Adriana Garavito
Durante 18 días, todo cambia en Munich. Mujeres de todas las edades caminan vestidas con el “dirndl”, ese vestido que evoca a un comercial en el que una danesa sonríe mientras unta mantequilla al pan. Los hombres hacen lo mismo: es evidente que han hecho lo mejor posible para verse bien en sus “leaderhosen”, el típico traje de Bavaria. Son las diez de la mañana, pero más de uno tiene una cerveza en la mano y juntos caminan hacia la misma dirección: Theresienwiese.
Este es un campo abierto que se demora en armar casi un mes. Ahí, desde 1810, se celebra el Oktoberfest, festival de cerveza más grande del mundo. En la actualidad se festeja a mediados de setiembre por una simple razón: agarrar buen clima. Así, bajo un sol que no aturde y una brisa que no congela, da gusto tomarse una buena cerveza y ponerse a bailar entre calle y calle. Total, lo más probable es que haya otro que decidida seguirte la corriente.
Cada año, llegan aproximadamente 6 millones de personas. La mayoría son europeos, aunque claro, unos que otros peruanos también rondan por ahí. De hecho, en una esquina se escuchó a uno gritando que jamás dejará ser hincha de Alianza Lima y a su amigo planteándole una brillante idea: ir a tocarle la puerta a Claudio Pizarro.
Al llegar al festival, uno se encuentra con todo: stands de comida, juegos mecánicos –que incluye un carrusel para niños y otro en el que sirven alcohol- y, por supuesto, las casas de cerveza que solo se produce en Munich. Entre ellas: Hofbrau, Augustiner, Scholternhamer y Löwenbräu, una de las más vendidas de Alemania, que fue creada en 1383 y en febrero de este año se lanzó en nuestro país.
EMPIEZA LA FIESTA
No hay que pagar para entrar a estas, pero sí hay que reservar mesa con meses de anticipación. Cada una tiene capacidad de 7 mil personas que se van rotando cada 5 o 6 horas. La demanda es alta, es mejor ser precavido. Pero una vez con tu brazalete puesto, puedes entrar cuando quieras. Aunque sin una mesa no tiene mucho sentido estar dentro, pues es muy difícil que te atiendan.
Ya es mediodía y en la puerta trasera de la carpa de Löwenbräu hay otro grupo de peruanos esperando entrar. Son dos parejas. Se ganaron un sorteo tras comprar un six pack de esta marca y así, como quien no quiere la cosa, pasaron un fin de semana en Alemania.
Están cansados. Se les nota en la cara. Fue un viaje largo: Lima – Madrid, Madrid – Munich. Es la forma más rápida de llegar, pero eso no quita que sea largo. El ruido de la carpa está encapsulado. Escuchan la música y los gritos como si estuviesen lejísimos, pero al cruzar la entrada, los 4 forman parte de una fiesta que parece interminable. Es como un mundo paralelo: afuera hay niños corriendo, familias pasando un día tranquilo y ahí dentro es un loquerío. Está repleto, la gente está parada sobre las mesas, las bancas, cantan, se ríen, gritan, consumen menta en polvo (tradición de este festival) y sostienen vasos con un litro de cerveza.
En total se consumen 7 millones de litros de cerveza, que por el evento ha sido modificada y tiene unos cuantos grados de más. Los hombres se encargan de servirla directamente desde los barriles, mientras que las mujeres las llevan a las mesas. Hacerlo entre tanta gente no es fácil, así que prefieren evitar repetir el recorrido y cargan entre 7 a 8 vasos. El peso es tal que muchas de ellas utilizan muñequeras. Menos mal. Así te recuerdan que después de todo, no son anormales: son solo mujeres grandes y muy fuertes. “Al final te acostumbras”, dice una de las meseras de Löwenbräu.
Cada litro cuesta 10 euros. Pero cada casa regala una cierta cantidad de tickets que equivalen a un vaso. Cuántos regalan depende de la anticipación con la que se hizo la reserva de mesa. ¡Salud por la puntualidad! Hay una banda al centro y cada cierto tiempo entonan canciones típicas de Bavaria. Obviamente los peruanos no las saben. Muchos otros turistas tampoco, pero eso no importa: con levantar el vaso es suficiente. ¡Salud!
Para matar el hambre se sirve una especie de pollo a la brasa. Las piezas son grandes, con una es suficiente, pero se puede pedir también con papas fritas (en realidad no es necesario). En la puerta principal y en la de atrás se sigue aglomerando gente. Es casi imposible notar que recién son las 5 de la tarde.
POR LOS AIRES
El día es largo, así que dar una vuelta por la feria no es una mala idea. Los juegos mecánicas cuestan entre 8 y 10 euros y hay varias opciones: una montaña rusa, tagadá y –el mejor de todos- “skyline”: una caída de 80 metros. Todos están activos desde que se abre el Oktoberfest a las 9 de la mañana hasta que cierra a las once de la noche, una hora más desde que cierran las casas de cerveza.
Si es lunes, jueves o viernes no importa. Toda la ciudad gira alrededor del Oktoberfest. Los hoteles están llenos y los bares no cierran. Munich está despierta y no quiere que nadie se vaya a dormir. Al día siguiente, la historia es más o menos parecida. El cansancio se desvanece en un dos por tres debido a la energía de la gente y a las ganas que tienen de pasar un buen rato.
Pero la ciudad tiene otras cosas para ofrecer. El Englischer Garten en la calle Hufgatenst con Odeonsplatz, por ejemplo, es un jardín inmenso que ofrece tranquilidad. En la cúpula ubicada en el centro, incluso, se pueden ver músicos callejeros. Uno toca Bach en el piano y después otro toca un son latino con el chelo. Los puedes ver sentado en el piso, o sino mientras tomas una copa de vino en el Café Lutipold, un lindo espacio al aire libre con asientos que miran hacia los árboles y con mantas rojas en el silla para que te abrigues por si la brisa se enfría.
Otra forma de conocer la ciudad es montándote en una bicicleta. Como en casi todas las ciudades de Alemania estas se pueden alquilar. Son gratis durante 45 minutos. Pero, claro, este es solo un break. Recuerda que La villa Theresienwiese es tan grande que necesitas mínimo dos días para pasear dentro de ella.
Suena intenso. De hecho es válido preguntarse ¿Para qué dedicarle todo un día a tomar cerveza? La respuesta no es tan simple, pues el Oktoberfest, en realidad es más que sentarse a tomar una cerveza. Es una oportunidad para ver la transformación de una ciudad; para ver como se rejuvenece sin perder sus tradiciones; como se rehúsa a dormir y aun así está llena de energía. Sin duda, es uno de esos eventos a los que no deberías de esperar ganar un sorteo para ir. ¡Salud!