La típica contradicción adolescente es querer ser originales, únicos y creativos, y al mismo tiempo no ser raros ni diferentes, sino normales. Uno de los eslóganes contemporáneos más sonados es sé tú mismo. Lo escuchamos en publicidad y nos lo aconsejamos mutuamente, pero somos fijones, de todo opinamos, cuchicheamos y rajamos. ¿Resultado? ‘¡Qué linda! Me dijo que soy igualita a tal estrella de cine’. ‘Me acepto como soy, pero qué mal tener estos kilos de más’. ‘Qué vergüenza mi celular, ya pasó de moda’, ‘Esos zapatos son comodísimos, pero no saldría con ellos porque no están de moda. Qué papelón.’ ¿Y con otras personas? ‘No me importa lo que digan los demás pero ¡Baja el volumen! No hagas roche’. ‘Si te pones eso no salgo ni a la esquina contigo’. ‘Qué va a decir la gente’. ‘Me dejas pésima’.
Son pequeñas situaciones de la vida cotidiana, pero se extienden a temas más serios donde se van sacrificando la libertad y la espontaneidad por proteger una buena imagen. Por ejemplo, frecuentar a un grupo de amigos que en realidad no te gusta, fingir que disfrutas un deporte que en realidad te aburre, comprar una casa de playa a donde va todo el mundo e invertir en seguir perteneciendo a ese circuito social, y de pronto verte atrapado en una idea de progreso que luce bien, pero que no sabes por qué, no te llena.
¿Quién es esa gente que imaginamos que nos mira y evalúa? Simone de Beauvoir, gran escritora y filósofa francesa del siglo pasado, decía que duele ser desaprobado por jueces respetados. Claro: la opinión de aquellos a quienes admiramos siempre nos va a afectar. Entonces, quizá sea útil preguntarnos ¿quiénes son esos jueces a quienes les hacemos caso? Es difícil ser inmunes a la crítica. Pero hay a quienes esto les importa un poquito y a quienes les importa demasiado.
‘Que no te importe lo que digan los demás’. Como consejo suena simple, aunque en realidad no es tan fácil. Además, está bien que te importe un poquito. Eso es entender los códigos de tu entorno. Ser cortés, quedar bien de vez en cuando con algún amigo al que no te provoca ver, prepero no quieres que se sienta olvidado, acudir al coctel con tu jefe, cuidar tu aspecto. Es saber adaptarse. No se trata tampoco de ser un bicho raro solo por dar la contra y diferenciarte. Pero sí se trata de evitar que te limites a ser principalmente lo que crees que se espera de ti. Se trata de encontrar el equilibrio entre vivir en sociedad, comulgar con tu grupo y respetar tu propio estilo.
La presión social incómoda de la que tanto se advierte a los hijos también la viven los adultos. Amigos e incluso familiares pueden ser críticos o burlones y, si nos tocan puntos vulnerables, nos pueden cohibir. Y uno mismo termina limitándose en exceso y desarrollando una manera de juzgarse bastante represora. Entonces nos llenamos de mandatos que someten nuestro ser a parecer: ‘Tengo que comportarme así, verme asá, decir este tipo de cosas, hacer este gesto, cuidar el tono y siempre quedar bien’. El riesgo es lucir como esas casas decoradas preciosas al estilo de las revistas: la casa impecable, pero sin duda más con el alma de la decoradora que de los dueños de casa.
¿Quién soy? ¿Qué es ser uno mismo? Gran pregunta. Difícil respuesta. Citando a la sabia maestra
Clodet García, “hay preguntas que no son para ser respondidas, sino para ser sostenidas en el tiempo”. Las respondes, sí pero no de manera definitiva. Y luego te la tienes que volver a plantear.
Quizá un buen punto de partida sea dar espacio a la incertidumbre. Puede ser una experiencia solitaria y que nos asuste un poco. Pero en esa búsqueda de uno mismo, ayuda más descubrir nuestras propias preguntas en lugar de responder las de otros. Ahí aparecerá la deseada originalidad.
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