Lizzy Cantú: Manicuras éticas
Lizzy Cantú: Manicuras éticas
Redacción EC

Pintarse las uñas de las manos ha sido sinónimo de ocio, vanidad y privilegio. No es una costumbre moderna, pero sí muy femenina: las romanas tintaban sus uñas con grasa animal y sangre, las turcas lo hacían hirviendo pétalos de rosa, Cleopatra -y otras en la Biblia- se pintaban con henna y las mujeres de la nobleza en la dinastía Ming cubrían las uñas de sus manos con piedras preciosas y guardas de oro. Las mujeres más humildes solo las recortaban, las pulían, las barnizaban con claras de huevo. Con las manos -me decía el otro día la socióloga Isabel Álvarez transformamos el mundo: con ellas creamos, acariciamos. Pero también nos sirven para abofetear. Y como una bofetada llegó la semana pasada un reporte de “The New York Times” sobre las condiciones laborales y de salud de las manicuristas en Nueva York. El reportaje -en inglés, castellano, chino y coreano- es una historia de terror basada en los testimonios de 150 personas. Según la encuesta, menos del 25% de las trabajadoras ganan el salario mínimo. Muchas de ellas pagan por el derecho de trabajar gratis durante tiempo indefinido. Algunas viven hacinadas en dormitorios, propiedad de sus empleadores. Mientras que el costo promedio de una manicure en Estados Unidos en el 2014 era 20 USD, el costo promedio del mismo servicio en Manhattan es de 10,50 USD, pues es el lugar con mayor concentración de manicuristas per cápita en Norteamérica. Parte de la culpa, indicaban unos expertos, la tiene el mercado. Es decir, la competencia entre salones de belleza. Es decir, la democratización de la manicure: hay barrios de Manhattan donde hay más salones de uñas que Starbucks. Y ese es un fenómeno global. Tan agringado como latinoamericano. Hubo una época no muy lejana -seguro la recuerdas- en la que hacerse las uñas fuera de casa era Una Ocasión Especial y cada una se barnizaba como mejor podía las uñas de la mano derecha. En casa y sin otra ayuda que la de tu hermana. Hoy la manicure es una estación obligatoria de nuestros rituales de belleza, un sello de presentación en el trabajo y una preocupación para las autoridades de Nueva York, donde el gobernador ha declarado situación de emergencia en la industria. Y no se trata de renunciar a la manicura ni de sentirse culpable cuando hueles a acetona. Pero, así como buscamos etiquetas que garanticen que algo es orgánico, sin gluten y que no ha sido testeado en animales, también deberíamos prestar atención a la desconocida que nos toma las manos cada quince días, antes de que vayamos a transformar el mundo.

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