Una búsqueda rápida en Google nos dice que su nombre deriva de “sona”, vocablo hindi que se traduce como oro. Pero Sonaly Tuesta va más allá al relacionar este significado con El Dorado que tanto buscaron los españoles y que no habría designado a una ciudad sino a una persona. Muchas personas, diría la carismática conductora que lleva 20 años recorriendo el Perú, pues para ella no hay duda de que la mayor riqueza de un país -el verdadero El Dorado- está en su gente.
Habituada a los viajes desde que tiene memoria, Sonaly nació en la ciudad oriental de Lamud durante uno de los tantos cambios de plaza de su padre, un esforzado maestro del departamento de Amazonas. Pasó gran parte de su niñez y adolescencia en Chachapoyas hasta que su familia se muda a Lima. Aquí confirma su vocación periodística, intuida a los 10 años mientras anotaba en un cuaderno las noticias que marcaban sus días. Fue corresponsal escolar del diario El Comercio y estudió becada en la Universidad de Lima sin saber que aquellos primeros traslados en su vida habían sembrado en ella una semilla que brotaría con fuerza el 25 de julio del año 2000.
Pocos saben que “Costumbres”, el programa de viajes que rescata la cultura y tradiciones de los pueblos del Perú nació como un semanario, que debe su nombre a un plato típico de la selva con mucho significado para su creadora y que Sonaly jamás imagino -ni quiso- salir en pantallas. Estos y otros recuerdos, acompañados de algunas reflexiones sobre el turismo en tiempos de pandemia, son detallados como nunca antes.
-Las circunstancias hicieron que desde muy niña te acostumbraras a viajar. ¿Crees que esta experiencia te preparó para lo que vendría?
Mira, yo he hecho ese análisis luego. Cuando esto comenzó yo no me había percatado de esa escena de la infancia. Nosotros éramos algo así como un circo, armábamos la carpa, nos íbamos a un lugar, estábamos un tiempo y luego volvíamos a desarmar la carpa. Aunque al principio fue complicado, luego se hizo un hábito. Y hasta nos resultaba divertido.
-Esos cambios de lugar, como cuentas, no obedecían a una decisión tuya. ¿Cuál fue realmente tu primer viaje?
Mi vida ha sido, y es todavía, una suerte de movimiento en espacios. Migramos a Lima porque mi papá tenía la idea de que yo estudie en la universidad. En esa época no había una en Chachapoyas. Pero cuando llegamos a Lima yo vivía en Puente Piedra y estudiaba en la Universidad de Lima. Era un viaje muy largo a diario.
-Casi un viaje interprovincial…
Sí, por eso yo tenía mis tiempos ya programados. Ya sabía qué iba a hacer en ese tiempo que eran más de dos horas. Leía un libro o avanzaba algo si por ahí encontraba un asiento, cronometraba todo de esa manera. Después encontré otros enlaces para poder llegar a la universidad. Cada dos o tres días cambiaba y hacía rutas diferentes para no aburrirme.
-Creabas tu propia aventura.
Desde siempre he pensado que debemos asumir nuestra realidad. No hay que perder el tiempo en quejarse de la situación que te tocó vivir. Yo a veces tenía clases a las 7 a.m., me levantaba antes de las 5 de la mañana y mi papá me acompañaba al paradero de la 79 que era un carro que salía por la plaza de Puente Piedra. Tomaba otro carro en El Naranjal y de ahí otro a Javier Prado con Petit Thouars y de ahí a la universidad. Siempre llegaba antes de las 7 de la mañana.
-¿Cuándo despierta en ti la vocación periodística? ¿Durante estos viajes largos, con alguna lectura en particular?
Desde niña, a los 10 años exactamente, quería ser periodista. Allá en Chachapoyas llegaba la señal de Canal 7 y me acuerdo de que mi mamá veía siempre en el noticiero a una señorita que leía las noticas. Una vez me dijo “cómo me gustaría que algún día salgas leyendo las noticias”. Pero yo me decía que no quería contar las historias que han escrito otros sino hacer mi propia historia. A esa edad yo tenía un cuaderno rayado en el que día a día escribía, según yo, la noticia más importante. Los fines de semana mi papá lograba hacerse de un periódico, casi no llegaban a Chachapoyas a pesar de ser la capital de departamento, y empecé a coleccionar los afiches de cine de El Comercio, bien bacán. Combinaba las noticias que escribía con estos recortes. Como no tenía acceso real a lo que anunciaban, leía el título y alucinaba de qué trataba. A esa edad ya sabía lo que me gustaba hacer: mirar, contar, leer.
