Natalia Parodi: "Nadie salva a nadie"
Natalia Parodi: "Nadie salva a nadie"
Redacción EC

Estar bien es una conquista. A algunos se les hace más fácil y para otros es una batalla. Pero hay algunos que sufren profundamente y se convencen de que necesitan que alguien más los saque del hoyo en el que se encuentran. Se sienten impotentes frente a su vida y destino, y genuinamente creen que son incapaces de encontrar sus propias soluciones o de salir del nudo en el que están atrapados. Por eso, esperan una especie de intervención milagrosa que tenga mayor poder sobre sus vidas que ellos mismos. Entonces buscan auxilio, ya sea del sacerdote, del médico o del psicólogo. No importa quién. Pero que sea alguien que por favor los salve, porque están seguros de que no tienen la capacidad de hacerlo y ponen la responsabilidad en manos de un especialista.

Cuando van al psicólogo, acuden a la cita como si tuvieran un saco lleno de explicaciones que prueban que ellos son víctimas que necesitan ser rescatadas. Poco a poco van sacando esas explicaciones del saco y poniéndolas sobre la mesa del psicólogo, como encargándole su destino, esperando que al volver a la siguiente cita el experto haya ‘reparado’ su drama y se lo devuelva en buen estado.

Por su parte, lo seres queridos de estas personas siempre tienen el impulso inicial de salvar a alguien así. Le dan consejos o toman decisiones y acciones prácticas que supuestamente la persona no puede. Pensemos, por ejemplo, en una chica que vive una relación tormentosa. Su mejor amiga le aconseja que termine con él, o quizá su hermana escribe por ella un e-mail con todo lo que esta no se atreve a decirle a su pareja, o los papás van a buscar al novio para cuadrarlo. Pero si bien estas medidas pueden servir para ‘salvarla’ en un momento específico, la verdad es que en la mayoría de los casos ella recae en el problema. Ya sea que vuelva con ese chico o que se consiga otro igual. Lo que ocurre es que esa chica no ha descubierto por qué tiene esa tendencia a buscar alguien que la maltrate, ni ha aprendido a cuidarse mejor o a buscarse alguien que la haga sentir tranquila y bien. Y eso no lo puede hacer nadie por ella. Ellos, con la claridad que tienen de cómo ‘debería’ ella resolver sus cosas, con sus intervenciones no logran hacer que esta entienda y asimile realmente cómo cuidarse. Es que como decía mi gran amiga Ruth, «nadie aprende en pellejo ajeno».

Numerosos pacientes llegan a la consulta psicológica con una sola exigencia, producto de la desesperación: ‘dime qué hago’. Pero no es tan simple. Nadie debe indicarte lo que debes hacer, aunque sí puede ayudarte a que tú descubras qué sientes y qué quieres. Una cosa es hablar de objetos malogrados y otra hablar de la mente y las emociones. Aquí, uno debe hacerse cargo de su propio bienestar. Pedir ayuda, sí. Pero no salvación. En el universo psicológico, es fundamental diferenciar estos dos conceptos. «Puedes llevar el caballo al río pero no puedes beber agua por él», me dijo un tío hace poco. Es que nadie salva a nadie. Lo mismo que un niño con problemas en

Matemática. Podemos ayudarlo, explicarle, pero no podemos dar el examen por él. Es él quien debe aprender. Y cuando lo logre, habrá vencido su dificultad. Igual ocurre con los problemas emocionales.

Atención: pedir y recibir ayuda es inteligente, importante, valioso y estratégico. Si uno no puede solo en un momento dado, tiene la obligación de pedir ayuda. Dejar de hacerlo es absurdo y poco práctico. Pero que otro nos dé todas las respuestas no sirve. Si nos dirigieran en qué pasos dar, qué decir y qué decisiones tomar, estarían haciéndonos creer que somos débiles y no podemos. Por eso, la ayuda más valiosa está en acompañar nuestra búsqueda.

Alguien que nos ayuda de verdad no nos dirá qué hacer, sino que facilitará el camino para que busquemos nuestras propias preguntas y respuestas. Para aclarar lo que sentimos y pensamos. Y el reto ahí es aprender a recibir ese tipo de apoyo y usarlo en nuestro beneficio para así fortalecernos, crecer y sanar.

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