Cristina Valentina: "Escucha tu voz interior"
Cristina Valentina: "Escucha tu voz interior"
Redacción EC

Por Karina Villalba

Cristina Valentina se sienta, se quita las sandalias y queda descalza los 68 minutos que dura nuestra conversación. Es fresca y dulce, se despereza mientras me cuenta –a modo de disculpa por los bostezos que acababa de soltar– que el día anterior estuvo en el concierto de una amiga. Ha llegado puntual, luce complacida contando su historia y mientras habla, eligiendo bien cada palabra, me distraigo pensando si tener una buena voz es una habilidad útil en Medicina, la profesión que ella escogió. «Cristina Leguía, la doctora», dice y se ríe. 

Cuando buscas su música en Spotify, aparecen Andrea Echeverri y Natalia Lafour-cade como artistas relacionados. Cuando escuchas sus melodías soul, puede sonarte como una Amy Winehouse menos rebelde. Cuando googleas su nombre, leerás que Studio92 la llama la Adele peruana.  

Cristina ha cantado toda su vida, desde pequeña, pero eligió estudiar Medicina por un tema de seguridad e independencia. «Yo quería valerme por mí misma, a los 16 años esa era mi meta. Quería seguridad y tomé mis decisiones por ahí, en vez de elegirlas por amor, por cosas que valen la pena, ¿no?». 

Viéndolo en retrospectiva, 16 años no son nada, «pero más o menos tienes una idea de cómo funciona el mundo, quién tiene éxito y quién no. Y uno siempre trata de ubicarse en el lado exitoso –dice y estalla en risas–. Bueno, también hay gente de esa edad muy consciente, que sorprende. Yo no fui de esas», afirma decidida, dulce y descalza. La suya es una historia que tal vez contiene las claves para entender a las mujeres ‘milennialls’, esas que no están satisfechas con hacer lo que deben sino que quieren dedicarse de manera profesional a algo que les place y las satisface de manera significativa.

Estudiaste Medicina, pero cuando terminaste, viraste a la música. ¿Cómo enfrentaste el cambio, por qué ese paso?

Bueno, fue difícil. No el cambio en sí, sino el hecho de que ninguna especialidad médica me apasionaba y yo quería dedicarme a ello al 100%, con el corazón abierto, recontraemocionada, como siempre hago con todo. Yo veía a mis amigos muy entusiasmados por irse a estudiar sus especialidades al extranjero y yo no me sentía así. Por momentos pensaba: «bueno, quizá simplemente es un bache». Pero no, ¿sabes? En esas conversaciones que tenía conmigo y que se volvían cada vez más seguidas, me di cuenta de que realmente por ahí no iba mi camino. Entonces decidí replantear. 

De hecho, ya estaba recontraencaminada, había terminado la carrera, la tesis –que me había costado como tres años de investigación– y fue muy buena. Mis mentores estaban muy emocionados con mi futuro, todo el mundo menos yo.

Cuánta presión...

Sí, pero todo depende de que cuánto peso le otorgues. En una época le daba mucho peso a cómo me veían en la universidad, qué pensaban los profesores de mí… de repente le estaba poniendo más importancia a eso que a lo que yo pensaba de mí misma. Fue ahí cuando dije: «me falta algo y claramente es la música». 

¿Y qué pasó?

Yo cantaba mucho desde niña. A los 13 años me metí a cantar jazz de manera regular en una orquesta, hasta que entré a estudiar Medicina. Seguí cantando de ladito, pero con el tiempo cada vez menos y sentía que me faltaba. Entonces dije: «ok, ¿cómo retomo la música, por dónde empiezo?». Empezar a los 25 años, ¡me sentía viejísima! Ahora me siento menor y más liviana con mis decisiones. Antes todo parecía gris, pero también hay cosas bonitas en el gris. Lo mejor es saber qué no quieres, así te vas quedando solo con cosas que sí son y todo se vuelve más llevadero.

Y deja de importarte lo que piense la gente...

Sí. Lo importante no es medirte según logros externos sino sentirte orgullosa de ti misma.

A mí me gusta compartir mi historia porque –cuando estaba, en este momento de inseguridad o incertidumbre– mucha gente me sugirió que ponga el parche: que vaya al psiquiatra y al psicólogo, que tome mis pastillas antidepresivas y que continúe. Me decían: «no vas a tirar todo esto que has construido por la borda». «Estás pasando por un mal momento», y qué sé yo. Entiendo por qué me dijeron eso, estaban preocupados por mi futuro y porque todo el mundo refleja sus propios temores en uno. Pero me da gusto no haber optado por ese camino porque me hubiera vuelto a encontrar con la misma piedra quizá un año, cinco o diez años después.

Entonces ponerse el parche es bacán porque encuentras un montón de cosas nuevas que estaban ahí solo que no querías ver, y no lo es porque también hay mucho dolor y sufrimiento, porque hay que perdonarse por las cosas que uno no ha hecho; hay que aceptar cosas que uno es y que de repente no parecen tan bacanes.

¿Y fuiste al psicólogo?