-¿Y qué fue de ese cuaderno?
Entre tanta mudanza se perdió. Al igual que otro cuaderno que tuve donde escribía historias fantásticas. Eso fue a los 13 años. En las noches yo misma me forzaba a soñar y al día siguiente escribía lo que supuestamente había soñado. Yo no sé si al final era de verdad un sueño o lo terminaba inventando. En una época lo hacía todos los días y escribía sobre Drácula, dragones, princesas y caballeros.
-¿Esa curiosidad desbordante fue alentada por tus padres?
Mi papá era un tipo al que le gustaba mucho la lectura y también imaginar más allá de lo que veía. Él me traía cosas para leer y separatas del mimeógrafo sobre diferentes temas. Cada vez que presentaba un trabajo yo adicionaba esas cosas, siempre tenía la intención de hacer más. Nosotros teníamos muchas limitaciones. Yo quería muchas cosas, pero entendí desde chica que no me las podían dar. Un día salí a caminar con mi papá y le pedí una Coca Cola. Él lo pensó mucho para comprármela y al rato me dijo “si alguna vez no quieres pensar en lo que vas a hacer con el dinero que tienes, debes estudiar”.
Empieza la aventura
-Volviendo a una pregunta anterior, ¿cuál es el viaje que inicia tu historia como periodista?
Mi viaje oficial fue cuando trabajaba para el diario El Mundo, creo que estuve un año ahí. Con ese diario hicimos una página de folclor. Allí descubrí la fiesta patronal. Sacaba notas sobre ellas, pero no iba al propio lugar donde se celebraba sino a las que se hacían en Lima. Había una columna en el diario Expreso que yo leía mucho, se llamaba “Cuatro Suyos”. Tenía el dato exacto de donde se realizaban esas fiestas aquí, así que comencé a ir. Eso me permitió tener una página por un tiempo. Un día llegó una invitación al diario del Festival de la Pachamanca en Huancayo. Esa fue la primera nota in situ de uno de estos eventos. Después empezaron a llegar más. Uno de las que me marcó fue en el pueblo de Andamarca, en la provincia de Lucanas, en el departamento de Ayacucho, la Fiesta del Agua. Fue la primera celebración ancestral en la que estuve, y es lo que más interesa ahora de todo lo que hago.
-Ese fue el primer antecedente de “Costumbres”.
Por ahí se iba perfilando un poco hacia donde podía enfocar lo que quería contar. Sin darme cuenta ya me iba por un camino así. Después de un tiempo entré al diario El Sol, a locales. Luego, cuando la persona que veía turismo se fue me encargaron la sección a mí.
-Hay un plato de tu tierra que le da nombre a tu programa. ¿Recuerdas como lo descubriste?
A este plato yo lo llamo un potaje ritual. Mi abuela de parte de madre era cocinera y siempre la contrataban para los mejores banquetes. Era una mujer muy alegre, no la conocí, toda la referencia que tengo de ella es por mi mamá. Muere el año que yo nazco. Ella preparaba la costumbre. Cuando se mataba el chancho en la casa el primer plato que se preparaba era este. Se hace con las vísceras de cerdo, se mezcla con papita y hierbas aromáticas. Este plato se hace para homenajear a las personas que han hecho la matanza del chancho, pero también es un símbolo de fiesta. Entonces, cuando surgió la posibilidad de hacer un suplemento en base a la tradición le agregué la “s” a la costumbre porque así como hay un plato especial para mí y que me identifica, hay otros para la gente de distintas zonas del Perú.
-Luego de tu paso por algunos diarios, ¿cómo llegas a la televisión?
En el diario El Sol, que fue el segundo en el que estuve, creo que durante cuatro años, surge la posibilidad de presentar un proyecto para un suplemento dedicado al Perú. Yo ya sentía la necesidad de que se hable del Perú, pero a través de su gente. Entonces creo este suplemento que se llama “Costumbres”, dedicado a la artesanía, a la comida, a las fiestas, un poco a los saberes de la gente. Se hace el machote, pero no llega a convertirse en nada porque no les interesa. En ese tiempo yo estaba casada y a mi exesposo los hermanos Rospigliosi le cuentan que habían creado un canal UHF y que si sabía de alguien que quisiera hacer algún contenido les avise. Él me cuenta esto y lo que hice fue cambiar el suplemento a un formato de televisión. Pero yo no me imaginé, ni tenía ganas, ni quería conducir el programa. Pero como debía sostener mi propuesta ante el encargado del canal terminé aceptando conducir el programa. La propuesta inicial de “Costumbres” se estrena en el canal 57 UHF, pero yo cuento los 20 años a partir de TV Perú porque considero que la propuesta que se sostiene y la que asumo como mi proyecto es la que sale a través de este canal.
