Miguel Ángel Farfán
El destino quiso que el origen fuera mitológico. O, para decirlo con claridad, que el escenario fuera Míconos, una de las islas del archipiélago de las Cícladas, en el mar Egeo (Grecia). Pero ellos decidieron luego que el destino sólo dependiera de ellos, de sus ganas por recorrer todos los continentes a bordo de una moto, vivir el mundo, conocer gente y no saber lo que sucedería mañana: dónde dormirían o quién los alojaría. La vida como un albur, el azar como piloto. Ivana Colakovska era de Macedonia (el país, no la ciudad griega) y Manuel Torres de Sevilla (España). Tres cosas los asemejaban cuando se conocieron: habían estudiado derecho (y no ejercieron la carrera), en su juventud viajaron mucho (el padre de ella era comerciante y visitaba muchos países y Manuel, según dice, siempre tuvo la necesidad interna de moverse) y, finalmente, vendían bisutería a los turistas Míconos. Y entonces pasó lo que pasa cuando dos personas afines se encuentran: hubo un flechazo y la promesa de alguna vez volverse a ver, en algún lugar del mundo.
El reencuentro ocurrió en La Habana, Cuba, seis meses y varios mensajes por mail y Facebook después de conocerse. “Desde entonces no nos hemos separado, estamos juntos las 24 horas del día juntos”, dice Ivana desde la oficina de Yamaha, en Lima, donde han parado para hacerle el mantenimiento a su vehículo. Hace poco llegaron al Perú (el país número 28 que recorren: 64.000 kilómetros recorridos), luego de estar en Argentina, Chile y Bolivia. Su plan, dicen, es no tener plan: cuando llegan a un pueblo suelen tocar la puerta de una casa y pedir posada. En las ciudades suelen ir a los municipios para lo mismo. Luego recorren el lugar, sin mapas o guías, sin aplicaciones y a veces incluso sin GPS. Lo que sí hacen es preguntar a las personas locales, hacer amigos, inspirarse de ellos. Y luego escriben sus impresiones en el fanpage de Around Gaia, su proyecto. Hace poco, en Cusco, colgaron un post que dice lo siguiente: “Una de las cosas que más rápido nos devuelve la energía cuando estamos agotados es conocer gente de culturas tan diferentes a la nuestra como las de las mujeres de Ollantaytambo”.
Los recuerdos que almacenan en sus mentes y en sus discos duros (apuntan todo y al final quieren publicar un libro) son infinitos. Está la vez que llegaron a India y compraron una moto por US$500. Cuando pasaron dos semanas entre montañas de Uzbekistan y, tras momentos de miedo entre la nieve, llegaron a la salida y los militares de la zona les dijeron que eran los últimos en salir del lugar, que debía cerrarse por la temporada de invierno. O, hace poco, cuando Ivana tuvo un accidente en Chile a 300 Km de cualquier hospital y fue acogida por Mimi, una señora mapuche que la cuidó, alimentó y les hizo reafirmar la idea de que hay que confiar en las personas que se encuentran en la ruta, que todos son buenos en cierta forma.
Las historias seguirán en cada momento. Estos aventureros dicen que de momento sólo quieren seguir viajando. Dentro de casi dos años volverán a Europa, desempacarán el equipo de campamento, la poca ropa que llevan y las herramientas y repuestos que los acompañan ahora y se embarcarán en la escritura del libro del viaje. Luego, dicen, el destino es África, recorrer todo el continente. Lo que viene después ni ellos lo saben.