Cuando era su época, la hacienda Chuquitanta poblaba sus tierras de caña de azúcar, algodón, incluso trigo o camote. Esa parte también era Lima, 16 kilómetros al norte del Centro, pero no se le decía Lima: a finales de 1800, la capital del Perú era todavía un espacio protegido por inmensas murallas y las noticias de lo que ocurría muy al sur o muy al norte tenían velocidad de carreta, no de whatsapp. El 8 de julio de 1874, en ese país enorme y dividido, nació el poeta, fotógrafo e inventor José María Eguren.
Allí donde hoy hay Megaplazas o Chepitas Royal, es decir, inventos de la modernidad, el niño Eguren pasó por los primeros años de su vida, frescos los débiles pulmones, chaposos los cachetes por el sol, y concibió lo que los estudiosos de su obra explican: las bases del Simbolismo en el Perú. (1)
(1) Aunque el Simbolismo es de todas las épocas, se conoce con ese nombre a una corriente poética francesa del siglo XIX, que se opone a la representación exacta del mundo, concibe la poesía como algo misterioso y antepone el poder de evocación de los objetos sobre sus características propias.
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Miembro de la Academia Peruana de la Lengua (1941-1942), e inventor de un prototipo de cámara fotográfica que fabrica con madera y tela, José María Eguren dejó estos poemas para entender su mirada y sus recuerdos. Su fascinación por las imágenes lo empujó a ingresar a la ciencia de las imágenes -”La estética del cielo -escribió una vez en la revista Semana, en 1931- debe ser una expresión inmaterial; aquí guardamos la forma que es una afirmación del espíritu. La fotografía reproduce la del alma, duplica un mismo sentimiento y lo fija en la lámina sensible; porque es la claridad, en el espejo luminoso del recuerdo”- no solo en los versos que dejó sino en la fotografía que hizo.
En el aniversario de sus 70 años, el Archivo Histórico de El Comercio profundizó: “Su curiosidad por la tecnología, y concretamente por los objetos que venían revolucionando el arte y la vida cotidiana de la gente, lo llevó a fabricar en 1923 una cámara fotográfica muy pequeña, según algunos dicen, de “dos centímetros”, con la que reprodujo una gran cantidad de fotografías, muy nítidas y que aún se conservan en buen estado. El Eguren fotógrafo manejaba con precisión la técnica de la imagen y, por sobre todas las cosas, mantuvo su visión estética de la realidad. Su propio testimonio quedó registrado el artículo ‘Filosofía del objetivo’ de 1931. Hoy la guardiana de sus hermosas ‘minifotografías’ -unas quinientas debidamente almacenadas en un álbum- es la Biblioteca Nacional del Perú”.
La mítica foto de Martín Adán de 1926 es una prueba. Si no existiera la fotografía, precisamente en estos tiempos, no podríamos volver una vez y otra sobre todos esos lugares y personas que conocimos.
CINCO POEMAS DE EGUREN
NOCTURNO
De Occidente la luz matizada
Se borra, se borra;
En el fondo del valle se inclina
La pálido sombra.
Los insectos que pasan la bruma
se mecen y flotan,
y en su largo mareo golpean
las húmedas hojas.
Por el tronco ya sube, ya sube
La nítida tropa
De las larvas que, en ramas desnudas,
Se acuestan medrosas.
En las ramas de fusca alameda
Que ciñen las rocas,
Bengalíes se mecen dormidos,
Soñando sus trovas.
Ya descansan los rubios silvanos
Que en punas y costas,
Con sus besos las blancas mejillas
Abrazan y doran.
En el lecho mullido la inquieta
Fanciulla reposa,
y muy grave su dulce, risueño
semblante se torna.
Que así viene la noche trayendo
Sus causas ignotas;
Así envuelve con mística niebla
Las ánimas todas.
Y las cosas, los hombres domina
La parda señora,
De brumosos cabellos flotantes
Y negra corona.
LA CANCIÓN DE REGRESO
Mañana violeta.
Voy por la pista alegre
Con el suave perfume
Del retamal distante.
En el cielo hay una
Guirnalda triste.
Lejana duerme
La ciudad encantada
Con amarillo sol.
Todavía cantan los grillos
Trovadores del campo
Tristes y dulces
Señales de la noche pasada;
Mariposas oscuras
Muertas junto a los faroles;
En la reja amable
Una cinta celeste;
Tal vez caída
En el flirteo de la noche.
Las tórtolas despiertan,
Tienden sus alas;
Las que entonaron en la tarde
La canción del regreso.
Pasó la velada alegre
Con sus danzas
Y el campo se despierta
Con el candor; un nuevo día.
Los aviones errantes,
Las libélulas locas
La esperanza destellan.
Por la quinta amanece
Dulce rondó de anhelos.
Voy por la senda blanca
Y como el ave entono,
Por mi tarde que viene
La canción del regreso.
LA DANZA
Es noche de azul oscuro...
en la quinta iluminada
se ve multicolora
la danza clara.
Las parejas amantes,
juveniles,
con música de los sueños,
ríen.
Hay besos, armonías,
lentas escalas;
y vuelan los danzarines
como fantasmas.
La núbil de la belleza
brilla
como la rosa blanca
de la India;
ríe danzando
con el niño la Muerte
cano.
LA NIÑA DE LA LÁMPARA AZUL
En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.
Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su caballo la garúa
de la playa de la maravilla.
Con voz infantil y melodiosa
con fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.
Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.
De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.
LIED I
Era el alba,
cuando las gotas de sangre en el olmo
exhalaban tristísima luz.
Los amores
de la chinesca tarde fenecieron
nublados en la música azul.
Vagas rosas
ocultan en ensueño blanquecino,
señales de muriente dolor.
Y tus ojos
el fantasma de la noche olvidaron,
abiertos a la joven canción.
Es el alba;
hay una sangre bermeja en el olmo
y un rencor doliente en el jardín.
Gime el bosque,
y en la bruma hay rostros desconocidos
que contemplan el árbol morir.