-¿Qué paso con esa primera versión de tu programa?
Se comienza a trabajar y voy a la Fiesta de San Pedrito en Chimbote y la verdad que yo estaba aterrada de salir en pantallas, tanto que ese programa no se transmitió porque salió muy mal. Después vuelvo al pueblo con el que inicié oficialmente mi viaje, a Andamarca, y a partir de esa experiencia que tuve hice el programa de televisión. Igual fue un poco difícil, pero este sí salió. Luego me fui a Huancayo, hice la fiesta de Sapallanga por una ruta que iba por Chilca, Pachacamac, El Carmen y volví a Andamarca y grabé su carnaval. Aquí ya fue una cosa distinta, ya me estaba acostumbrando al medio. No salió como hoy, pero sí más presentable. Aquí es cuando empiezo a sentir que sí lo puedo hacer, pero el canal de UHF se diluye y el programa no sale más.
El verdadero “Costumbres”
-¿Quién te convoca a Tv Perú?
Yo ya consideraba que mi etapa de televisión había terminado, pero Alejandro Sakuda, que en paz descanse, mi primer director en el diario El Sol entra como asesor del presidente del directorio de Canal 7. Él es quien me llama. Alejandro era un tipo muy inspirador y trataba de apoyar a las personas que se interesaban en avanzar y yo era una de las que aprovechaban la oportunidad. Él reconocía eso en mí y cuando en 1999 cierra el diario El Sol y me quedo sin trabajo, él es una de las personas a las que busco y le cuento sobre mi proyecto. Cuando llega al canal se acordó de mí. Presenté la propuesta y a la semana siguiente me llamaron para empezar a trabajar. El 25 de julio sale por primera vez el programa “Costumbres”, tal como ahora lo conocen.
-¿Qué destino inauguró “Costumbres” en TV Perú?
Fuimos a Huaylas en Áncash donde se celebraba la Fiesta de Santa Isabel, la patrona de las cosechas.
-¿Fue difícil ganarse la confianza de los diferentes pueblos que visitabas?
Al principio era muy complicado, ahora la gente ya sabe quién soy. Yo había escrito en diarios que ellos nunca habían leído porque solo circulaban en Lima. Teníamos muchos limitantes no había un recibimiento y era una búsqueda intensa de cómo conocer la historia. Hacíamos grandes presentaciones y explicaciones sobre quién éramos y qué queríamos detallar. La mayoría de los programas del año 2000 tuvieron esas características. Pero para el segundo año ya había quienes conocían el programa y nos hacían llegar invitaciones para conocer sus pueblos. Yo aproveché eso. Porque si debía comenzar por algún lado era con gente que quería que la visite. Hasta que llegó un momento en que los viajes nos quedaban muy cortos porque no nos podíamos dar abasto con todo lo que nos llegaba.
-¿En algún lugar te impidieron grabar?
Comencé a encontrar maneras de poder llegar a ellos. Pero desde el principio el tema de la selva ha sido complicado por la lejanía y por temas culturales que por ignorancia nosotros no manejamos. Pero siempre buscamos las maneras de buscar aliados en asociaciones indígenas para que nos presenten a la población. Hemos estado en Caymito, comunidad de Ucayali, reunidos horas de horas porque no aceptaban grabaciones, no necesariamente por nosotros sino por antecedentes que habían tenido, les habían dicho que les iban a enviar material y nunca supieron que se había hecho con las entrevistas y la información que brindaron. Era completamente razonable. Al principio yo no lo entendía, pero luego me di cuenta de que en realidad era yo la que llegaba a sus casas, a su pueblo.
-¿Cuál ha sido tu viaje más largo? ¿Algún recorrido que quizás no repetirías?
