Bringas: «No podemos pasar por el mundo sin haber dejado algo»
Bringas: «No podemos pasar por el mundo sin haber dejado algo»
Redacción EC

Lizzy Cantú

Un niño que no come, quema neuronas. Un niño que tiene hambre, no capta en la escuela. Esa convicción es el motor de Edith ‘Titi’ Bringas, fundadora de la Asociación Esperanza y Caridad. Alimentación. Infancia. Educación. Ofrecerles desayuno a los chicos que no comen bien para que les fuera mejor en la escuela. Una misión que empezó como un voluntariado y se convirtió en un proyecto de vida. 

En los años 70, Edith Rodríguez de Bringas  –mamá de siete hijos– era voluntaria en un comedor que unos sacerdotes tenían en el Rímac. Los niños acudían al catecismo y recibían alimento. Pero si no tenían edad suficiente para la doctrina, se quedaban sin comer. Y aquella disposición le pareció a Bringas –una mujer que se declara creyente y devota– que era un error. 

Así que, rodeada de otros amigos que tenían la inquietud de ayudar a los demás, buscaron otro sitio donde hacer el bien. Ella y otras señoras encausaron aquel espíritu voluntarioso: organizaron un té con desfile de modas en el Casino Miraflores. Otro en el Club Social Miraflores. Recaudaron muchos intis, que por aquella época ‘subían como locos’. Los convirtieron pronto a dólares. Alguien les dijo que podrían conseguir un terreno en Chorrillos para abrir el comedor. Encontraron uno. Un amigo ingeniero ayudó con los baños. Otro, arquitecto, con los planos. El hijo de Bringas tenía un depósito de materiales y apoyaba a su madre cuando reunían plata para comprar cemento, varillas. Titi Bringas muestra las fotografías en blanco y negro de la obra y enumera –con nombre y apellido– a todos los benefactores que ayudaron a construir cada etapa del proyecto que empezó como un comedor y hoy es un centro educativo privado que ha graduado a su quinta promoción el pasado 15 de diciembre. 

Pero la preocupación fue siempre el alimento. Antes de que existieran el edificio, el colegio, la panadería. Cuando aquellas señoras estuvieron listas para dar de comer, subieron al cerro para que la gente supiera que había un lugar donde los niños podían ir a desayunar.  «¡Cuál sería mi sorpresa que había comedores del APRA, del PPC! ¡Todos tenían comedores!». Creyó que habían estado trabajando en vano hasta que le contaron que aquellos lugares solo abrían durante las campañas electorales. Así que fueron al colegio José Olaya para captar chicos. Hoy, quien recorre los 800 metros que hay entre la Asociación Esperanza y Caridad y el José Olaya, encontrará grifos, talleres mecánicos, muchos autos, un club de vóley, varios locutorios de Internet, una juguería y muchos muros que indican ‘VOTE ASÍ X’ en distintos colores. 

Pero hace 30 años, recuerda Bringas, aquello era un terral. La profesora que las recibió les dijo que habían caído del cielo. Después las llevó a un aula. El panorama las dejó desoladas, pero convencidas de que estaban en el camino correcto:  «El 30% de los niños que había o quizá más, dormían encima de las carpetas porque no habían tomado desayuno», dice Bringas enfatizando con las manos aquella escena. La misma profesora les contó que a una media hora de ahí había una acequia, por donde crecía algo que les daba fuerzas.  «Hervían una plantita para quitarles el hambre. Eso era todo lo que llevaban en el estómago». Un rústico té de una maleza conocida como ‘coquito’, que corresponde a la ‘Cyperus rotundus’ y que fue parte de la dieta más básica de la historia antigua de los primeros humanos en África. Aunque es amarga, se sabe que tiene muchos carbohidratos y ciertos compuestos antimicrobianos, antioxidantes y que previenen la malaria.  Pero aquello no era un desayuno como debe ser. Y Titi Bringas y el escuadrón de voluntarios de la Asociación Esperanza y Caridad se propusieron que aquellos niños fueran a la escuela sin hambre. Y luego aquella idea creció y creció. Tanto que 

 «¿Sabes qué pasaba? Cuando vimos que las mamás venían con los hijos cargados a la cocinita de kerosene que teníamos, dijimos: “vamos a hacer la cuna”. Luego había niños más grandecitos que estaban en el suelo sin hacer nada. Así que mandamos a hacer unas mesitas y sillas y así empezó el colegio. ¡Cuando ellos empezaron a crecer!», dice Titi Bringas.

Las obras trascendentes a menudo no son el resultado del empeño de una sola persona. Aunque es indudable el liderazgo de Titi Bringas, lo que se ha logrado en Alameda Sur 120, Villa Marina, es un esfuerzo de generosidad en equipo. Una maratón de ayuda que ya supera 30 años de duración. La ayuda viene de distintas maneras.  De las más de 200 socias que participan cada año en las actividades de recaudación de fondos o apadrinan estudiantes. De la treintena de voluntarias que cocinan y apoyan en el día a día del comedor. De los festivales anuales en Mamacona.  De las donaciones que envían benefactores de Miami y Dallas. De los desayunos que todas las mañana envía Qali Warma para los chicos de inicial y primaria. De la donación de un terreno que hiciera la familia DaTorre para el terreno de secundaria. De las madres de la Normal de Monterrico que durante un tiempo enviaban a sus estudiantes de último año a ejercer de profesoras. Del nutricionista de la Unifé que hace años ayuda a prepara la dieta de los desayunos. De la Universidad San Martín de Porres que ha construido un consultorio dental en el colegio. Del premio de dibujo que organiza una naviera cada año. De las ventas de panetones y sanguchitos que preparan en la panadería. De las cuotas que, según sus posibilidades, pagan los padres de los estudiantes del colegio. De todos ellos y de una larguísima lista de bienechores que Titi Bringas y su equipo recitan de memoria sin otra ayuda que la gratitud. 

Pero lo que más desea la señora Bringas es que otras personas se contagien de solidaridad:  «Necesitamos voluntarias. Si pudiéramos llegar a personas que verdaderamente quieran ayudar, esa es una invocación que quiero que se haga». Le preocupa trascender. 

Durante tres décadas, Titi Bringas ha hecho el recorrido hasta Chorrillos todos los días. Hoy ‘solo’ visita la Asociación los lunes y miércoles. «Yo ya estoy mayor, trabajo y tengo fuerzas. A veces meto mi cuchara por ahí ¿no? Por la experiencia y el cariño, pero principalmente porque adoro a los niños. Son muchos años de mi vida». Con orgullo, Rochi Gazzo mientras repasa fotografías antiguas en el escritorio de su madre, explica:  «Acá estuvo el representante de UGEL del área y nos dijo que era una pena que no se conociera tanto la obra porque era bastante completa». Titi Bringas la corrige, con la convicción de toda su vida:  «Completa. No ‘bastante completa’. Completa».  

 

Contenido sugerido

Contenido GEC