Desde que empecé a votar y adquirí mayor conciencia de la política de nuestro país, las elecciones presidenciales son un angustioso proceso de ‘que gane el menos malo’. En mi caso, solo una vez creí que mi candidato era una gran persona. Pero en todos los demás, he sentido que me resignaba a elegir ‘de los males, el menor’, con la idea de que realmente no había alternativa.
En diarios y noticias vemos principalmente a los candidatos que van ganando. Y entonces los que tienen menor porcentaje de intención de voto van desapareciendo de los medios y de la mente de la mayoría de personas. Es decir que la prensa al enfocarse únicamente en los punteros no solo refleja la realidad sino que la interviene: al restar cobertura a otros candidatos, los sacan del juego.
En general, tendemos a suponer que un candidato poco conocido es menos potente, menos interesante, menos experto, menos elegible. En todo menos. Prejuicio por demás absurdo, porque ser un buen showman no significa ser un buen gobernador. El presidente que necesitamos no debería medirse por fama ni encantos, sino por la calidad de su plan de gobierno, presentado de forma inteligente y bien sustentado.
También necesitamos que la prensa nos informe mejor. Y no sobre cómo va la neurosis psicosocial, sino sobre las opciones que tenemos. Que por favor evalúen las propuestas y nos presenten las más interesantes, en lugar de atarantarnos con cifras de intención de voto que solo alimentan la angustia masivamente. Los electores necesitamos acceder a más opciones. Y no sentirnos acorralados ni que se nos convenza de que no queda más alternativa que los personajes de siempre. Sería interesante ver por ejemplo un debate entre Julio Guzmán y Alan García, o entre Verónika Mendoza y Kuczynski, o entre Nano Guerra García y Acuña, o entre Renzo Reggiardo y Toledo. ¿Un ejercicio así no nos haría participar de forma más racional y menos emotiva? ¿Desde el juicio crítico e informado, y no desde el prejuicio y el miedo?
La política nos incumbe a todos. No solo a los expertos. El voto responsable es un modo de hacerlo. Como también hacer siempre lo mejor que podamos desde donde cada uno de nosotros está. Desde los actos pequeños hasta los más significativos. Ser decentes, solidarios, trabajadores, responsables. Nunca botar la basura en la calle, pedir permiso y pedir perdón, no tocar lo que no es nuestro, nunca cruzar la luz roja ni conducir si hemos bebido alcohol. Se puede participar de la política sin necesidad de ser políticos. No poner todo el destino del país en manos de otros. Hacer patria desde donde estamos. Cada uno desde su papel de empresario, médico, abogado, policía, profesor, periodista, madre, padre, hijo, vecino. Todos. No es iluso pensar que nuestro granito de arena hace la diferencia. La hace todo el tiempo, para bien o para mal.
Cuando nos acostumbramos a ver que nada de lo que hacemos funciona, ocurre algo que en psicología se llama la desesperanza aprendida. Si siempre intento algo que nunca funciona, dejo de intentar porque estoy segura de que será en vano. Y eso es lo que nos ocurre con la política en el Perú. Es una especie de depresión colectiva. Cada vez que vemos cómo van las encuestas, nos desanimamos y nos convencemos de que no podremos influir en el resultado final, pero no es así. Por eso dejemos de fortalecer a un candidato por miedo al opositor, y elijamos al que consideremos la mejor opción. Si crees que tu voto influye, dáselo al que te importe más. Y si crees que tu voto no influye, también. (Elige libremente, no tienes nada que perder). Pero no apoyemos a alguien en quien no creemos.
Recordemos que estamos todos del mismo lado: necesitamos que el Perú esté en buenas manos.