La atractiva felicidad: Sonríe, te estamos filmando
La atractiva felicidad: Sonríe, te estamos filmando
Redacción EC

Laura Zaferson

Cuando nacemos, lo primero que nos piden es que nos echemos a llorar. Esta será la única vez en nuestra vida en la que el llanto será una prueba física de que tenemos ganas de vivir. El resto del tiempo, el mundo va a demandarnos que sonriamos bien grande para que nos crean que todo está bien. No es una exageración. Cuando le preguntamos a Google por qué es tan importante sonreír, recibimos 164 millones de respuestas que se dividen entre estudios médicos con beneficios para el cerebro, publicidades de clínicas dentales con promociones 2x1, blogs de belleza con decálogos cosméticos y una sorprendente cantidad de power points con fotos de gatitos y bebes. Juntos o por separado, estos resultados nos llevan a suponer que a caballo regalado no se le mira el diente pero al humano promedio sí.

La felicidad obligatoria solía ser un asunto de ciencia ficción: en 1932 Aldous Huxley publica «Un mundo feliz» (Publimexi, 2010), una novela satírica de corte futurista, donde se propone la idea de un Estado que vigila incluso la manera como la gente se siente. Sentirse mal no estaba permitido en aquel escenario. En 1975 Michel Foucault escribe el ensayo «Vigilar y castigar» (Siglo Veintiuno Editores, 1980), y propone que para ser aceptados en una sociedad, se nos imponen conductas uniformes, por ejemplo, sonreír como prueba de que somos felices. En opinión de la antropóloga Gabriela Sialer, lo que dicen ambos autores está hoy más que vigente: si aspiras a ser un miembro funcional dentro del sistema social, debes demostrar o al menos aparentar que estás ‘bien de la cabeza’, es decir que somos normales y no representamos una amenaza para los demás. Una forma ‘fácil’ de hacerlo es mantener una bella sonrisa la mayor cantidad de tiempo posible. Como en los concursos de besos que no toman en cuenta el sentimiento, la pasión o la técnica, sino la resistencia de los participantes.

Nos ha pasado a todos. A Gisela Valcárcel cuando se cruza con una cámara de televisión, a Woody Allen cuando hace de Alvy Singer en «Annie Hall» y se pregunta cuánto tiempo más tendrá que sonreír para parecer normal, y a cualesquiera de nosotras cuando vamos a encontrarnos con alguien con quien potencialmente podríamos desarrollar un vínculo sentimental. Supongamos que hay un chico en un bar con opción de levantarse a Miss Venezuela o a otra chica hermosa, pero con gesto de Maléfica. Más fácil es hablarle a la aspirante a reina. Maléfica posiblemente tendrá que esperar a que el chico se tome varias cervezas. Esta obligación por mostrar la sonrisa se hace más evidente si nos ceñimos al género femenino, ya que cuando vemos a un hombre serio suponemos que está concentrado o pensando en algo, pero si la que está seria es la mujer, las primeras ideas que nos llegan a la cabeza son que está enojada, triste, maquinando alguna forma de venganza contra los hombres, o en el más machista de los casos, que se trata de todas las anteriores porque seguro que está con la regla.

¿Por qué diablos es tan importante sonreír, sobre todo cuando eres mujer? Porque a pesar de los tiempos que vivimos, seguimos arrastrando herencias del siglo pasado, donde las mujeres eran bonitos adornos que cuidaban la casa. Por eso, aun siendo profesionales exitosas, guardamos en el inconsciente una vocación de florero que debe exhibir siempre su lindura para seducir. El asunto en el campo laboral se complica cuando sonreír es parte de la descripción del puesto o – más común- un parámetro para medir nuestro desempeño. Lo peor es que los dientes ya no alcanzan. Lo sabe Tyra Banks, ex supermodelo y creadora del reality «America’s Next Top Model», que entrena a sus participantes para que aprendan a sonreír con los ojos. Es cierto que una sonrisa abre puertas amicales, amorosas e incluso laborales, pero esa puerta se mantiene abierta y nos da acceso a toda la casa cuando sonreír no es un mecanismo o un formato sino un gesto genuino y espontáneo.

Resulta que la sonrisa falsa, la misma de las publicidades engañosas y las consuegras que se odian pero jamás lo admitirían, también es contagiosa: ahora inundamos nuestras redes sociales con escaparates dentales que no se cree nadie y que más bien parecen homenajes al gato drogado que sale en «Alicia en el país de las maravillas” de Tim Burton. ¿Por qué nos enfocamos en parecer felices y no en tratar de serlo? Porque el ‘selfie’ sonriente –con tu escote si estás soltera o con tu chico de turno, si tus sonrisas prefabricadas funcionaron– es más fácil que observar nuestro interior y hacer los ajustes del caso para tratar de ser felices de verdad.

Yo desconfío de la gente que sonríe todo el tiempo y por eso creo que debemos alejarnos de esa práctica. Tal vez así nuestras conquistas –de cualquier índole- serían más duraderas. También creo que haríamos bien en aprender un poco de la Monalisa: cada año 10 millones de personas hacen cola para verla en el Louvre. La suya es una discreta, pero muy auténtica sonrisa. 

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