Por Karina Villalba
Cumpleaños: globos, serpentina, pica pica, torta, velas, regalos, fiesta... Durante seis años, Almendra Gomelski vivió dentro de una fiesta infantil sabatina en Nubeluz.
En Internet hay videos que la muestran una y otra vez enviando sonriente saludos y felicitaciones a chicos y chicas que cumplían años. Pero, ¿qué significa realmente cumplir años? ¿Que nos hacemos más viejos? ¿Que debemos celebrar el paso inexorable del tiempo? ¿Que debemos festejar lo que conseguimos? Las respuestas, naturalmente, son muy personales.
Cuando un niño cumple un año, festejamos a lo grande porque aprendió a decir sus primeras palabras, porque se animó a dar sus primeros pasos, porque duerme por más horas… ¿Pero qué celebramos cuando nuestra hermana cumple 40 años o nuestra abuela 80? ¿Por qué, si hay más historias, más experiencias, más logros, vamos perdiendo el entusiasmo de festejar? Y curiosamente, a veces celebramos menos cuando más hemos logrado.
Almendra Gomelsky tiene 46 años en punto. Y, a diferencia de quienes detestan celebrar su onomástico, ella declara que siempre le ha gustado cumplir años y que este, en particular, fue especial por todo lo que ha conseguido.
¿Hiciste algo especial este año para tu cumpleaños?
A los 40 hice una fiesta en casa, pero generalmente no planeo nada. A veces lo espontáneo sale mejor que lo planeado. Trato de estar en casa con mis hijos, con mi familia, con mi papá y mis hermanos. Es una tradición: cantar el happy birthday y soplar la velita. En casa tenemos la costumbre de –sea cumpleaños, aniversario, día de la madre, día del padre– dar el saludo en la cama y llevar el desayuno con los regalitos. Después cada uno hace sus cosas y almorzamos en familia. Este año nos fuimos a cenar con mi esposo y cayeron unos amigos.
¿Tienes las mismas ganas de celebrar ahora que antes?
Es distinto. Pensé que me iba a costar más cumplir 46, pero me siento bien. Me imagino que cuando cumpla 50 será un shock porque cuando cumplí 30 sí sentí una diferencia. Creo que las edades complicadas son los treintas y los cincuentas, ya después no importa, ¿no? [sonríe].
¿Qué pasó cuando cumpliste 30 años?
Fue raro. Mis amigas estaban casadas y tenían hijos. Yo me casé a los 18 años, pero no tenía hijos. Pospuse tenerlos por trabajo. Entonces empecé a plantearme cosas. Los treinta fueron como un análisis de mi vida y me dije: bueno, creo que es hora de y hora de y hora de… Nunca fui de analizar ni de planear –no me gusta, siempre he pensado que lo natural va a ser mejor–, pero en ese momento lo hice. Me puse a pensar y de hecho, a pesar de que me lo propuse a los 30, mi hija Macarena llegó a los 33; y mi hijo, Rodrigo, a los 35 años.
¿Y qué has logrado este año?
He logrado muchas cosas a nivel personal. He hecho mucho trabajo para mí. A inicios del año pasado me detuve a pensar en las cosas que no me gustaban de mí, un tema de actitud bastante pronunciado que hacía que no me fuera bien. Y decidí cambiarlo. Ni siquiera lo comenté. Estaba en una época en la que no conseguía nada a nivel personal. Y sin buscarlo llegaron a mí personas que me hablaron de ciertos talleres. Uno de ellos fue el perdón radical con Muss Hernández [artista y coaching certificada] que fue milagroso y cambió mi vida.
¿Crees que es importante aprender a perdonarse para librarse de culpas?
A perdonarse y a perdonar. Yo no suelo ser egoísta y los extremos son malos. Siempre piensas en los demás y no te detienes en ti. Crees que no tienes que perdonar a nadie o que tú has actuado bien siempre. Y no. Uno tiene que aprender a perdonar, aunque no es decir: «perdóname», es un perdón espiritual, nadie se entera de lo que estás haciendo, pero te ayuda, es energético.
¿Y ya te sientes mejor?
Totalmente. Es tan energético que las personas que perdonas y a las que les pides perdón reaccionan contigo diferente y nunca les has dicho nada. Es alucinante. Eso hice este año y cambié inclusive a nivel físico. Tenía 20 kilos demás y no los podía bajar con nada. Fui donde dos médicos para que me operen, alucina. Gracias a Dios fueron honestos, me mandaron a mi casa y me dijeron que no tenía el exceso de peso como para operarme el estómago.
¿Te torturabas porque no podías bajar de peso?
