Los políticos andan zambullidos en una guerra sin cuartel sobre el futuro del ministro de Educación. Tal vez para cuando leas esta columna ya tengamos a un nuevo encargado del sector o quizá el presidente de la República siga tomándose un tiempo -como hizo con el de Defensa- para encontrar un reemplazo.
De repente la mayoría parlamentaria solo quiso agarrar de piñata al ministro por haber trabajado también en el gobierno anterior y le perdonó la vida, justo antes de lanzarlo al precipicio.
Lo único cierto es que mientras ellos estaban enfrascados en insultos en el pleno del Congreso; a kilómetros de distancia en Chiclayo, era enterrada una niña de 11 años que murió desangrada como consecuencia de un aborto practicado a los seis meses de embarazo.
Las primeras investigaciones apuntan a que su primo Marcio Núñez de 18 años la violó y su madre –tía de la niña- intentó deshacerse del bebe que llevaba en el vientre. La Policía asegura que encontró en la casa donde todos vivían sábanas con restos de sangre, así como recibos de medicinas, aunque no descartan que la mujer le haya dado a la menor hierbas abortivas.
Kiara quedó huérfana de madre a los ocho años. Antes de morir, la familia se puso de acuerdo para que viva con el hermano de la madre. Como los tíos no tenían una hija mujer y el padre viajaba mucho prefirieron que Kiara no viva con su hermana mayor sino en casa del tío Nicanor. Tres años después este señor, su esposa y su hijo mayor están detenidos y Kiara en un ataúd bajo tierra, mientras se resuelve un pedido de exhumación para determinar si antes de morir desangrada fue golpeada brutalmente.
Hace unos días, la profesora de Kiara contaba que era una niña extrovertida, inteligente y aplicada. Estaba sentada en su salón junto a sus compañeros que rezaban por ella. Entonces imaginé a la niña riendo, dando respuestas divertidas a sus maestros. Y por dentro angustiada y deseando que las horas no pasen para no volver al infierno, a la casa donde su propia familia la dejó.
Reviso uno y otro periódico en mi búsqueda desesperada de querer encontrar a alguien desmintiendo alguno de los capítulos de horror que le tocó vivir a esta pequeña, pero hasta ahora solo confirmo el abandono en el que estaba. De pronto, me choco con su rostro en una gigantografía que vecinos y familiares habían hecho para protestar en la puerta del Ministerio Público. Piden que se incluyan en la denuncia a Marcio Núñez, el presunto violador y a la madre de este, Bertha Criollo, quien la habría obligado a abortar. Kiara lleva una vincha blanca que resalta su prominente frente, unas perlas blancas adornan sus orejas y una sonrisa discreta intentan ocultar su tristeza.
¿Dónde diablos estábamos todos cuándo esta niña de 11 años nos necesitaba?
Entonces vuelvo a la discusión política del momento y me parece tan absurda, tan banal, tan bizantina. ¿Si cambiamos de Ministro no tendremos más casos como el de Kiara? ¿Si el Presidente se enfrenta con todo al Congreso se acabarán las violaciones a niñas?
Han pasado seis meses de las elecciones presidenciales y seguimos con un país dividido. Y como solo queremos pelear, no se puede debatir con seriedad ningún tema.
¿Si aprobamos la despenalización del aborto en casos de violación, Kiara estaría viva, con su violador en casa? ¿Si marchamos contra el currículo escolar que habla de igualdad de género, Kiara le hubiera contado a alguien que su primo la violaba? ¿Si cambiamos el modelo económico, los padres de Kiara no la hubieran dejado -como si se tratara de una cosa que se hereda- con su tío?
Por favor: necesitamos que dejen de enfrentarse y miren de frente al país, pues mientras ustedes se sacan los ojos, otras Kiara siguen abandonadas a su suerte. ¿No se dan cuenta? ¡Maldita sea!