En un claro de la selva tropical, bajo un cielo que amenaza tormenta en cualquier momento, un grupo de rastafaris golpean rítmicamente distintos tipos de tambores y cantan un viejo tema inspirado en un salmo bíblico: By the rivers of Babylon, there we sat down, we wept when we remembered Zion. Son letras que hablan de exilio, de Sion y de Babilonia -el bien y el mal-. Los músicos visten remeras vencidas y su pelo se convirtió hace tiempo en rastas compactas. Los colores que adornan sus instrumentos son los de la bandera etíope: rojo, amarillo y verde, con negro. Uno de los miembros del grupo lleva el rostro del último Negus estampado en la camiseta. El lejano imperio africano y su último soberano generaron fervientes admiradores en ese rincón de las Antillas...
Los rastafaris forman una comunidad aparte, una minoría cultural que aportó mucho al carisma de la isla. Porque Jamaica es una nación multifacética: un pequeño país que supo alcanzar dimensión mundial y generar un enorme capital de simpatía en todas las latitudes. En la galería de sus mejores promotores se encuentran por igual héroes antiesclavistas, ideólogos, músicos, deportistas o top models: desde Grace Jones a Bob Marley y desde Usain Bolt a Marcus Garvey.
Turísticamente, el país es igual de cautivante. Se lo elige por sus playas de arena blanca como la nieve, bañadas por aguas cristalinas; pero son sus paisajes interiores, su cultura y su gente los que terminan de conquistar a los visitantes. Las múltiples caras de Jamaica, siempre sonrientes, están a la vista en todo momento durante un viaje: solo hace falta mirar más allá de las recepciones de los fastuosos resorts all-inclusive.
-La otra capital-
Montego Bay y su litoral son una sucursal terrestre del paraíso tropical de las postales. También es el balneario más desarrollado y la capital oficiosa del turismo jamaiquino, gracias a un aeropuerto internacional con excelente infraestructura. Sus escoltas están una en el oeste, Negril, y otra en el este, Ocho Ríos. Entre los tres captan la mayoría de los visitantes y reciben a los pasajeros de los grandes cruceros que navegan por el oeste del Caribe.
Kingston, la verdadera capital, está sobre la costa opuesta, en el sur. Son menos de 200 kilómetros pero podrían ser años luz. Y en los hoteles y las atracciones, ponen en guardia: "No vayan hasta allá, demasiado caótico, demasiado peligroso. Lo mejor del país está aquí". Para los rastafaris, Kingston es Babilonia, el lugar donde se concentran todos los males.
Habría que hacer oído sordos a unos y otros y viajar hasta la ciudad, aunque sea para conocer el museo dedicado a Bob Marley o disfrutar del paradisíaco cayo Lime.
Montego Bay es la puerta de entrada a la isla para la mayoría de los viajeros, y sobre todo para los latinos. Desde diciembre, Latam opera un vuelo directo varias veces por semana desde su hub de Lima. Pasando los límites del aeropuerto, Jamaica y su gente destilan algunas primeras impresiones que se confirmarán día tras día: la gentileza y la cercanía de la gente, la hermosura de las playas, la belleza de los paisajes y las excelentes infraestructuras.
-Obsecionaste -
Grandes resorts ocupan buena parte de la costa. Todas las cadenas están presentes y se destacan algunos complejos, como el imponente doble hotel Hyatt, operado por el grupo Playa Resorts. El Zilara está reservado a los adultos y el Ziva es para las familias. Ambos comparten una misma playa y varios servicios. Un poco más lejos, el Jewel Grande es otro complejo emblemático de Montego Bay. Su increíble spa cuenta con una sala de relajación única en todo el Caribe, construida con bloques de sales del Himalaya. Sea cual sea la opción elegida, estos hoteles son pequeñas ciudades que cuentan con todos los servicios imaginables. No haría falta siquiera salir de sus límites para buscar más diversión. Pero sería un pecado...
Para empezar a explorar la región, lo mejor es arrancar por Hip Street (es un nombre artístico ya que el verdadero es Gloucester Avenue), la céntrica calle donde se concentran las principales tiendas y los mejores cafés de Montego Bay. Justo detrás del complejo del Decameron, muy cerca de la playa, se levanta el Usain Bolt's Tracks & Records Restaurant, un local temático abierto por el campeón olímpico. Junto a un monumento que lo muestra con su pose favorita, hay varias efigies de figuras jamaiquinas como próceres y los músicos Bob Marley y Jimmy Cliff. Este último es nativo de Montego Bay, donde una avenida lleva su nombre en un barrio residencial, camino a Ocho Ríos.
A esta altura, y aunque el viaje recién haya empezado, la música de Marley, Tosh, Cliff y los demás no habrá dejado de sonar en ningún momento. Jamaica es reggae y el reggae es Jamaica... Uno es indisociable del otro. Y un tema vuelve una y otra vez, más que los demás: se trata de One Love, una especie de himno extraoficial de la isla que suena varias veces por día, cuando no por hora...
¿Reggae = rasta? Todavía es temprano para captar las diferencias y los matices y para entender que no siempre se trata de lo mismo. En una visita a una aldea de rastafaris, en las afueras de la ciudad, se entiende mejor.