Sí y hacía de todo: iba al gimnasio, hacía todas las dietas, tomaba pastillas aunque no soy de tomarlas. Pero no bajaba. Era una obsesión. Con este taller, ¿qué hice? Pues ayudé a soltar, porque cuando uno está muy tenso con algo y sigues pensando en lo mismo, no lo dejas ir. Todo está acá [dice posando el índice en la sien]. Después de eso, hice exactamente lo mismo que antes. Fui al mismo nutricionista, hice los mismos ejercicios y bajé 20 kilos. Y nadie puede creerlo. Todo el mundo me pregunta: «¿qué has hecho?, ¿te has operado?, ¿estás enferma?». No, es un cambio de actitud.
Me decías que cambiar es fácil. ¿De verdad lo crees?
No, no es fácil [sonríe]. Pero es simple: o tienes fe (no religión, sino la fe que significa avanzar) o miedo (y el miedo te paraliza, te bloquea). Cuando me decían esto y yo estaba en esta negatividad, detestaba que me hablaran con positivismo. «Qué bien por ti, decía, pero son cojudeces. Yo tengo un problema real, no tengo trabajo, o sea, estoy enferma, ¿entiendes? No me vengas a hablar estupideces». Y es así, a ti te duele lo que te duele, el problema del lado ser peor que el tuyo, pero a ti te duele tu problema, qué pena por él…
¿Y cómo te convertiste en una mujer positiva?
No fue un día que me levanté y se hizo la luz, para nada. Todo comenzó... bueno, con Katia Condos tenemos una amistad grande, de años, y ella bajó muchísimo de peso y yo le venía diciendo como un año y medio: «ya, ¿cuándo me vas a dar el secreto?». El secreto, el secreto, ¡caracho!, y no me decía nada. Un día me molesté horrible y le dije que me parecía egoísta no compartirme su secreto y me fui molesta de su casa. Hasta que me llamó y me dijo: «flaca, ¿crees que puedas venir a mi casa a tomar un cafecito?». ¿Van a ir las chicas?, le pregunté. «No», me dijo. Me va a decir su secreto, pensé. Colgué y ya estaba tocando la puerta de su casa [sonríe], pensando que me iba a dar el nombre de una medicina o el número de un doctor milagroso. Pero no. Me sentó y me habló de Muss. ¿Pero qué tiene que ver eso con bajar de peso? Y me dijo: «vas a sanar muchas , estás tan bloqueada […] A ti te preocupa el peso, pero no tienes idea de las cosas que deberían preocuparte más que el peso. Le voy a decir a Muss que te llame». Y me llamó y me escribió y fui a su taller de tres días y dos noches en Wakama…. y de ahí me metí a otro que se llama «posibilidades infinitas». Fue muy intenso, me ayudó mucho.
Cuéntanos sobre tu matrimonio.
Mi primer matrimonio duró siete años. Con Tito [Awe] nos conocemos desde chicos, éramos amigos del barrio, pero nunca fuimos enamorados. Nos reencontramos después de mi separación y de una relación larga que él vivió.
Yo no quería saber nada después de siete años de matrimonio (de los cuales seis fueron trabajar con Nubeluz, en los que no tenía fines de semana…). Quería vivir lo que no viví en esa época. Y apareció Tito y fue mostro porque no teníamos nada que aparentar. Cuando uno empieza una nueva relación o conoces a alguien, empiezas a posar, a poner tu lado más bonito, tu ángulo. ¡Qué flojera! En este caso no era así, bacán, porque él ya me conocía y yo a él. Así que retomamos nuestra amistad y nació una relación más madura. Ya sabíamos lo que no queríamos repetir, sabíamos que no éramos perfectos y que íbamos a cometer errores, pero decidimos intentarlo. Y ya vamos a cumplir 19 años juntos… toda mi vida he estado casada [suelta una carcajada].
Tito tiene todo lo que yo no tengo. Es bastante estable, un hombre calmado, es muy mental. Él me da el balance que a veces necesito y yo le doy esa intuición que a veces le falta. Es un excelente papá.
¿Cómo mantienen una buena relación después de tantos años?
Los dos hemos trabajado mutuamente. Hace cuatro años tuvimos una crisis fuerte. Falleció mi hermano mayor [se emociona], el que me antecedía, murió de cáncer a los 51 años, y me dije: no hay forma de que me conforme con la vida que tengo. No hay forma de que la vida quede aquí, algo de esto me tiene que servir… Y empecé a ir al psicólogo, quería un especialista hombre para que me haga entender a mi pareja... Teníamos una vida de viejitos de 80 años. Nos llevábamos bien pero como patas. Y de la nada le solté el rollo y le dije: «yo ya no quiero seguir más con esta relación, no sé si es costumbre. De que te quiero, te quiero, pero…». Casi se muere. No teníamos ningún problema. Vivimos nueve meses juntos pero separados, porque no se quiso ir de la casa, pero fue lo mejor. Él fue a terapia, buscó la forma de solucionar sus problemas, porque no se trataba de nosotros sino de cada uno. Y nos hizo muy bien.
En los matrimonios hay crisis pero hay que sobreponerse. Y buscar momentos para estar a solas, tratar de viajar solos de vez en cuando. Cuando hay hijos uno trata de andar más tiempo con ellos, pero mientras los hijos te vean bien con tu pareja es el reflejo de lo que ellos van a asumir y a aprender.