He hecho viajes de dos semanas. Una vez porque tenía que hacer un documental sobre la quinua y había que hacer un recorrido por varios lugares. En otras ocasiones ha sido porque el lugar era verdaderamente lejos. Pero hay una experiencia que ha sido muy difícil y cuando yo veo el programa digo que no lo volvería a hacer. Es una caminata que hicimos desde un pueblo que se llama Nauquipa hacia el centro de Caravelí, en Arequipa, para llevar a un San Pedro envuelto en algodón y mantas. Lo amarran con fajas y lo envuelven como si fuera una momia y lo llevan por un camino agreste, cuesta arriba y a paso ligero. Nos demoramos día y medio de caminata. Era intenso porque no los alcanzábamos y estaba la tensión de que no estábamos registrando nada, así que tuvimos que ponernos de acuerdo para hacerlo. Para mí fue muy difícil llegar al primer punto donde dormimos. Era subir un cerro, bajar y volver a subir hasta llegar a una bajada terrible que nos llevaba a la entrada de Caravelí. En esa bajada yo me malogré la pierna y uno de los chicos del grupo que cargaba al santo me tuvo que cargar a mí. Sin su ayuda no hubiese podido llegar. Parece que pisé mal porque había muchas piedras, el tema fue de los tendones, no podía apoyar el pie, me dolía mucho pisar.
-Si tuvieras que elegir un destino que hayas conocido en estos 20 años de programa, ¿cuál sería?
Yo siento un apego muy especial por la Amazonía y siento que a nuestro país le hace falta reconocerse como país amazónico, a pesar de que esta región tiene más del 60% de territorio, vivimos de espaldas a ella. Eso siempre me ha conmovido, me ha dolido y me ha acercado a esa población. Yo soy de una zona que es ceja de selva y tiene a una de las etnias más grandes del Perú que es la awajún y que ahorita está en terribles problemas por la pandemia. Me he demorado tanto para llegar ahí, recién en el 2017 pude y desde ese momento me he sentido una amazonense completa. Teniendo tanta riqueza, tanta sabiduría cultural viven con nulos accesos a salud y educación. Soy una ferviente admiradora de esta etnia y de lo que ella significa. Otro pueblo originario que también admiro es el de Cacataibo, de la comunidad Yamino, ubicada en la provincia del Padre Abad, a unos 40 minutos de Aguaytía. Nos han acogido con mucho cariño y la he visitado luego que estuve enferma. Un detalle muy lindo que tuvo Marcelo, el jefe de la comunidad es que para recibirme hicieron unas comidas especiales en parrila y patarasca, todo el pueblo había participado. Después de haber visto todo eso, Marcelo me dice, “Sonaly, nosotros sabemos que has estado enferma y si no puedes comer no nos vamos a molestar”. Obviamente yo comí de todo, disfruté y fui recontra feliz. Son momentos inolvidables.
-¿Y de la sierra?
De esta región siempre voy a admirar dos cosas. La parte ancestral que siempre conserva, estas fiestas del agua que he conocido también en la sierra de Lima. Hay que tener mucha paciencia y cuidado para registrarlas. Me parece maravilloso que las sigan haciendo, que todavía crean que si no la llevan a cabo el agua no va a llegar a los campos como debe. Lo otro que admiro son las propuestas de turismo rural comunitario que se han dado aquí con mucha fuerza. Cuando volvamos a viajar estos pueblos se van a convertir en una buena alternativa para sentir a nuestro país de nuevo. Ellos están preparados.
-¿Y algún lugar de la Costa que destaques?
La gente que siempre voy a recordar y creo que siempre va a ser un ejemplo en estos momentos va a ser la de Túcume, que pertenece a Lambayeque y se les conoce por sus pirámides y los diablitos. Allí tengo un gran amigo Martín Granados, que es mascarero, lo conocí muy chico y es el caporal de los diablitos. Eso lo convirtió en un gestor cultural para promover su danza, impulsa no solo el trabajo cultural sino de turismo. Él es una de las personas que me parece importante y por eso siempre lo menciono.
-¿Crees que desde el gobierno se está haciendo lo suficiente para que los peruanos conozcamos estas tradiciones que tú ayudas a difundir y a los pueblos que todavía las conservan?
Todavía falta una apuesta directa al tema de la cultura viva. A lo integral, a lo profundo todavía le falta fuerza o quizás crear un espacio que identifique este tipo de propuestas. Quizás no mucha gente las elija, pero sí hay una demanda en personas que están dispuesta a vivir esta experiencia, porque es eso un turismo de experiencia. Hay mucha parte del patrimonio inmaterial que yo difundo que todavía no se desarrolla. Pero creo que hay dos frentes por donde atacar: promover lo que ya es posible visitar y sentir la experiencia; lo otro es también promover que estas comunidades puedan acceder a un proyecto que las involucre y nazca de ellas mismas. Hay que entender el desarrollo a partir de las cosmovisiones de los pueblos, de la gente. No podemos llevar el concepto de desarrollo de ciudad a una comunidad porque eso no va a ser sostenible. Ahora que se han desnudado tantas falencias con esta pandemia creo que es hora de fortalecer cosas que debimos aprender en su momento como el tema de la solidaridad que la practican muy bien en el Ande y en la Amazonía, siempre en armonía con la naturaleza, ellos hasta piden permiso al cerro o a la tierra antes de hacer algo.
