Por estos días la mayoría de nosotros nos convertimos en una raza distinta: la de los políticos. Señores y señoras con la boca llena de buenas intenciones, pero el balance de la credibilidad en números rojos.
Formo parte del 92% de las personas que no cumplen sus propósitos de Año Nuevo. Según los estudiosos de estos fracasos, lo más común es sucumbir ante la tentación. Cumplir pareciera ser un asunto de extraterrestres. Pero tanta compañía no es consuelo. Compatriotas de las promesas vacías: ¿hay placer en ser un alfeñique en los asuntos de fuerza de voluntad? No. No hay placer en llegar al día último del 2015 y descubrir que no hemos aprendido otro idioma ni vuelto a usar una talla menos, que pospusimos donar aquello que no usamos, que no hemos hecho ese viaje romántico y posiblemente tampoco hayamos cancelado ese anciano préstamo universitario.
En enero, juramos, seremos capaces de encontrar el tiempo, la voluntad, la energía. Pero también la formulación debe ser correcta y concreta. “Si no puedes medirlo, no es un buen propósito, porque los objetivos vagos engendran propósitos vagos”, le dijo el profesor John Norcross de la Universidad de Scranton a Forbes.com, lo cual puede darnos una pista al formular nuestras metas de Año Nuevo. Y aunque nos parece cursi, cliché o inútil empezar enero pegando a la puerta del refrigerador (o el muro de Facebook) nuestra lista de proyectos anuales, pensemos que es un hecho comprobado que los inicios son catalizadores mentales: nos crean la ilusión de tener una nueva oportunidad de ser más puntuales, más deportistas, mejores. Hay explicaciones científicas para este modo inconcluso de proceder.
En el magnífico libro “Nudge”, los profesores Richard Thaler y Cass Sunstein proponen que, con los ‘empujoncitos’ adecuados podemos vivir de manera más saludable, próspera y feliz. Y dan ejemplos (como pintarse las uñas con un esmalte amargo para evitar mordérnoslas). En las Filipinas, un banco ofrece una cuenta de ahorro a los fumadores que quieren dejar el vicio. Uno deposita ahí el dinero de todas las cajetillas que no compró y, después de seis meses, se somete a una prueba toxicológica. Quien pasa ese análisis recibe su dinero. El que no, lo pierde para siempre. Es más o menos el equivalente literal de empeñar nuestra palabra. Y todo parece indicar que cuando faltar a ella nos cuesta dinero o prestigio, somos más propensos a respetarla.