Natalia Parodi: "¿Realista o romántica?"
Natalia Parodi: "¿Realista o romántica?"
Redacción EC

Talía terminó una relación larga y se encontró de pronto frente a una página en blanco. ¿Volver a salir? ¿Con quién? ¿A dónde? Luego de años de tener una rutina con su pareja, le costaba mucho salir de nuevo al mundo, conocer gente y cultivar círculos sociales. No sabía por dónde empezar. De pronto, aparecieron hombres interesados en ella. La llamaban, le coqueteaban, la invitaban a cenar, a tomar café, al cine. Sin saber bien aún qué quería, se permitió salir y distraerse, observando cómo se iba sintiendo con nuevas personas.

Primero apareció José. Un hombre muy guapo que años atrás a Talía le había gustado, pero con quien nunca había salido. Por su atractivo estaba acostumbrado a tener éxito con las mujeres. Era además simpático, sensible, sereno y amable, y ella se sintió muy cómoda con él. Sin embargo,

José era un desesperanzado del amor. Le gustaba Talía pero no creía en las relaciones y suponía que cualquier cosa que empezara terminaría rompiéndose de todas maneras.

Luego apareció Sandro, un seductor muy entretenido. Vital, viril, gracioso y galante. Él estaba hecho para disfrutar. Sin duda, una gran compañía. Y Talía se sentía alegre a su lado. Pero también era un desencantado de las relaciones. Él argumentaba que lo concreto es que a largo plazo no funcionan y que había que vivir el presente, sabiendo que nada dura para siempre.

Ni José ni Sandro creían en el amor. Por la forma en que se habían dado sus experiencias, ellos habían concluido que el amor era pura ilusión, que la convivencia no funciona y que pensar en un futuro ‘para siempre’ no era realista. Y Talía, víctima reciente de una ruptura dolorosa, estuvo a punto de concordar con ellos.

Pero, de pronto Juan apareció. Juan era un hombre alegre, espontáneo, divertido, transparente y tierno. Talía la pasaba genial con él. Y paradójicamente, sin proponérselo, vivían el presente sin preocuparse del futuro. A Juan le habían partido antes el corazón, pero había tenido la suerte de conservar intacta la ilusión y la capacidad de alimentarla. Él no solo creía en el amor sino también en la felicidad.

Al poco tiempo de conocerse, Juan le anunció a Talía que se iría dos años al extranjero para hacer un posgrado. Ella entristecida le dijo que se alegraba por él, pero que le daba pena que la relación terminara. Juan sorprendido preguntó: «¿Y por qué debe terminar?». Respondió ella: «Porque las relaciones son difíciles y de lejos, imposibles». Pero él, muerto de risa le pidió que se dejara de dramas y le aseguró que no había ninguna razón para que lo suyo no funcionara.

Ante tan refrescante reacción, Talía se enamoró más de Juan. Sintió como si él la invitara a pasar por una puerta que ella no conocía. La de atreverse a creer en que todo puede estar bien. Juan se fue y siguieron a distancia esos dos años. La relación continuó y hoy están felizmente casados y tienen una hermosa familia.

Quizá José y Sandro tenían buenas razones para no creer en las relaciones, porque en sus casos no había resultado. Ambos tenían argumentos válidos ‘comprobados’ por sus experiencias de vida. ¿Pero eso quiere decir que el destino les negaba toda posibilidad de una relación que funcionara?

¿Que no hay que atreverse a enamorarse si la felicidad no viene garantizada? ¿Renunciar al amor es acaso un mejor negocio?

No nos hagamos trampa: el pesimismo no siempre es lo más realista. Que una relación haya terminado no significa que haya sido irreal ni infeliz. La realidad tiene tristezas y alegrías.

Y sí se puede ser romántica y realista. No dejemos de disfrutar el presente ni de ilusionarnos, por temor al futuro. Dejar de creer en el amor no es más lúcido que creer. Pero creer sí es más feliz.

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