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El Gran Cañón: uno de los atractivos más impresionantes - 1
Redacción EC

Carlos W. Albertoni

El abismo se ha manchado de blanco. Es febrero y la nieve cubre casi por completo al Gran Cañón del Colorado, esa descomunal y profunda garganta de más de 450 kilómetros de longitud excavada por el río Colorado en el centro mismo de Estados Unidos, exactamente en el Estado de Arizona. Estoy en un local de comidas rápidas de Williams y he venido con la expectativa de quien va a encontrarse con algo maravilloso. Con algo único.

Williams es una pequeña ciudad ubicada sobre la histórica Ruta 66. Muchos la utilizan como punto de partida para visitar el Cañón del Colorado, ya que desde allí son poco menos de cien kilómetros hasta la entrada del Parque Nacional Gran Cañón, una enorme área protegida de 4.927 kilómetros cuadrados que comprende gran parte de la superfi cie total y recibe anualmente más de cinco millones de turistas. En un auto alquilado demoré menos de dos horas en llegar.

Recién ha amanecido y la luz débil del primer sol del día ilumina apenas la parte superior del Gran Cañón, por donde corre un viento seco que agita las ramas de los árboles. Con una profundidad máxima de 1.600 metros y un ancho que en algunos sectores supera los 30 kilómetros, el Gran

Cañón es una garganta de medidas descomunales. Su formación se calcula que se originó hace unos 2000 millones de años, en el período Precámbrico, cuando el cauce original del río Colorado inició un larguísimo proceso de erosión de las rocas sedimentarias que forman parte de la geografía de la región. A simple vista, la herencia de esa erosión son las franjas horizontales de tonos esencialmente rojizos que se multiplican a lo largo de todo el Cañón y constituyen estratos sedimentarios que asemejan pinceladas de un pintor. “Esto es lo más sorprendente que he visto en mi vida”, cuentan que dijo el legendario Theodore Roosevelt en los tiempos en los que solía pasar varias semanas en la zona del Gran Cañón. Por ello, en enero de 1908 y durante su segundo período como presidente de Estados Unidos, declaró como Monumento Nacional al majestuoso

Gran Cañón. Aquella distinción abrió las puertas para que algo más de una década después, en febrero de 1919, el presidente Woodrow Wilson convirtiera el lugar en Parque Nacional.

POR EL LADO SUR

A media mañana el frío ya casi no se siente. A partir del mes de febrero, el lugar suele tener temperaturas muy agradables a lo que se suman cielos que casi siempre son claros, totalmente despejados. El sol me da de lleno en el rostro al llegar a Mather Point, uno de los mejores y más populares miradores del Gran Cañón del Colorado. Ubicado a una muy corta distancia de la principal entrada del Parque Nacional (espanol), este mirador forma parte del llamado South Rim (Borde Sur), un extenso camino que corre paralelo al borde austral de la garganta. “Nunca me canso de venir aquí”, me dice un hombre canoso que vive en Arizona y visita tres veces al año el Gran Cañón. Cuando menos, eso es lo que me asegura. Fuma un habano cubano y abre desmedidamente los ojos cuando mira hacia el fondo, allá por donde corre el Colorado.

Después de Mather Point, tomo el rumbo del oriente del South Rim, unos cuarenta kilómetros de asfalto hasta Desert View. Este mirador permite también algunas de las mejores vistas del Gran Cañón, en especial en las horas crepusculares. En Desert View se encuentra una vieja torre de ladrillos que fuera construida en 1933 al estilo de los antiguos puestos de vigilancia de los anasazi, una etnia norteamericana que habitara las tierras de Arizona antes de la llegada de los colonizadores blancos. “Los anasazi habitaron en todo el territorio de lo que hoy son los estados de Arizona, Colorado, Utah y Nueva México. Nunca tuvieron contacto con los hombres blancos, pero en la actualidad hay algunos pueblos que se cree que descienden indirectamente de ellos, como los zuñi y los hopi”, me explica Stan, un guía que acompaña a un grupo de turistas españoles que se asombran con las vistas que se observan desde la torre.

En las primeras horas de la tarde, luego de un breve almuerzo (una hamburguesa y una gaseosa), vuelvo hacia la zona de Mather Point. Cinco cuervos revolotean sobre el mirador mientras dos chicas de no más de quince años se sacan selfi es con el fondo del  precipicio. De repente, en el cielo, veo pasar un helicóptero, sobrevolando bajo la gran garganta. Estos vuelos en helicóptero son una de las excursiones más exclusivas e inolvidables que pueden llevarse a cabo en el

Cañón del Colorado. La mayoría de los recorridos se inician en el aeropuerto del Parque Nacional y duran aproximadamente 30 minutos en los que se avistan varios lugares increíbles, entre ellos el Dragon Corridor, la parte más profunda y ancha de la garganta (US$160 por persona aproximadamente). “Si no lo hizo nunca, no debe dejar de hacerlo”, me sugiere un sexagenario con sombrero de ala ancha que me ve mirando al helicóptero.

Desde Mather Point sigo rumbo hasta Maricopa, otro mirador del Borde Sur en el que me instalo para ver el atardecer. Se pone el sol y los tonos rojizos y amarillentos de las rocas sedimentarias desaparecen entre las sombras. En la noche me alojo en un hotel del Grand Canyon Village, una pequeña villa turística ubicada sobre la entrada sur del Parque Nacional. Al día siguiente, después del desayuno, decido hacerle caso al sexagenario del sombrero de ala ancha y comienzo a averiguar sobre los vuelos. Encuentro fácilmente pero me advierten que en junio o julio hay que hacer las reservas para volar con muchísimo tiempo de antelación. Como ayer, el día está despejado, increíblemente claro. Imagino que las vistas desde arriba serán inolvidables y no dudo en pagar lo que me piden. Apenas dos horas después sobrevuelo el Gran Cañón. Y no dejo de maravillarme.

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