tener la mujer objeto, de pagar por tener relaciones con una mujer está siempre en las novelas. De alguna manera, es el karma que tiene que desandar el galán para lograr el perdón y el amor verdadero. Es el pecado de soberbia que lo va a pagar durante toda la historia.
¿Cómo pagar el pecado de una violación?
Algo así. Humilló a la mujer, cayó y tiene que hacer un camino de ascenso para poder llegar al mismo nivel de ella.
Otro elemento típico del melodrama es el hijo que se muere y el sacrificio de la madre.
Claro, la abnegación materna. Al nene todos lo tratan como enfermito, le hacen ‘upa’ a todas partes como si no pudiera caminar.
Nora y Omar son la teoría y el goce del melodrama televisivo. Lo que está sucediendo en el Perú, como en Chile, Colombia, Argentina, es la reafirmación de la tradición, del relato que nos ata, gozosamente, a una rutina de todas las noches.