Sí. A mi terapia iba solamente a llorar [nos reímos]. Pero empecé a retomar, a abrazar mi soledad, porque es ahí donde encontraba mi momento más creativo. Empecé a cantar otra vez y a escuchar mi voz y a decir: sí esto me gusta, esta es mi voz, quiero ir por acá con esta melodía…

¿Tú escribes y compones la música?

Sí, hago las melodías primero y luego, cuando la estructura está lista, le pongo letra. Yo siento que ya envío un mensaje con la melodía, sin escuchar la letra. Para mí la música siempre ha sido así y así fue mi proceso creativo en el primer disco. Me gusta que la música exprese por la melodía o por la armonía o por la forma de interpretar. La letra es una cerecilla. Para mucha gente no es así, pero para mí lo es.

Y ahora estoy componiendo distinto. Como que estoy yendo a las bases primero, a la armonía y luego a buscar la melodía. Ahorita estoy en un momento diferente. Al comienzo no sabía qué iba a pasar, yo nunca había decidido hacer mi propia música. Siempre había cantado canciones de otras personas, lo cual me encanta, porque es como interpretar vidas prestadas. 

¿Cómo es cantar en épocas de Spotify?

Es muy bacán, ¿sabes? Porque la música llega a gente que está muy lejos de ti y que no tiene la oportunidad de escucharte en vivo. Recibo e-mails de Texas, de Guadalajara o de un pueblito cercano a Londres… y es porque alguien escuchó algo que se ‘parece a’ entonces te recomiendan. Eso es bacán. Lo que no es tan bacán es que Spotify paga una miseria: por cada mil escuchadas te pagan un centavo de dólar, creo. Pero el disco [el primero] en realidad, nunca tuvo un fin comercial, se hizo para ver si era lo que quería hacer. Ni siquiera sabía si iba a ser un disco. Y de repente se volvió en dos canciones, de repente tres y en cuatro. El guitarrista –con quien producía los temas– me dijo: «oye, ¿por qué no recopilas y hacemos un disco?». Y de repente empezamos a tocar en vivo y fue ahí cuando sentí la necesidad de un nombre artístico y de volvernos algo un poquito más grande, que la gente escuche el tema, vea a la persona y sienta algo. Porque a mí me gusta mucho que se pueda sentir. No me importa tanto la parte técnica –me interesa, obviamente, que las cosas estén bien hechas–, pero sí el hecho de que puedas sentir emociones. Hasta que alguien deteste mi música me parece mejor a que le dé igual. 

Cristina Valentina no tiene mánager, ella misma se encarga de su agenda, de responder correos sobre ensayos, conciertos, entrevistas, fotos, siguientes tocadas… Además trabaja medio tiempo supervisando proyectos de investigación en infectología. «En realidad lo busqué porque con la música es difícil. Al comienzo yo invertía, ahora ya no pierdo».

¿Piensas vivir de esto?

Me encantaría, pero no quiero volverlo en la meta. Porque si no el objetivo real se pierde. El objetivo nunca fue: «vamos a tener éxito», esa presión no ofrece mucha belleza. Prefiero hacer algo porque me encanta y si quiero decir algo, lo digo. Si no pierde personalidad, no es real, es algo creado para que funcione y entonces no funciona porque no palpas ahí fibra viva y eso es precisamente lo rico de las cosas que uno hace. 

Explícame tu nombre artístico.

Cuando empecé a cantar mis temas en vivo, me cohibía. Yo venía de ser muy seria durante ocho años, muy racional, de solo decir lo justo y necesario. Y guardaba mis emociones solo para mí y quizá mis amigos más cercanos. De repente, tenía que expresar mis emociones al 100% [en público]. Y sí lo lograba, pero después del concierto como que había una dicotomía. 

Alguien me sugirió ponerme un nombre artístico, para no sentirlo tan pesado y empecé a pensar en autores que me gustan, pero me parecía un poco pretencioso. Pensé en sustantivos, en objetos, en sentimientos… pero me parecía un poco poético y yo no me sentía poeta. Entonces pensé en los nombres que me encantaban. Valentina es un nombre que yo guardaba de chica (la clásica de muchas que se guardan el nombre que les gusta para sus futuros hijos. Tienes 11 años pero ya estás pensando en eso, sonríe). Y bueno, ese nombre me encanta y esto –mi disco– es más o menos un hijo. Y ya. Me gustó y además rimaba. Honestamente, la decisión no fue tan rebuscada. 

¿Qué diferencia hay entre la carrera de Medicina y la música? Además de la obvia (una es ciencia y la otra arte).

Es muy distinto. Pero hay muchas cosas que convergen en ellas.

Las dos son terapéuticas. 

¡Exacto! En Medicina conversas con gente que necesita de tu consejo y de tu oreja. Mucha gente solo necesita hablar y necesitas mucha empatía. Igual pasa con estar en un escenario. 

¿Qué piensa tu familia del cambio de carrera?

