No sé si en ustedes, pero en mi vida las bicicletas no han tenido mucha presencia hasta hace poco. No hemos sido una sociedad especialmente aficionada al ciclismo, como sí lo son Ámsterdam, Sevilla o Berlín. Atravesamos esta enorme ciudad entre carros y combis, y algunos tramos a pie.
Sin embargo, la nueva propuesta de transitar las calles en dos ruedas es realmente una gran idea por muchas buenas razones. Primero, es saludable. También es práctico porque a lo largo del día, y sin querer queriendo, podemos hacer ejercicio e ir incorporándolo a nuestra rutina. Y aunque ir de un extremo al otro de Lima quizá resulte complicado –mas no imposible– cruzar dos o tres distritos es fácil y muy simpático.
Segundo, es ecológico. Al no utilizar combustible, no contaminamos el medioambiente. Es decir, no solo es saludable por el ejercicio que practicamos, sino también por contribuir a limpiar el aire que todos respiramos. Además de reducir la contaminación sonora y el tráfico que el exceso de autos ocasiona.
Tercero, es más barato. Adquirir una bicicleta es muchísimo más económico que comprar un carro, y excepto por cierto mantenimiento simple que requiere, no necesitamos un presupuesto semanal ni mensual para utilizarla. Desplazarse en bicicleta es gratis. Solo se precisa de ganas y energía para subirse y montar.
Anduve algunas semanas en bicicleta cuando tuve la oportunidad de estar en esas ciudades del extranjero. Donde tenerla es tan común, que tener carro es lo raro.
Pensé que me cansaría mucho y no fue verdad. Es un medio de transporte muy amable. Temí que de noche fuera terrible por el sueño y por el frío, sin embargo al montar bicicleta y poner el cuerpo en movimiento, también se despierta la mente y la temperatura corporal sube, haciendo del paseo no solo algo posible, sino además muy agradable. De hecho ir en metro resulta mucho más frío y agotador, porque con la quietud los minutos pasan lentamente y hace que todo resulte más insoportable.
Tuve bicicleta dos veces en mi vida, pero las usé muy poco, porque a pesar de que la recomendación es evidentemente buena, encuentro desafiante montar en esta ciudad. El peligro del tráfico, los perros que ladran persiguiendo bicicletas, los ladrones y los acosadores con silbidos o comentarios ofensivos, francamente me quitan las ganas.
Entonces el evidente placer con todos sus beneficios se convierte en una batalla, un reto diario que implica tomar una postura luchadora cada vez que se realiza. Y eso me desmotiva. No me provoca enfrentar al mundo cada mañana que voy al trabajo. Quiero pasear y sentirme bien. Nada más.
Pero es una lucha que se tiene que hacer. Quienes recorren o han recorrido las calles en dos ruedas no solo lo entienden sino que lo añoran. Como yo. La lucha por conquistar ciclovías y recuperar espacio para la vida en bicicleta en la Lima saturada que hoy tenemos, se hace inminente. Será un proyecto de largo aliento, que debería incluir estacionamientos para bicicletas, arreglo de las pistas, señalización e incluso reglas para ciclistas, con deberes y derechos, además de hacer de las calles un lugar menos peligroso.
Pero ya hemos empezado. Algunos distritos lo comienzan a promover. Por suerte andar en bicicleta es contagioso. Cada vez que veo a alguien en una pasar por mi lado –mientras mi semáforo está en rojo– me quedo picona por no ser la que esté subida ahí. Pero me gusta ese reto. Me motiva. Y cada vez son más los que se animan a elegirla como medio de transporte. Es lo que toca. Por placer, salud y armonía. ¿No es poco, no?