La eterna juventud empieza en los laboratorios
La eterna juventud empieza en los laboratorios
Redacción EC

Lizzy Cantú

Vientre plano, muslos firmes, tetas redondas. Brazos tonificados, rodillas tersas, cuello esbelto. En pleno verano y con tanta carne humana a la vista en la playa, se me ocurren docenas de arreglos corporales que podrían venirme bien. Para cada uno de ellos, además de dietas y ejercicios, hay una clínica, un ungüento, un aparato láser o de radiofrecuencia. Vitaminas, inyecciones, células madre, sueros. Adelantos de la ciencia y la tecnología al servicio de la vanidad y de su hermana más juiciosa, la autoestima. Qué lejos hemos llegado. Una expresión tanto de admiración como de ironía y pesimismo. Acaso solo nos interesan los últimos avances tecnológicos si sirven para alimentar nuestro ego, para comprar más. Acaso en los laboratorios las mujeres siguen siendo una destacada minoría. Diana Vreeland, la editora más legendaria de “Vogue”, predecía nuestro futuro de este modo en 1967: «en el año 2001, se habrán eliminado tantos problemas físicos que la belleza de una mujer será un sueño alcanzable por completo. El futuro es un mundo dorado». Por estos días, seguimos estando tan obsesionadas con el futuro como la señora Vreeland el siglo pasado. Tanto que buscamos a chamanes para que nos ayuden a adelgazar y consultamos el horóscopo chino en la prensa para encontrar marido. Mejor haríamos en voltear a ayudar a nuestra vecina que está en problemas, enterarnos de la última estadística de desigualdad educativa entre hombres y mujeres, levantar la voz cada vez que quieran pagarnos menos que al colega varón que hace el mismo trabajo. Mejor haríamos en regalarle un juego de química a nuestra sobrina, cambiar la fe en las dietas milagrosas  por un buen y aguerrido entrenamiento físico. Diana Vreeland, que no fue a la universidad y tampoco trabajó los primeros 12 años de su vida adulta era una mujer sabia: «Solo hay una muy buena vida y esa es la vida que sabes que quieres y te consigues por ti misma». Tal vez por eso creía que el siglo XXI sería una época dorada. En ese futuro dorado, me gusta pensar, serán comunes las panties que no se rasgan, los niños que no se mueren de sarampión, los jueces que castigan a los golpeadores de niños, los gin tonics que combaten la malaria y la celulitis al mismo tiempo.

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