Verónica Linares: "Esa bruja es tu jefa"
Verónica Linares: "Esa bruja es tu jefa"
Redacción EC

La primera vez que pisé una sala de redacción tenía 21 años. Era el sábado 2 de enero, allá por 1998. Cuando el profesor que me convocó para hacer prácticas preprofesionales me dijo que me esperaba en canal 7 un sábado a las ocho de la mañana, casi me da un infarto. En ese entonces tenía como dogma no abrir los ojos antes de las 11 de la mañana y menos aun luego de la juerga del Año Nuevo. ¡Cómo cambian las cosas!

Recuerdo el tapizón rojo que cubría toda el área de prensa. Gente caminando de un lado al otro, todos en jeans, había gritos, risas, mucha bulla. Me encantó. El televisor y la radio estaban a todo volumen, así como el scanner, un aparato que capta las comunicaciones por radio de la policía y los bomberos. «Para llegar antes que todos», me explicó el jefe de reporteros o de informaciones, al que llamaban «Chucky».

Cuando empiezas a trabajar es como si recién empezaras a vivir. Cuando estudias, estás con gente de tu edad que andan en lo mismo y tienes la ayuda de tus profesores y familia. En la chamba, debes enfrentarte sola al mundo.

Al inicio, parece que en el periodismo existe un trato horizontal a los reporteros sin importar  género, porque hombres o mujeres cubren todo tipo de noticias: desalojos, operativos policiales, huaycos, asesinatos, conferencias de prensa, actividades en el Congreso, Palacio de Gobierno.

Pero, por dentro, es lo mismo que en todas partes. Las mejores seguimos siendo blanco de bromas sexuales y comentarios irónicos sobre nuestro ciclo hormonal. Imaginen que conocí a reporteras por sus apodos antes que por sus nombres. Uno que recuerdo (y que puede escribirse aquí) era: «La microfonista». No creo haga falta explicar la procedencia de aquel vulgar sobrenombre que hacía referencia al micro y a la habilidad que ella supuestamente tenía para manejarlo. Por si acaso no soy una cucufata, me encanta la chacota, bromear, hablar de sexo. Incluso confieso que a veces me excedo en ponerle sobrenombre a la gente.

Disfruto que me los pongan, pero nada que denigre.

El colega al que le decían «Chuky» en el canal del Estado me decía «Piraña». Según él porque era (o tal vez soy) ‘chiquita’ y peleona. La chapa se extendió a todos los medios. Hace unos días, la asesora de un ministro, que me conoció en ese momento, gritó: «¡hola, ‘Piraña’!». Estaba frente a su jefe y los tres estallamos en risa. Para mí, eso no tiene nada de malo, pero querer bajarle la llanta a una mujer con algún tema sexual es denigrante.

He tenido muchas jefas en estos años de periodista: productoras, directoras, jefas de  informaciones y gerentas. Todas alguna vez –sin saberlo– han recibido puyazos de ese calibre: está histérica porque el marido la dejó, es ansiosa porque su esposo no la ‘sabe engreír’. Está  malhumorada porque no tiene un buen ‘micrófono’. Ni le hablen porque está ‘en esos días’.

Así que entiendo aunque no justifico que algunas jefas se comporten como unas verdaderas brujas, porque creen que así se harán respetar. Cómo no van a estar a la defensiva. Antes de asumir el liderazgo, seguro escucharon (si no es que utilizaron) ‘esa machona’ para vengarse de su jefa porque tomó una decisión que no le gustó. Es un círculo vicioso. Conozco a jefas que al contrario, se excedieron en bondad y se dejaron pisar por temor al rechazo. Su gestión fue desastrosa e intrascendente.

Así que ¿sabes qué? igual van a hablar de ti y lo único que queda es seguir trabajando eficientemente y ser como eres. Demuéstrales a ellos –pero sobre todo a ti misma– por qué eres la jefa.

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