Cambiando de tema, ¿qué cuidados de belleza procuras darte?
Siempre me he cuidado, desde chica. Me cuidaba la piel y las pecas porque mi trabajo lo requería. Nunca me maquillé mucho, pero jamás me voy a dormir con la cara maquillada Si no me maquillo, igual me limpio la cara antes de acostarme. También me echo protector solar. Ahora creo poderosamente que el cuidado es de adentro. Me alimento mejor, no soy desordenada con la comidas, me doy mis gustos, pero respeto las horas. Tomo agua, muchísima.
¿Practicas deporte?
Sí, pero no soy de las que se matan haciéndolo. Practico natación. Hace tiempo tuve un problema en el brazo –por levantar pesas–, así que la natación me ayudó y me ayuda también con la columna. Hago algo de elíptica en casa si no tengo tiempo.
¿Te has hecho alguna operación estética?
Me hice una liposucción después de que nació mi hija. Fue una lipo localizada, porque barriga nunca tuve. En la cara me da terror. De hecho, tengo un ojo medio caído pero me da terror. Pero sí me puse botox... Fui donde mis amigas habían ido, a un dermatólogo que además es cirujano. El médico es extraordinario, pero en mi cara el botox no funciona igual. Mis amigas se lo ponen y ni cuenta te das, pero yo gesticulo mucho. Menos mal que el efecto duró poco... las cejas las tenía levantadas. Mi expresión no era la misma, así que nunca más.
¿Y la menopausia?
Es horrible. A mí me vino la regla a los 9 años y... cuando en Oh! Diosas me tocaba entrevistar a mujeres por este tema, pensaba: «¡qué engreimiento podemos tener las mujeres!». Yo nunca tuve antojos en mis embarazos, no me sentí mal, fue la mejor época de mi vida. Entonces, cuando me venían a contar de la depresión menopáusica, yo decía: «esta gente está loca». Y mira: toma para que veas. Todo me pasó, desde la depresión hasta los calores.
¿A los 40?
A los 40. Los bochornos, los calores. Lo peor fueron los bochornos. Me vino con todo y fue realmente feo.
¿Y ya pasaron?
El primer año fue terrible, era difícil contar lo que me pasaba, contarle a Tito el porqué de mi depresión. Me levantaba de la cama cuando mis hijos se iban al colegio y me volvía a meter cuando se iban, y me levantaba antes de que llegaran para que no me vean acostada. Pasé un año así. No tenía ganas ni de bañarme. Y me engordé horrible y nada hacía efecto y no podía tomar hormonas porque mi mamá tuvo cáncer de seno y yo produzco quistes… nada funcionaba. Buscaba información en Internet y se la enviaba a Tito para que me entienda porque ni sabía explicarlo. Fue difícil. Finalmente entendí a las mujeres engreídas de las entrevistas.
Ahora lo manejo bien. Hasta en eso me ayudó el taller, porque te dice: abraza tu dolor, dale la bienvenida, algo te quiere decir. El dolor está para aprender. Detrás de lo peor que te puede suceder, hay algo mejor que no ves en ese momento, porque la perspectiva es distinta. Cuando te alejas empiezas a decir: pucha, no hubiera cambiado esto si no hubiera estado acá… de hecho, hasta puedes ayudar a personas a que no les pase lo mismo.
¿Sientes nostalgia de lo que hacías o tenías antes?
No seríamos humanos si no tuviéramos nostalgia. Ojo que no es que ahora yo sea ‘om’ ni que sea maravilloso todo. Me enojo igual, grito igual, sigo siendo la misma loca lisurienta de carácter fuerte… Eso es nato, no voy a cambiar. Además, este taller te dice: tienes que ser humana porque vives en mundo humano y tienes que ser espíritu porque eres más espíritu que materia. Entonces, si tú balanceas eso, bien. Cuando una de estas sobresale o cae, empiezan las descompensaciones. Sigo siendo la misma y me va mal en algunas cosas, pero automáticamente utilizo las herramientas que tengo.
Pero sí me da nostalgia acordarme de Nubeluz. Tengo chicos que aún me escriben y pero me parece alucinante porque el programa solo duró seis años y mira, ya vamos a cumplir 25. Es bacán porque digo: «qué buen trabajo hicimos todos los que participamos en ese programa». Me queda la satisfacción de que hicimos cosas buenas. Después está Oh! Diosas que fue maravilloso. A veces digo, qué pena haber renunciado, pero fueron ocho años haciendo lo mismo y sentía que me llamaban otras cosas. Extraño mucho a la gente, también esa adrenalina de llegar todos los días...No es nostalgia de «¡ay!, qué pena, no lo tengo ahora», sino de «quiero tenerlo, pero quiero tenerlo de nuevo con otras cosas más». Siento esa nostalgia que no te deja atrapada en la pena, sino la que te sirve de motor.