Mi familia ha dejado de pensar. Mi mamá es una persona muy fuerte y al mismo tiempo muy graciosa. Al comienzo ella estaba un poco contrariada con mi decisión porque la notaba «egoísta» y «poco seria». Como con esa actitud de que la vida es dura y mientras más dura, más digna. Esa actitud hacia la vida es de otra generación, de la de nuestros padres tal vez. La gente de nuestra edad piensa: «¿Para qué voy a desperdiciar toda la vida sufriendo?». ...pero en la medida en que [mi madre] me ve más contenta y tranquila, haciendo cosas, empezó a despreocuparse. 

¿A quién admiras?

Admiro mucho a Björk porque es muy creativa y se atreve a todo. Me gusta porque siempre saca cosas nuevas y se nota que lo que hace le encanta. Tiene 50 años y sigue en esto. Me inspira muchísimo. 

¿Qué estás leyendo ahora?

Algunas historias cortas relacionadas con el amor. No estoy investigando sino más bien flotando en mis sentimientos respecto al amor. Creo que por mucho tiempo estuve enfocada en lo que quería hacer con mi vida y todas mis relaciones interpersonales de amor (ya sean de pareja, familia, amistades) no las tenía muy analizadas y ahora que estoy más tranquila conmigo, estoy mirando más, saliendo un poquito más de este metro cuadrado, y hay cosas que me cuestiono bastante. 

También estoy leyendo a Rebecca Solnit. Ella escribe, sobre todo, de feminismo e igualdad de género y la realidad de cómo andamos ahora, a pesar de que estamos en el 2014 y todo el mundo piensa que las mujeres tenemos todas las herramientas para hacer lo que queramos, aunque en realidad nos falta un montón.

¿Es importante rodearte de mujeres?

Bueno sí, pero honestamente me gusta estar rodeada de gente que está con el corazón abierto, por más cursi que eso suene. No es fácil encontrar a gente dispuesta a ser completamente vulnerable con otro. Y es más fácil ser 100% tú con otra mujer, quizá. Pero últimamente me pasa que estoy tan en contacto conmigo y mis emociones que llega a mi vida gente que también está así, pasando por lo mismo. Así que no siento esa distinción tan fuerte de hombre/mujer, no por ahora. 

Nos acercamos al fin de año, época de balances. ¿Qué aprendiste de ti este año? ¿Qué crees que mejorará en el próximo?

Aprendí a confiar un poco en mí, tomé un riesgo, me atreví e hice lo que quería hacer. Y más allá de si el resultado es bueno o malo, me atreví a hacerlo. Lo hice. Lo hice –repite levantando los brazos como campeona–. Y me tomó un montón de trabajo, energía, tiempo, lágrimas y todo lo demás… Y ahora que llega el fin de año de verdad, siento que lo quiero volver a hacer. Más allá de si es que tiene éxito o si está bien hecho. Porque a veces uno se pierde cuando empieza a medirse en los ojos de los demás. Entonces, empiezas a preguntarte ¿y por qué estoy haciendo esto? Ya no me acuerdo. Y empiezas a dudar otra vez: ¿dónde estoy parada? ¿Qué quiero hacer ahorita? Porque los intereses cambian. Llevar eso a todos los planos de mi vida, no solamente al laboral sino a todos. Realmente compartir la vida con quienes quieras compartirla y cultivar esas relaciones. No sé. Desde el punto de vista más espiritual. Por ejemplo, leer estos libros de Solnit me hace querer hacer algo, un granito de arena, por las mujeres en general. Salirme del individuo y pensar más en el macro. No sé cómo hacerlo, pero como que me está provocando. Es algo que también quiero y ya iré pensando cómo hacerlo.

¿Qué llevas en tu cartera?

Soy embajadora de la campaña Mujeres que Sueñan en Grande, de Kipling, y últimamente estoy usando una cartera suya que es como una mochila. Estoy abusando del espacio que me ofrece y llevo tres libros a todos lados. También meto una chalina por si acaso y algo de maquillaje. Si tengo cosas que hacer, un file con recibos que tengo que dejar o facturas que tengo que recoger, y esa cosas, un bloc de notas…

¿Qué haces para relajarte el día que descansas?

En todos mis días hay momentos de descanso y de ocio. No siento que necesito un día para respirar. Es rico eso, salgo a pasear, me encanta caminar, salgo a tomar un café…

¿Qué no puedes dejar de hacer en el día?

Escuchar música. 

¿Y qué escuchas, aparte de Björk?

De todo. Canciones, piezas de piano… hay un compositor francés, Eric Satie, que tiene melodías muy lindas. En Australia se está cocinando música increíble, hay varias bandas australianas que me encantan. También estoy escuchando música en español porque es algo que quiero hacer, aunque toda mi vida he cantado en inglés. Últimamente me encuentro escribiendo en español, no sé si musicalizaré esas letras, pero por ahí hay un par de cosas que ya no me parecen tan terribles. Entonces, escucho música en español para culturizarme: Ely Guerra, Ximena Sariñana, Daniela Spalla.

¿Por qué te sacaste los zapatos cuando llegaste?

Porque me siento más cómoda, me encanta estar sin zapatos. Además, es como tener los pies bien puestos en la tierra. 

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