De un tiempo a esta parte me he acostumbrado a encontrar publicaciones con este tipo de título: «La ciencia confirma que las mujeres que beben alcohol tienen mayor nivel de inteligencia»; «Expertos afirman que los bebés que lactan más tiempo son más exitosos cuando crecen»; «Un estudio comprueba que los hijos mayores son más inteligentes»; «Científicos afirman que los niños que tienen mascotas viven más felices»; «Un estudio comprueba que las mujeres de glúteos grandes son más listas».
La mayoría pretende determinar quiénes son más inteligentes, felices y exitosos. Pero sobre todo inteligentes. Es la palabra que más encuentro. Reconozco que las primeras veces que los leí, algo en mí tomaba nota mental del supuesto descubrimiento como si se trata de una recomendación profesional. Ya sea para tenerlo presente en algún momento del futuro, para aliviar alguna preocupación antigua, o simplemente para sentirme bien porque por A, B o Z, yo resultaba beneficiada sin hacer ningún esfuerzo.
Sin embargo, este tipo de publicaciones cada vez me causa menos gracia y me llama la atención de otra manera: ¡Qué cantidad de cosas absurdas, irrelevantes y sonsas se afirman! ¿Cuál es «la ciencia» que la valida? ¿Por qué esa necesidad obsesiva por anunciar la clave del éxito, la inteligencia y la felicidad en cualquier cosa?
Si los tomamos como broma no pasa nada. Pero si los tomamos en serio, ahí la cosa se pone un poco más grave y nos convendría dudar más, o por lo menos investigar mejor las fuentes, los fundamentos sobre los que dichas afirmaciones se sustentan. ¿Sabían que se puede encontrar conexión estadística prácticamente con cualquier cosa, sin que eso establezca una relación causal?
Pongamos un ejemplo: ubiquémonos en Polonia, país donde se concentra una gran población de cigüeñas. Si quisiéramos hacer un estudio estadístico (que fácilmente podría llamarse científico), podríamos correlacionar (palabra clave en la estadística) la cantidad de cigüeñas que anidan en Polonia cada año (en el censo del 2004 eran 52,500 parejas de cigüeñas), con la cantidad de bebes nacidos (356.131 en el 2004), y podríamos afirmar que por cada cigüeña que habita Polonia, nacen siete niños. Luego, podríamos compararlo, por ejemplo, con la tasa de natalidad de Finlandia que, de acuerdo a la última medición, fue de 57,000 niños aproximadamente. Tomar nota, además, de que en Finlandia no anidan cigüeñas. Finalmente, juntando toda esta información, alguien podría establecer una conexión entre la tasa de natalidad y la existencia de cigüeñas, y creer que a mayor cantidad de cigüeñas, más nacimientos.
En menos de lo que canta un gallo, alguien confunde correlación con causalidad, ignora lo absurdo y poco científico de la propuesta sin siquiera cuestionar la confiabilidad y validez del estudio, y algún incauto publicará «Estudio afirma que las cigüeñas benefician la natalidad» o incluso «La ciencia comprueba que las cigüeñas aumentan la fertilidad (ignorando que además, fertilidad y natalidad no son lo mismo)». Y listo, una publicación más que podría volverse viral.
No digo que todo lo que se publica en este sentido sean patrañas, pero sin duda varios de estos estudios son de dudosa procedencia. Y es preocupante la forma tan ligera con la que se toman en serio y la cantidad de gente que les presta atención.
Por otro lado, también pienso en las ganas que tenemos de ser los más inteligentes o los más exitosos o los más felices y pretendemos validarlo a través de los hábitos o características más absurdos (cuánto alcohol bebo, qué número de hermano soy, qué talla de pantalón uso).
Haríamos bien en confiar en nuestras capacidades, luchar por lograr lo que queremos y ser felices como somos, sin necesidad de que ningún estudio lo compruebe, lo valide, ni lo demuestre.