Andrea Castillo C.
Si algo ha aprendido Lita Baluarte Winder es a creer en sí misma. A fuerza de experiencia y de madurez ha tomado el control de la rueda de la vida. Atrás queda, como imágenes congeladas, las varias versiones de una mujer comprometida con la búsqueda de la felicidad interior. La vemos a los 14 años, en su primer taller en el Club de Teatro de Lima con Reynaldo D’Amore; en quinto de media, convencida de que sería actriz; a los 21 años, recién egresada del Teatro de la Universidad Católica (TUC) y saltando a la palestra en “No se lo digas a nadie”, la película ícono de la filmografía peruana. O como Esther Trevi, uno de los personajes de la telenovela “Girasoles para Lucía” o más adelante se convierte en la actriz que libera sus monstruos interiores en la celebrada obra de la dramaturgia peruana, “Criadero”. Sobre esas varias versiones de Lita, hoy prevalece la madre de tres niñas, la esposa -está casada con el director Jorge Carmona-, la instructora de yoga que imparte clases a un grupo de amigas; la señora que no pasa por alto sus deberes maternales y la actriz que habla con su cuerpo en “Una historia original”, la obra ganadora del quinto Concurso de Dramaturgia Peruana 2014, que va hasta el 20 de julio en el Centro Cultural Británico. ¿Qué nos dijo? Te lo contamos.
¿Qué te atrajo de esta propuesta?
Conozco a Vanessa Vizcarra y sé de su capacidad como actriz, dramaturga y, ahora, directora. Me gustó su propuesta de actores en movimiento porque me exige. Ensayamos desde marzo pero también disfruto el ritual del teatro: llegas, tomas tu manzanilla, te maquillas y calientas para ir al escenario.
¿Qué parte te cuesta interpretar?
En la obra representamos una golpiza [que le dan a su personaje]. Es algo intenso porque tienes que estar perfecta para transmitir la emoción y confiar en tu pareja actoral. También hay un disparo. Esto es fuerte porque me recuerda que hace 6 años intentaron robarme el carro en Barranco. Eran como las siete de la noche; me persiguieron y dispararon. La escena en la obra me ha permitido hacer el trabajo inverso, contener.
¿Esa escena no te hizo dudar de aceptar?
Creo que el teatro te da la oportunidad de sanar, de contar de nuevo la historia, para que cierres o saques algo. Aquí se trata de cerrar porque al final el personaje se redime y encuentra su lugar.
¿Volverás al cine o a la TV?
Por ahora tengo un cortometraje sobre las familias disfuncionales. Un amigo guionista ha corregido mi texto y espero reunir los fondos para realizarlo. Ya fui dramaturga, ahora me toca disfrazarme de directora.
¿Cómo defines tu camino profesional?
Sinuoso y disperso, pero de total entrega. Empiezas con mucha pasión y empuje, y con la edad como que se va asentando todo; eso también es interesante.
¿En qué difiere la Lita de hoy de la chica que debuta en 1998 en la película “No se lo digas a nadie”?
Antes había hecho una obra de teatro. En realidad, tuve mucha suerte porque no solo conseguí trabajo ni bien terminé de estudiar; sino también popularidad. Fue algo que me abrumó, porque no entendía bien de qué se trataba. Sabía que me gustaba actuar, pero la popularidad es otra cosa. Tuve varias metidas de pata, pero así me fui formando y quedándome con lo que más me gustaba.
También trabajaste con Íntegro.
Presentamos una obra en el festival de danza en Colombia. Fue una experiencia muy interesante que me sirve ahora.
¿Qué tipo de propuestas rechazas?
Después de casarme y tener hijos, me cuesta mucho asumir papeles con mucha carga erótica, con escenas muy íntimas de pareja ¡Eso que antes no tenía problemas con el desnudo! En la obra “Drácula” hice de una vampira sensual, pero no había escena de sexo.
¿Harías un desnudo otra vez?
De repente. Me encanta el cuerpo humano y la estética del desnudo, pero tendría que ser algo hermoso. Dirigida por Jorge, quizá lo haría, pero a él no le gusta mucho. Con él me siento con más confianza de hacer cualquier locura, porque sé que nos vamos a cuidar. Hay una protección mutua.
Me decías que te interesa el tema de las familias disfuncionales.
Crecí sin un papá y un poco me criaron mi mamá, mi abuela y siempre está en mí el tema de ser diferente al resto. Por eso la familia me mueve mucho; es una ruleta rusa.
¿Por qué?
Porque te unen lazos de sangre a gente que, a veces, piensa o es muy diferente a pesar de ser familia. Tienes que conciliar porque aprendes a amarla y aceptarla, y de eso te das cuenta cuando formas tu propia familia. Es un proceso de maduración y aceptación de uno mismo.
Te casaste con el director Jorge Carmona luego de seis años de convivencia ¿Qué los hizo esperar tanto?
El matrimonio no me parecía indispensable. Sentía que el verdadero compromiso era ser el uno para el otro. Pero llegó la madurez. Aunque primero eran mi suegra y mi mamá quienes querían esta formalidad, entendí también el poder de los rituales, de lo importante de darles una vida y un valor físico. En este caso, había amor, teníamos tres hijas y una familia linda, así que era natural querer celebrar la felicidad. El sacerdote nos permitió hacer el matrimonio que queríamos. De música pusimos rock. Todo fue muy mágico y especial.
