Cuando era chica tenía un enamorado muy aficionado a las carreras de caballos, las corridas de toros y el fútbol. De hecho, una vez apareció emocionadísimo con dos entradas para ir al estadio a ver jugar a la Selección contra Colombia. Era su regalo de aniversario, aunque evidentemente no había pensado mucho en qué me haría feliz a mí. La verdad es que yo no encontraba fascinante ninguna de las cosas que a él le apasionaban. Pero me causaba gracia el entusiasmo que él sentía y a pesar de que casi siempre me aburría un poco, lo acompañaba y disfrutaba de verlo disfrutar.
Un día, almorzando con su familia –eran tres hijos hombres mientras ellos veían carreras de autos en televisión, su papá se dio cuenta de que yo estaba aburrida y tal vez hasta notó cierto fastidio en mí. Creo que se hacía evidente lo poco que yo entendía por qué les gustaban tanto esas cosas que yo sentía irrelevantes. Entonces, el señor se dirigió a mí y me dijo «¿Y a ti qué te gusta? ¿Cuál es tu hobby?» En ese momento me quedé fría y mi desconcierto fue grande, porque supe que no tenía una respuesta. Más allá de ir a la universidad y conversar con mis amigas, yo no tenía ninguna otra afición o interés. Y me sentí poco interesante y avergonzada.
Esa pregunta me dejó pensando días y semanas. Comencé a darle vueltas a la posibilidad de hacer algo más, pero no estaba segura de qué. ¿A qué podría dedicarle tiempo aparte de estudiar? Recordé que había fantaseado con actuar y por primera vez lo consideré una opción real. Así, entré al taller de teatro universitario de la Universidad Católica.
El teatro tocó en mí fibras muy profundas. Me despertó, me abrió una puerta para expresarme, para explorar otras formas de ser, para moverme, para jugar entre adultos jóvenes a crear e imaginar distintas realidades. Me hizo conocerme más, en mi sensibilidad y también en mi fuerza. Definitivamente, encontrar un espacio para crecer en otra área de mi vida fue enriquecedor.
Incluir en la vida una actividad distinta a nuestra profesión hace que expandamos nuestro universo, es decir, que nos conozcamos más y saboreemos otras cosas que también podemos ser y hacer. En mi caso, lo que comenzó como un juego se volvió una pasión y luego una carrera a la que me dediqué algunos años, en paralelo a mi formación como psicóloga y terapeuta. Pero para ser enriquecedor en términos personales no siempre tiene que ser así. Puede mantenerse como un hobby.
Hay personas atrapadas en trabajos agotadores que sienten no tener energía para nada más. Es posible que en efecto sus trabajos sean muy absorbentes. Sin embargo cuando uno se permite un espacio para una actividad que lo divierte, entretiene o lo motiva, la energía surge. Es más, puede ser un espacio revitalizante.
Y quienes consideren que su trabajo no es un estrés sino una pasión, también se enriquecerían de tener un espacio que los conecte consigo mismos, desde otro ángulo. Quizá incluso termine nutriendo ese trabajo que los apasiona, y le dé una mirada refrescante y creativa.
El arte es poderoso, pero no siempre esa afición que vayas a cultivar tiene que ser un arte. Este año yo me he reconectado con la natación y la pintura. Extraño la danza y volveré. Para ustedes puede ser algo que siempre estuvo pendiente y nunca se atrevieron, o tal vez probar algo desconocido. Quizá algún deporte, yoga, circo, coleccionar algo que les fascine o tener el hábito de hacer caminatas y paseos. Cualquier cosa que se les ocurra y que sientan que lo hacen por placer, sin la obligación de ser eficientes ni rentables. Simplemente cambiar el chip y atreverse a disfrutar más. ¿Por qué no?
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