Natalia Parodi: "Mirando por la ventana"
Natalia Parodi: "Mirando por la ventana"
Natalia Parodi

Hace un tiempo vivía en una callecita escondida y cada día que salía o volvía a mi casa me encontraba observada por una señora mayor, que pasaba horas asomada por la ventana. A veces cruzábamos miradas, otras no. La vi tantas veces que sentía que debía saludarla, sin embargo algo me inhibía de hacerlo y terminaba mirando al suelo. Quizá me generaba pudor la sensación de que me espiaba y de que sabía de mí más que yo de ella.

Entre estudios, trabajo y vida social y familiar, desde los veinte he corrido de aquí para allá, deseando que los días tuvieran 30 horas y las semanas ocho días. Manejaba mientras repasaba en la cabeza los detalles de las cosas que tenía que hacer, o caminaba hablando por teléfono o muy ensimismada. Casi ni había tiempo para ver televisión y tenía la mente siempre ocupada en proyectos y asuntos personales.

Desde que nació mi hija ha habido un cambio importante. Es como si el reloj avanzara en cámara lenta modificando la velocidad con la que vivo, e influenciando mi mirada de las cosas. Ahora estoy bastante tiempo en casa y como uno de los lugares favoritos de mi hija es al lado de la ventana, pasamos tiempo juntas viendo lo que sucede allá afuera. Sin querer ver a la gente que pasa se ha convertido en uno de mis pasatiempos. Y he descubierto cuán interesante es.

Hoy, como todas las mañanas, pasaron muy temprano los mismos personajes de siempre. Ahora los reconozco y han comenzado a darme curiosidad. Un señor mayor, de aspecto atlético y atuendo de ciclista, pasa montando bicicleta muy rápido y dobla a la derecha al llegar a la esquina. Minutos después, una señora siempre bien arreglada, en sastre y tacos, camina por la avenida y cruza la pista sin mirar a los lados. A esa hora no hay tráfico. Le sigue un joven de pelo corto con camisa y pantalón, que se desplaza por las calles subido en un skateboard. A veces lleva corbata. Luego una chica joven, con zapatillas y jean, habla por celular mientras sonríe. A veces apura el paso. Finalmente, un chico delgado de pelo largo, polo y camisa de cuadros, escucha música conectado a su handsfree y camina sereno. Y cada cierto trecho acomoda el mechón de pelo que se le viene a la cara.

Una vez alguien me dijo que tener sentado en el consultorio psicológico a alguien como Proust o Goethe era, sin duda, más interesante que la señora Pérez o el señor X. Mi trabajo como psicóloga y como conductora de programas de conversación me ha demostrado que eso no es verdad. Que si nos damos la oportunidad de descubrir al otro, veremos cómo cada quien es un mundo. Todos llenos de particularidades, de historias, con algo que decir, que compartir, que los hace especiales y únicos. Y eso es fascinante.

Pienso en la rutina que nos absorbe y en cómo a veces podemos estar tan metidos en nuestras cosas y en nuestra particular manera de ser. Y de pronto miro por la ventana y cada persona se vuelve un misterio. Al caminar van dejando un rastro que se cruza con el de otro, aunque nunca sepan quién pasó por ahí, antes o después que ellos. Tan cerca y tan lejos. Cada uno andando su camino lo mejor que pueden, con deseos secretos y todo tipo de recuerdos. Sin imaginarse que alguien los acompaña a la distancia, desde la ventana. Ni detenerse a pensar que, además de la propia, habría tantas maneras de andar por la vida. 

 

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