El pan nuestro de cada día. En Lima, la religiosa capital del Perú, nunca se reza en vano.
Para el desayuno y para el lonche. Si vivías a unas cuadras, cruzando Salaverry, o más allá, en el último paradero de los Enatru. Los lunes después del trabajo o los domingos para los chicharrones. Torta de chantilly para el Día de la Madre o baguette extralarge para llevar. Cuando abrió el supermercado de Risso y el día que en cerraron Arenales para remodelar. En el paquetazo de 1988 y en la pandemia del 2020. A los 10 años de la mano de tu viejo y a los 50, engriendo a los nietos. Para comer y para llevar. Para enseñar y para recordar.
Se llama Belgravia y es la panadería y pastelería más tradicional de Lima. Su nombre está inspirado en un caballo pura sangre que corría en el Hipódromo de Monterrico, a finales de los años 60. Todavía conserva la primera caja registradora y uno de sus primeros hornos. Tendrían que ir a un museo. Sus dueños decidieron nunca remodelarla y eso que parecía un atraso es hoy un homenaje: la esencia de este lugar, en el cruce de las avenidas Arenales y Tomás Guido, en Lince es precisamente eso, su pasado. Sus manos. Sus bolsas de papel kraft. Sus cajas en color celeste y rosa con dos ángeles a los lados. Sus clientes. Su compañía. El próximo 18 de junio cumple 50 años y sigue despachando su baguette que se desborda, su pionono XL y sus empanadas barrigonas. Como si fuera poco y no fuera suficiente.
Sigue siendo el pan nuestro de cada día. Ahora con Instagram y delivery.
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José Carlos Vallejo es el gerente general de Belgravia, la panadería de sus padres, la panadería de los míos. Corre rally. Tiene 3 hijas -de 19, 18 y 12- que aman los dulces y, quién sabe, heredarán el encargo que él aceptó en 2006, cuando falleció el patriarca Vallejo: liderar la empresa familiar. “No creo”, dice él hoy, riendo, al otro lado del teléfono, mientras coordina tres cosas a la vez: 1) Que los 200 pedidos diarios de delivery lleguen a tiempo a los 7 distritos a los que hoy llega (Lince, San Isidro, Miraflores, Barranco, Jesús María, Pueblo Libre, Magdalena. 2) Que los protocolos sanitarios y de seguridad se cumplan al milímetro. 3) Que el pionono tenga la misma, mágica cantidad exacta de queque y manjar de toda la vida. En su caso, de 50 años. Las Bodas de Oro del pionono.
“Hace unos meses -dice Vallejo- convocamos a unos arquitectos para evaluar una remodelación de Belgravia. Cuatro de ellos me dijeron lo mismo que yo pensaba: “El espíritu de un lugar no se puede remodelar”. Nosotros queremos seguir siendo lo que ya somos: la panadería de toda la vida de los limeños. No nos reinventamos en este tiempo de pandemia, nos adaptamos y ahí está nuestra virtud: quédate en casa y Belgravia llega a tu casa. Y llegó”.
Ahora que tenemos la oportunidad de (ad)mirar la casa en que vivimos, conocer a la familia que a veces no conocemos, y protegernos bajo el techo de ese lugar que hoy se presenta como búnker, pocas cosas tienen el poder de reunir en una mesa a abuelos y a nietos, a los hombres que creían en Woodstock y a los que admiraban a Belaúnde. Una es el miedo. Otra es el pan crocante con mantequilla. Paola Miglio, crítica gastronómica, escribió esta idea mejor que nadie en El Comercio: “A Belgravia uno no va a buscar novedades, innovación ni tendencias. Va por lo que comió toda la vida, no hay decepción en eso. Es comida sencilla, real, del día a día. La vuelta a casa. A la familia completa”. No había que ser fanático del pan para entrar a este museo: “Cuando era más chibolo -recuerda Pedro Ortiz Bisso, editor de El Comercio, me iba caminando del diario a mi casa, cuando vivía en Surquillo. Mis papás nos llevaban antes cuando éramos chicos. Era algo especial: ir a Belgravia y comprar esos panes gigantescos”.
