Andrea Castillo
La tercera hija de Ernesto Baca y Carmen De la Colina; la niña de ojos grandes que creció en Chorrillos; la muchacha alegre y amiguera graduada de profesora en la Universidad Nacional La Cantuta en 1968; la mujer a quien no le importó preparar y vender mermeladas durante cinco años para salir a cantar cuando encontraba el espacio para expresarse; la incansable investigadora de ritmos afros en el Perú; la ganadora del premio Grammy Latino; la ex ministra de Cultura, la siempre artista auténtica, no piensa todavía en el retiro.
Si una elección hizo Susana Baca fue ser artista profesional. Cantante a tiempo completo. Y en el camino ha aprendido que la madurez llega cuando entiendes que puedes dedicarte a una sola actividad, pero muy bien hecha.
El 2015 será un año de trabajo arduo para esta dama de 70 años. «Hay varios proyectos en marcha; grabaciones por hacer y giras por emprender», nos dice con envidiable entusiasmo quien lleva más de cuatro décadas de actividad artística.
La diva afroperuana, como la llamó la revista «Rolling Stone», se eleva con la música sin despegar los pies del suelo. Susana es una diva descalza que disfruta del ambiente solaz de su nuevo hogar, en el centro poblado de Santa Bárbara, en San Luis de Cañete.
Son 150 kilómetros que la separan de la ruidosa e insufrible Lima. En su nueva residencia, ubicada a la vera de un camino de trocha, lo único audible es el rumor del mar, el canto de los pájaros y, cada cierto tiempo, el rebuznar de un asno. «¡Es una burra!», nos corrige la intérprete de «María Landó», el poema musicalizado de César Calvo que la puso en la órbita musical mundial.
Acunada por el mar, Susana tiene tiempo para cantar, bailar, cocinar y leer a sus anchas (su libro de cabecera en estos días es «La historia de la corrupción en el Perú», del fallecido Alfonso Quiroz Norris).
«En ese rincón lleno de flores está enterrada Bubulina, mi gran danesa», nos cuenta la artista ni bien cruzamos el jardín de su casa. Fue por ella que el traslado a Santa Bárbara se adelantó. «Hicimos la permuta de la casa en Chorrillos y pudimos quedarnos en el departamento que nos prestaba una amiga que reside en Estados Unidos, mientras estaban listos los nuestros, pero ese lugar no era para Bubulina y decidimos venirnos para acá».
Eso fue en febrero del 2014. Desde entonces ella y su pareja, el sociólogo boliviano Ricardo Pereira ven cómo, ladrillo a ladrillo, toma forma la primera escuela rural de música que la pareja abrirá en Santa Bárbara. También faltan algunos detalles para abrir allí mismo el Museo de la Memoria, dedicado a perennizar el aporte cultural afro, chino y andino en Cañete. Pero su prioridad es terminar el hospedaje que financiará el mantenimiento del proyecto cultural.
¿Por qué vivir en Santa Bárbara?
Es una promesa. En la ceremonia de homenaje que me hicieron en Cañete luego de ganar el premio Grammy dije: «Prometo venir acá para compartir la vida con ustedes». Además, es un lugar ideal para esta etapa de mi vida.
¿Regresas a tus raíces?
Acá hay mucha presencia de los De la Colina. Mi tatarabuela fue esclava; se llamaba Plácida. Tocaba el piano y era una experta preparando dulces. De adulta era famosa por vender sus dulces, iba de feria en feria. Mi madre me contaba que al morir fue velada en una mesa rodeada de flores. Mi padre también era de ascendencia afro, pero él procedía de Nepeña, en Chimbote. Mi mamá vivió en Barrios Altos y luego se mudó a Chorrillos. Era cocinera, no cantaba bonito ¡pero bailaba! Los fines de semana mis tías la visitaban en su casa, frente a la playa, en Agua Dulce, Chorrillos. También venían los tíos con guitarra y se armaba la fiesta.
Creciste rodeada de jarana, pero no es tu estilo musical, ¿por qué?
No sé. Pero me hubieras visto de chica, cuando llegaba la retreta de la Guardia Republicana a tocar a Chorrillos. Dejaba el juego y me iba a bailar. Era como si fuera mi trabajo. Allí surgió mi afición por la marinera, que aprendí de mis tías. En la retreta no había música negra. Pero en casa se bailaba el lingá. Mi mamá armaba un ruedo y era la jefa. ¡Era muy gracioso!
Tu padre tocaba la guitarra.
Tocaba muy bonito. Eso entristeció un poco mi infancia porque mis padres se separan cuando yo tendría unos cuatro años. Me afectó tanto que me enfermé de la piel. Mi mamá ya no sabía qué hacer y me llevó a un experto alemán. El doctor le dijo «esta niña está sufriendo, es algo psicosomático». A los 13 años se resuelve el problema de la piel y empieza el asma. No ver a mi padre fue muy fuerte para mí.
En el colegio te encantaba ser la artista.