Pasando los últimos barrios de Montego Bay, las montañas vuelcan la exuberante vegetación de la jungla. Las pequeñas y sinuosas rutas rurales atraviesan pueblitos hasta llegar a complejos turísticos, muchos de ellos instalados en los cascos de antiguas plantaciones azucareras. Es el caso de Good Hope, a orillas del río Martha Brae, donde se puede disfrutar de la tirolesa más larga de la isla, para "volar" por encima de la selva tropical.
Un poco más abajo, pero siempre en el mismo valle del río Martha Brae, otra empresa organiza bajadas en balsas armadas artesanalmente con troncos de grandes cañas. La isla tiene poca fauna, pero durante la flotación se llegan a avistar tortugas, aves y algunos grandes lagartos. La embarcación se desliza sigilosamente sobre el agua verde, debajo de la copa de los árboles, que forma como un túnel vegetal. Es la versión jamaiquina de los paseos en góndola, y no hace falta insistir mucho para que los remeros entonen su propia versión de One love, The harder they come, No woman no cry o algún otro éxito del reggae jamaiquino.
-Fantasmas y agua luminiscente-
Siempre fuera de Montego Bay, pero en dirección a Ocho Ríos, se pasa por la zona de Rose Hall. Allí están el Hyatt Zilara y el Hyatt Ziva, el complejo Jewel Grande, un shopping de tiendas de lujo y el centro de convenciones. Un poco más lejos, muy visible sobre una de las colinas que dominan la costa, una imponente mansión atrae las miradas: es la Rose Hall Great House, una de las mayores atracciones locales. Sus paredes encierran recuerdos de historias góticas de fantasmas, crímenes y lujuria. Esta trama se esconde bajo el barniz de elegantes habitaciones y distinguidos salones. Es una mezcla explosiva de esclavismo, sadismo y depravación. Allí vivía Annie Patterson, viuda de John Palmer, dueño de la plantación de Rose Hall, una de las más extensas y ricas de Jamaica y tildada de bruja blanca.
La historia de fantasmas y crímenes termina frente a la tumba de Annie, en un rincón del parque de la mansión. Entre los troncos de los grandes caobas, se ven pasar furtivamente algunas mangostas. Esos animales no son nativos de la isla, pero fueron llevados desde la India por los colonos británicos siglos atrás para frenar la proliferación de ratas en las plantaciones. Su adaptación fue tan exitosa que se convirtieron a su vez en plaga, diezmando poblaciones de reptiles y aves locales. Es común verlas hasta en zonas urbanas.
Bordeando la costa, se llega luego a Falmouth, un balneario que prospera alrededor de una pequeña bahía, bien protegida del mar abierto. Allí desemboca el río Martha Brae. Sus aguas dulces y frescas no se mezclan con las más cálidas y saladas de la laguna. Así se crearon las condiciones ideales para la propagación de unos microorganismos que emiten luminiscencia, por la noche, cuando se los perturba. Este fenómeno natural se conoce como glistening waters y se produce por la noche. Es cuando hay que subirse a las embarcaciones que zarpan desde los muelles de los restaurantes de la bahía y navegan en busca del banco de este microplancton. El fondo de la bahía no es muy profundo pero el suelo es muy barroso y es imposible caminar: mejor entonces flotar y dejarse llevar por el agua, agitando los brazos para provocar la "ira" luminiscente de los bichos microscópicos, bajo la luz de la luna.
De vuelta en Montego Bay y antes de visitar el pueblo rastafari de Port Bello, es tiempo de conocer la playa de Doctor's Cave. Está entre el aeropuerto y el puerto de cruceros. Se la considera una de las más bellas de la isla y tiene la ventaja de estar bien insertada en las redes de transportes de la ciudad. La arena es tan fina como el agua es transparente y tiene todos los servicios que uno pueda esperar, tanto para comer y tomar tragos como para alquilar equipos de buceo o reposeras.
Finalmente, la última cara de Montego Bay nos lleva a conocer la cultura de los rastafaris. Hay que llegar hasta el predio de Montego River Gardens, un restaurante con vistas a un río que se abre paso en medio de la jungla, en el suburbio de Port Bello. Se cruza el arroyo caminando por un vado poco profundo, para llegar hasta el Rastafari Indigenous Village, un pequeño centro que muestra la cultura y la filosofía del movimiento rasta. En torno de un fuego que nunca se apaga, cada miembro tiene un taller donde fabrica artesanías de su especialidad: tambores, bebidas a base de agua de coco y cacao, jabones y ropa. En el espacio central se hacen las demostraciones de música y hay paneles de madera pintados con el rostro de Haile Selassié y la Emperatriz Menen, junto a máximas que sintetizan la filosofía y el pensamiento rasta: son vegetarianos, usan lo que producen ellos mismos y construyen las casas con bambú. La visita es tan instructiva como folklórica, porque al fin y al cabo los rastafaris viven del turismo y, luego de las charlas, invitan a pasar por cada puesto para vender sus producciones...
Como dicen por todas partes en la isla, no es un problema.