Si en estos tiempos había que quedarse en casa como cuando éramos niños, había que quedarse comiendo pan.
LA CÉLEBRE TORTA DE CHANTILLY DE BELGRAVIA:
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¿Cómo era un día promedio en Belgravia, antes del aislamiento social obligatorio? ¿Cómo es un día hoy? La panadería de la familia Vallejo nunca cerró. Eso sí, con las puertas abiertas desde el 16 de marzo, las 80 personas que trabajan en Belgravia fueron testigos de la soledad más triste de todas: una ciudad vacía que de puro pánico se ha olvidado de comer. En los primeros días de la cuarentena vendieron solo el 15% de su producción. Pero nunca despidieron a nadie, por el contrario, contrataron: “Cuando se anunció la suspensión perfecta, y en consecuencia gente muy capacitada sin trabajo, me plantee la idea de buscar a personas que me ayudaran a resolver algo que se venía encima: la carga por delivery”, explica Vallejo. Belgravia contrató personal para 3 camiones refrigerados -esos que han llegado a su casa, si ya hicieron uno de los 200 pedidos diarios que recibe la panadería-, va a contratar un camión más en breve espera llegar a 10 unidades para reparto. “Llamé a un amigo que conocía el rubro -dice Vallejo- y le dije: necesitamos camiones ya, para mañana”.
Con el trasporte elegido y acondicionado y con un nuevo protocolo de seguridad sanitaria en marcha, había que empezar. El delivery de Belgravia ha cumplido ya 6 semanas.
¿Cuál es el protocolo sanitario de Belgravia hoy? Para una guerra:
-Se compraron millares de bolsas biodegradables para evitar el reinicio de la contaminación por plástico de Lima.
-Catorce personas, provistas de mascarillas N95, tapas faciales, y etc. trabajan en los camiones refrigerados.
-Todos los trabajadores pasaron la prueba del Covid-19 con salgo negativo.
También hubo de cultura popular. El que no lo ha hecho, miente.
"A este protocolo -dice Vallejo- le sumamos algunas cosas que no sé si funcionen pero formaban parte de otros cuidados: jugó de naranja para todos todas las mañanas -la vitamina C-; gárgaras de sal tres veces al día y generosas dosis de té con limón y kión para ese ejército de notables que amasan, organizan y cultivan las tortas de chantilly más deliciosas que mi memoria recuerde.
Quizá por todo ese protocolo, el segundo domingo de mayo, Día de la Madre, Belgravia vendió 600 ejemplares robustos de ese manjar. Una cola de 3 cuadras de clientes perfectamente separados es la prueba, para las redes.
ASÍ LLEGA HOY EL DELIVERY DE BELGRAVIA:
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Alguna vez, un focus group con periodistas de El Comercio como testigos arrojó una verdad que inflaba el pecho y fruncía la frente: este diario era visto como enorme señor de barba blanca, bastón con mango de oro, lentes de montura y nietos. El Comercio, en la memoria de alguna gente, era Papa Noel. Ocurre que luego se reinventó, ingresó a redes sociales, produjo ese monstruo que es hoy el sitio web de EC. Uno puede aprender de las nuevas reglas, pero 181 años no se construyen en un clic. Ocurre algo parecido con Belgravia, la panadería de los abuelos, la pastelería donde iba la familia en los 80 a comprar unas tortas para el cumpleaños, y donde va ahora esa misma familia a recordar que lo hacía. El prestigio -esa cara virtud- está intacto y ninguna moderna oficina o letrero luminoso puede disfrazarlo.
Con zapatos macarios y pantalones campanas, o con jeans pitillos y zapatillas de moda, no existe limeño que alguna vez no se haya detenido en la panadería Belgravia para pedir un pastel y tomar una Inka Kola. Nos han salido canas y crecido la barriga, pero hay cosas que siguen siendo las mismas.
NOTA IMPORTANTE:
Belgravia quiere rescatar la memoria de estos 50 años a través de sus redes sociales y ha empezado una búsqueda de fotos de sus clientes más entrañables en el lugar, con su familia, con sus hijos, con sus nietos. Si tienes alguna foto que quieras compartir, envíala a miguel.villegas@comercio.com.pe y la publicaremos aquí.