Cantaba, bailaba, hacía teatro; recuerdo haber actuado de San Martín de Porres. ¡Era tan feliz con eso!; por bailar se me iba el hambre, el asma. Mi mamá me incentivaba; pero cuando vio que mi gusto iba en serio, dijo que mejor estudiara algo porque conocía la experiencia de amigos músicos que trabajaban en mil cosas para sobrevivir. El artista popular siempre es el mal pagado, el no reconocido y con el racismo, eso es peor.
Con Ricardo Pereira has dedicado años a recopilar ritmos afroperuanos.
Todo ese trabajo está en casetes y tenemos que digitalizarlos. En eso estamos. Son archivos de música, grabaciones de fiestas, que nos han permitido rescatar ritmos, toques de percusión, como el de la calabaza o checo. Gracias al historiador Luis Rocca, grabamos en Zaña (Chiclayo) a Tana Urbina, de 91 años, heredero del toque de golpe de tierra, un ritmo desaparecido en el Perú. Se obtenía al voltear y tocar una calabaza partida por la mitad. Tres meses después de la grabación regresamos a Zaña con Hugo Bravo, el percusionista con quien siempre trabajo, y supimos que Tana había fallecido.
¿Te arrepientes de haber incursionado en la política?
¡No me arrepiento de nada! Por el contrario, fue muy importante para mí asumir el cargo. Hubo muchas dudas sobre mi persona y fui muy atacada. Algo feo fue esa intención de querer minimizar lo que haces. Era como decir «usted dedíquese a cocinar o cantar pero no a ser ministra». Pero creo haber hecho muchas cosas importantes en mi vida y tener la experiencia para trabajar en ello. Todo lo que hice fue correcto y honesto. Trabajé para poner la cultura en primer orden y no como algo secundario, porque hasta ahora en el Estado no se sabe la importancia de invertir en cultura.
¿Asumirías otro cargo público?
No. Solo si me invitara un presidente como José Mujica.
¿De qué te sientes orgullosa?
De haber logrado que la música peruana se escuche en el mundo entero; de pasar por los escenarios más importantes y de haber cantado allí la música que hago. Yo canto poesía.
¿Qué o quién te inspira?
Ricardo Pereira. Trabajamos juntos, es mi cómplice hace 30 años y un soporte para llegar a donde estoy ahora.
¿Alguna vez te dieron un consejo muy apreciado?
La China Zorrilla [Concepción Matilde Zorrilla de San Martín Muñoz, famosa actriz, comediante y directora uruguaya] me dijo algo muy importante acerca de cómo asumes tu papel de artista. Y es que no puedes variarlo según la gente que tengas al frente. Es un compromiso; aunque soportes soledades, no ser escuchada o que se te critique sin sentido constructivo. ¡No importa a quién tengas al frente, tú tienes que sentir y decir tu verdad! Eso me dijo.
¿Admiras a alguna mujer?
Aprecio a muchas, pero cuando me eligieron ministra, una mujer me llama por teléfono y me dice: «Susana, te deseo todo el éxito del mundo porque es necesario que tengamos éxito; iré a tu casa para hablarte de la interculturalidad, de lo que tu ministerio tendrá que asumir, como la reglamentación de la Ley de la Consulta Previa». Esa mujer es Beatriz Merino. Ella estuvo entre las personas que presentaron nuestro reciente libro “El amargo camino de la caña dulce”.
¿Te consideras exitosa?
¡Soy exitosa! Estoy en un pueblo como Santa Bárbara, la gente me conoce, quiere tomarse fotos conmigo, me abraza, me dicen cosas bonitas o me gritan ¡Gracias por lo que haces por el Perú!
¿Cuál es tu mejor recuerdo de la niñez?
Creo que estaba en el andador cuando escuché a mi padre tocar la guitarra; pasaba de un vals a una marinera, y de una marinera a un vals, y yo seguía el ritmo. Es un recuerdo muy hermoso de cómo la música me tocaba en el fondo de mi ser.
¿Cuál es el recuerdo más triste?
No ser escogida para ser parte del grupo de danza del colegio. Solo comprendí lo sucedido más tarde, entre los 12 y 13 años. Entendí que eso fue racismo.
¿Qué te indigna?
La impunidad, y hay mucha en nuestro país. Es como una norma.
¿Pensaste en la maternidad?
Fue una elección. Es muy difícil para una artista ser madre. Mi mayor interés era la música y desarrollar una carrera como artista, y eso, en sí, ya es bastante. ¿Juntar las dos cosas?, no. Cuando eres joven crees que puedes hacer todo a la vez; la madurez te llega cuando entiendes que puedes dedicarte a una actividad y hacerla muy bien.
¿Qué ha significado para ti ingresar a la edad madura?
Ver la vida. No es tan fácil vivir. Pones atención sobre las cosas que no debes repetir. La madurez es eso, entender tus limitaciones, lo que eres y lo que puedes.
Alguna vez has dicho que cantar te libera.
Cantar y bailar liberan mi alma. Por eso siempre le propongo a la gente que así no sepa cantar, que lo haga porque te conecta con tu interior y entregas tu espíritu. Eso me hace libre.