Natalia Parodi: "Familia de amigos"
Natalia Parodi: "Familia de amigos"
Natalia Parodi

Cuando viajé a estudiar al extranjero me encontré de pronto en la situación de no conocer a nadie y descubrir que, en algún sentido, estaba sola en ese mundo. Si no escribía a mis amigas y familia de Lima, en realidad no tenía a quién contarle cómo me iba en el día a día, ni con quién compartir almuerzos, ni fines de semana ni un buen café. Miraba alrededor y tomaba conciencia de que mis vínculos estaban aún por construirse.

Conocer gente nueva y amable no es raro, pero construir una amistad más allá de la cordialidad, llegar a quererse y sentirse sinceramente conectadas, requiere de buena estrella, química y un corazón abierto. Tuve la fortuna de encontrar a una extraordinaria persona con quien compartí confidencias, intereses, lágrimas y muchas risas. Hoy pueden pasar meses sin comunicarnos, pero cuando nos volvemos a llamar, buscar o encontrar, el cariño se evidencia enorme y la distancia desaparece. Nació una profunda amistad con alguien que vive en el otro lado del océano, y a quien sin embargo puedo llamar más que amiga: hermana. 

Donde no tenemos familia, la construimos. Más allá del trabajo o la vida social, más allá de los vínculos de sangre, nos hace falta tener en nuestra vida a alguien a quien consideremos familia. Alguien en cuya compañía podamos decir que nos sentimos como en casa. Porque la sensación de hogar es una necesidad humana. Y algunas personas tienen suerte al encontrar a otras que estén en la misma frecuencia que ellos, en el mismo lugar y en el momento preciso.

Encontrar amigos de esta especie es como encontrarte con los de tu tribu. No hace falta que compartan los mismos intereses profesionales, ni la misma edad, ni sexo, ni nacionalidad. Por alguna razón encajan y confían, se llevan muy bien, comparten el humor, y se despiertan mutua compasión, respeto y complicidad. Un claro síntoma de la profundidad del vínculo es cuando logran compartir el silencio. Es uno de mis favoritos porque quiere decir que dejaron de ser conocidos y cruzaron la línea del parentesco: sin obligaciones y sin poses. Se atreven a mostrarse como son y así se caen bien y se aprecian.

Sentirse cómodos, cómplices y generosos entre sí es la clave de esta amistad. ¿Significa que nunca se pelean? No pero -aunque no suceda a menudo- tampoco temen hacerlo. Por el contrario, pelearse no afectará la relación. Hay tanta confianza y comodidad que no hay miedo a una discusión si hay discrepancia o fastidio por algo, porque se conocen, se quieren y saben que ese cariño es más fuerte que cualquier desacuerdo.

La familia de los amigos llega a ser muy importante. Ya sea porque emigraste y los tuyos se encuentran en otro país o porque en determinado momento de tu vida no te llevas bien con la familia que te tocó, o porque ellos dejaron demasiado pronto esta tierra. 

Aunque no dure para siempre de la misma forma, las familias de los amigos dejan una huella honda en quienes la han tenido. Se vieron sin maquillaje, en piyama, en soledad, en crisis, en éxito, con plata y sin ella. Se dieron la mano cuando nadie más lo hacía. La vida puede moverlos, alejarlos, mudarlos. Pero a pesar de que el tiempo pase, se frecuenten menos, los absorba el trabajo o se encuentren abocados a los hijos y al amor, siempre conservarán ese lugar memorable en el corazón del otro. 

He tenido dos familias de amigos en diferentes momentos de mi vida. Luego de varios años miro atrás y los veo con ternura y profundo cariño. No eran la familia que me tocó, sino la que elegí. De ellos nunca me olvido ni de la invaluable experiencia de habernos convertido en una familia incondicional.  

 

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