-¿Te sorprende que el turismo rural o vivencial le resulte más interesante a los extranjeros que al propio peruano?
Sí, pero mira, justo a los chicos que llevan la maestría de periodismo que dictó en la Upao les estaba hablando de este turismo social y les puse como ejemplo el emprendimiento a la Granja Porcón que se ha subido a You Tube y es uno de los que tiene más visitas. Los comentarios son quiero ir y los que opinan son peruanos. Sucede que a veces no se sabe qué es lo que tenemos. Desde conversar con quienes nos dan hospedaje hasta conocer los insumos de la zona o las plantas medicinales, que siempre me preguntan por ellas. Entonces, vemos que hay una búsqueda, un querer saber. En las comunidades ya existe el contenido, ahora es un tema de forma.
Sin viajes, pero con el cariño de la gente
-Además de la serie de programas comentados en “Los 20 de los 20” que ya está al aire, ¿habías pensado en alguna actividad para celebrar tus dos décadas al aire?
En el 2005, se me ocurrió hacer una prolongación de los que es “Costumbres” e invitar a la gente a viajar conmigo. Yo hacía una convocatoria y con la gente interesada salíamos. Fuimos a un pueblo llamado Colcabamba en Huancavelica, allí se creó un vínculo muy fuerte entre los pobladores y los visitantes. Retomarlo era una de las propuestas por los 20 años, porque además en ese nivel es en el que está mi búsqueda, concretar cosas. Por eso me interesó la propuesta de la Upao para dictar clases. Sé que puedo contar una experiencia, ayudar a conceptualizar algunas cosas y hacer que estas generaciones puedan comprender este tema y desarrollar un periodismo responsable y que también ayude. La televisión puede crear una idea de algo, pero lo importante también es lo que pasa después. Qué se logra con ese episodio o como continúas la historia. Y lo que debe continuar es que esa comunidad a la que ves tan rica y maravillosa tenga una vida de prosperidad.
-La pandemia nos tomó a todos por sorpresa. ¿Cuál fue tu última aventura?
La última fue en Cerro Azul, viajamos un día antes del anuncio del aislamiento social, así que tuvimos que regresar. Pero antes de eso estuvimos en el carnaval de Pucallpa, fue alucinante, muy divertido. Eso fue a finales de febrero, antes de ocurriera la desgracia por la que está pasando allí la gente. Y antes de eso fue el festejo del Akshu Tatay, sobre el recultivo de la papa en Sapallanga, en Junín. Esos tres viajes no se terminaron aún de editar.
-¿A estas alturas del año has pensado en un cronograma de regreso a los viajes?
No, porque en nuestro caso es más complicado. No solo se trata de que se habilite el transporte sino que sabemos que en las propias comunidades ya no se va a desarrollar el evento que teníamos pensado cubrir y probablemente los recorridos que antes se hacían van a demorar. Por eso nace la idea de “Los 20 de los 20” y recordar los espacios visitados. Esto va hasta setiembre y nos falta completar 10 episodios. Cuando se habilite todo, lo primero que voy a hacer es regresar a Cerro Azul para terminar de grabar ese programa.
-¿Cómo hacer, entonces, un programa de viajes en esta coyuntura? ¿Qué debe cambiar?
Va a ser un proceso largo todavía. Después de concluir “Los 20 de los 20”, vamos a tener que evaluar qué hacer. Los eventos están suspendidos durante todo este año. No sabemos si durante la primera parte del próximo año también. Hay cosas que definitivamente vamos a tener que cambiar. Pero a través de nuestras redes del programa, los lunes a las cinco de la tarde, hemos creado un espacio donde tratamos de enfatizar cosas que ayuden a la gente involucrada en el sector turismo y en general a reinventarse. Hablamos de emprendimientos rurales, la situación de las comunidades nativas, tiendas virtuales, la realidad de los artesanos, etc. Nosotros consideramos que ahora solo deben viajar los que verdaderamente lo necesitan. No es tiempo de hacer viajes.
-¿Ni siquiera a lugares abiertos?