Tus hijas nacieron por cesárea y con poco tiempo de diferencia ¿Lo planificaste así?
Fue pura pasión y amor. Vino una y luego las demás pero ahora me digo ¡qué bueno!, porque he podido volver al trabajo. Dedico tiempo a mi familia, porque es mi motor para seguir trabajando. En algún momento pensé que no, pero ahora sí.
¿Cómo es eso?
Como mamás nos engañamos; crees que eres indispensable y vas postergando tus sueños, cuando alcanzarlos es lo que más debes enseñar a los hijos. Por mi historia, como mamá me exijo para hacerlo todo bien, cuando de pronto hay que parar, disfrutar y ser feliz.
Parece que tu premisa fuera “vengo de una familia disfuncional y quiero tener una historia diferente”.
Más que hacer una historia diferente, es algo que no tenía de chica y que ahora cuido mucho. Mi mamá, después de mi padre, no tuvo una pareja estable; se quedó sola, eso está bien porque no tengo nada contra la soledad, pero me daba pena verla así. Quizá por eso busqué una familia que llenara esas carencias que tuve de chica.
Los psicólogos sostienen que uno tiende a repetir el modelo de familia.
O haces al revés, como yo. La madurez te lleva a valorar la familia que te tocó, porque aprendiste muchas cosas que te hicieron como eres. Asimismo, se trata de amistarse y valorar esa parte también.
¿Qué es lo más difícil?
Batallo para tener independencia emocional; lo hago pero sufro; me siento culpable; como mamá me digo ¡debería estar en mi casa, preparando el lonche, bañando a mis hijas!
Cuéntame sobre tu huerto familiar.
A mi esposo le encanta la tierra. Hace un año compramos un terreno en Pachacámac para tener nuestro huerto casero, sobre todo desde que comenzamos a investigar sobre la comida sana y orgánica. Es algo en lo que creemos. Ahora tenemos un invernadero de tomates orgánicos que vendemos con la marca Qumir. Es muy satisfactorio conectarse con ese ciclo de la vida, de la siembra. Es algo básico y bonito.
¿Y cómo llegas al yoga?
Primero hice teatro, pero luego me comenzó a gustar la danza, el movimiento, la performance. Era tímida. Me costaba hablar, pero descubrí que podía usar mi cuerpo como símbolo de expresión. Incluso dudé sobre dedicarme a la danza o al teatro pero, como soy de retos, yo quería sacar mi voz para ser una actriz completa. Ese interés por el cuerpo me llevó por diferentes caminos hasta llegar al yoga. Al comienzo me parecía aburrido hasta advertir que me calmaba. Todos deberíamos hacer yoga al menos 20 minutos al día. ¡Es un regalo!
¿Cómo vas a empujar tu carrera?
La verdad es que soy muy cambiante; me gustaría hacer un poco de todo e ir viendo dónde me quedo. Me gusta contar historias y mientras pueda hacerlo estaré tranquila. Pero también tengo que profundizar en algo; quizá estudiar guion. Me gusta de todo, ese es el problema: no me quedo quieta.
¿Qué te gusta de ti misma?
Cuando fluyo y disfruto de la espontaneidad, de mi lado espiritual, conectado con la naturaleza. Eso me lo enseñó mi mamá. Me decía ¡vamos a rezar! Yo pensaba que nos íbamos a la iglesia pero me pedía ir al jardín de la casa, tocar el césped y agradecer.
También has hecho terapia psicológica.
Me ayudó a usar las herramientas que necesitaba para ser funcional, como el teatro y el yoga. El teatro te permite transmutar. El arte te ayuda a comprenderte como ser humano, sin juzgarte, transformando esa locura, esa violencia y ese miedo en algo artístico que conecta con el público.
Eso se hizo evidente con “Criadero”.
Fue como el resumen de mi terapia psicológica y el yoga. Buscamos salir de la terapia para transformarla en algo artístico, válido, y teatral. Terapia por terapia tampoco sirve.
¿Crees en la suerte?
Hay que tener un poco de suerte, pero primero necesitamos ser y pensar positivo. Creo en los astros, pero dicen que el yoga puede ayudarte a revertir tus karmas y curarlos. Finalmente, es tu decisión. Uno puede tener aparentemente un destino malísimo pero con fe y voluntad podemos ir revirtiéndolo.
¿Y cómo va la relación con tu padre?
Es complicado establecer una relación con alguien que ha estado ausente por mucho tiempo. Cuando vas creciendo, ves las cosas de otra manera. Creo que con mi papá ha pasado eso; nos estamos dando una nueva oportunidad. Lo acepto como es. Ya sé que aparece y desaparece y tampoco me muero; por momentos quizá me pongo triste, pero es lo que tocó. Tampoco él tiene la culpa de si soy feliz o no. Uno está bastante grande como para atribuirle la culpa de sus problemas a sus padres. Uno tiene que volar nada más.
¿Qué eres capaz de hacer para ser feliz?
Más que hacer, dejas de hacer. Tiene que ver con la aceptación, con fluir. Hay momentos en que estás más tranquila que en otros, pero sí creo que existe esa felicidad plena conectada con la paz y la armonía. Para esa felicidad sí cruzo montañas.