No mirarás la celulitis del tu prójimo
No mirarás la celulitis del tu prójimo
Redacción EC

Lizzy Cantú

Viste su celulitis. No querías, pero lo hiciste. Estaba en la tele, en algún quiosco al pasar. La espiaste en tu teléfono celular o en la computadora de tu trabajo. ¡Qué descaro! ¡Qué perezosa! Días después también te lamentaste de las malas decisiones que aquella otra había tomado. Cliqueaste una y otra vez en las galerías de fotos. Estaba irreconocible. Otra pobre víctima de la obsesión con la apariencia, le dijiste a tu colega en la oficina. Que envejezca en paz, con gracia. Que asuma su edad con dignidad, sentenciaste. ¿Y a ti qué te importa? ¿No tenemos bastante ya con nuestra propia inseguridad? ¿No nos hemos ya graduado del colegio? ¿Nos gusta el bullying, sí? ¿Acaso no tenemos nada mejor que hacer que rajar de las demás? Nada ganamos con estos ejercicios ociosos. Ni siquiera superioridad moral. Es más, me parece que estos días he mirado con renovada neurosis mi propio trasero: redoblo la cantidad de agua que bebo. Me matriculo en una clase de yoga. Escribe Caitlin Moran en ‘How to be a Woman’ sobre el afán de la prensa que vive de señalar las fallas de las celebridades: «Para una lectora, no existe consuelo al ver una foto de una mujer famosa ‘ampayada’ con un lente de largo alcance, con ‘círculos escarlatas de vergüenza’ alrededor de sus piernas fofas, brazos con estrías o su guata ligeramente hinchada. Porque lo que esto le dice a una lectora...es que aunque fuera una mujer ambiciosa y creativa que ha trabajado duro, recibido algunas oportunidades y escalado en su profesión para ser famosa en una industria de hombres, los paparazzi vendrían a buscarla para hacerla sentir fatal...». Y toda esta especulación gratuita y azarosa, continúa Moran, es perniciosa. Porque las mujeres tenemos relaciones de por sí bastante complicadas con nuestro cuerpo como para que los demás también tengan derecho a opinar sobre él. Porque refuerza la idea de que la cualidad más importante en una mujer es su belleza física, porque -parece que el mundo nos dice- no importa que seas una actriz en la cima del mundo, una deportista de clase mundial o una política al mando del gobierno de una nación, al final de cuentas, el mayor juicio que debemos enfrentar es el de ese espejo hipertrofiado, malvado y chillón que nos señala con saña nuestras supuestas imperfecciones. Ya va siendo hora de que dejemos de hacerle caso.

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