Quizás por necesidad se puedan habilitar algunos recorridos, la Ruta de la Papa por ejemplo. Ayacucho ya se ha activado. Nosotros vamos a ser un reflejo de lo que puede hacer la gente. La gente me asocia con un viaje de placer y no podemos dar la idea de que se puede viajar como antes lo hacíamos. Sería irresponsable. hay que enfatizar la idea de solidaridad, esta es una emergencia sanitaria y todos debemos estar dispuestos a ayudar. Hay gente que ha sido golpeada muy fuerte, así que no solo se necesita hacer un llamado sino tener acciones básicas. Ha sido muy satisfactorio ayudar a los yaminos, a los cacataibos, habilitar algunos puestos de salud para que puedan ser atendidos. Ahora estamos viendo qué sucede con los hermanos awajun, que esperemos reviertan pronto su situación ante la pandemia.
-¿Cuál ha sido tu mayor aprendizaje durante estos años viajando por el Perú?
El saber más valioso lo encontré en una frase de un teatro de Córdoba, en Argentina. Decía “lo imposible solo demora un poco más”. Eso también, en resumen, me lo decía mi papá y creo que es lo que he reconocido en el saber de la gente. Creo que sí es posible hacer cosas, he descubierto mi fortaleza. Siempre pensé que no podría hacerme parte del otro, lograr que me importo el otro. He sido una persona bastante antisocial y pensaba que no era parte de mi ADN, pero gracias a estos viajes lo he podido descubrir y me ha gustado descubrirlo. Considero que en estos 20 años ahora yo soy mejor persona. La Sonaly del 2000 no tiene nada que ver con la de ahora que ha crecido espiritualmente de manera gigante gracias a la gente.
-¿Tomando como referencia el nombre de tu programa, ¿cuáles son las costumbres que practicas en tu vida?
Una de las cosas que más me duele hoy en día es no poder tener el abrazo, el vínculo con la familia y amigos. Esa es una costumbre natural que estoy tratando de reinventar hasta que pueda dar ese apapacho real que quiero y necesito. Hay rituales con mis hermanos y mi mamá. Siempre que hay algo especial mi mamá cocina la costumbre y eso hace que podamos juntarnos y disfrutar de nuestra identidad. También tengo una costumbre básica cuando termino de hacer algo, que es prepararme con total paciencia un buen café y sentarme simplemente a pensar en nada. Está el ritual relacionado con el tema de la escritura. Yo tengo eso de la inspiración y para mí la hora propicia es a las cuatro de la mañana. Hay muchos días en que a esa hora estoy deambulando y me siento a crear ciertas cosas que de otra manera no podría hacer.
-Hablando de la escritura, has publicado algunos libros.
Sí, tengo dos (nota del redactor: “El rescatador y las Vírgenes” en 1998, y “Fiesta. Calendarios y costumbres” en el 2010). Y ahorita tengo uno que ya estoy terminando, me falta una crónica de un libro que se va a llamar “Costumbres, el verdadero espíritu de los peruanos”, debe salir este año. Son 10 crónicas en total.
-No puedo dejar de preguntarte sobre la vez en el que caíste enferma y hubo toda una cadena de solidaridad en torno a ti. ¿Qué nos puedes comentar sobre esta experiencia?
Ese virus que me atacó tiene una secuencia de aparición muy parecida a la del coronavirus. A mí me entubaron y estuve nueve días en coma inducido. Luego me enteré de las cadenas de oración para mí, pero no solo fue eso. Hay gente que hizo muchas más cosas a favor de que yo me cure. Tengo un amigo que vive en Ica y fue a pedirle permiso al sacerdote para traer a Lima el manto de la Virgen de Llauca y el sudario del Señor de Luren. Yo estaba en cuidados intensivos y no pudo llegar hasta mí, pero estuvo con mi familia rezando para que me recupere. Esos actos han sido maravillosos. El día que ya iba a salir de la clínica viene una chica y me dice “mira, Sonaly, te han traído esto”. Era una foto mía y al costado había un poema hermoso. Lo guardé con mucho cariño y lo puse en un programa. Resulta que el año pasado me fui al ministerio de cultura por la feria Ruraq Maki y vi que un señor me miraba. Se presentó y me dijo que él me había escrito el poema. Lo posteé en mi Facebook y además de los montones de likes, entre los comentarios encontré el de una joven que decía que a los días que salí de la clínica ella también tuvo los mismos síntomas que yo. Era de Chachapoyas y fue trasladada a Lima. Como había seguido mi caso se contactó con mi médico y salvó su vida.
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