Carlos se pregunta a menudo cuándo fue la primera vez de Claudia. Flavia siente curiosidad por saber cómo le decía Alberto a su ex de cariño, o qué tan bien se llevaba ella con la mamá de él. Daniel quiere saber si Mónica alguna vez le sacó la vuelta a su ex, Marcos. Y Tito sospecha a veces de que Silvia alguna vez tuvo algo con su mejor amigo. ¿Tu pareja te ha preguntado cosas íntimas sobre tu pasado? ¿Tú has querido saber qué ha hecho él, o con quién, y quizá algunos detalles de esos encuentros? Somos curiosos por naturaleza. Pero podemos estar jugando con fuego, ya que esas conversaciones pueden enriquecer una relación, pero también lastimarla.
A veces nos encontramos en el dilema de contar o no contar, preguntar o no preguntar. Sin duda, una relación ideal es aquella donde ambos se sientan libres de ser transparentes y compartir en pareja abiertamente. Por ejemplo, es lindo conversar largamente sobre los sitios a los que siempre hemos deseado viajar, nuestras aspiraciones de ascender en el trabajo o de ser madres, o incluso fantasías eróticas que alimenten la vida sexual. También reír juntos sobre cualquier cosa sin temor a hacer el ridículo, desde admitir lo mucho que nos divierte una película tonta, hasta recordar papelones del pasado que nos sonrojan, pero que resultan graciosos. A veces, hace bien hablar de cosas difíciles como nuestros temores, inseguridades o de experiencias duras del pasado (con nuestras familias o con antiguas parejas), o alguna maldad o trapito sucio que queremos compartirlo en absoluta complicidad. Sí. Queremos poder mostrarnos, conocernos y aceptarnos plenamente el uno al otro tal cual somos.
Pero contarlo todo no nace siempre de un impulso libre y espontáneo, sino que a veces surge por un sentimiento de culpa o por una exigencia de la pareja, que más bien parece fruncir y censurar a la defensiva. Y de pronto te encuentras en el banquito de los acusados, jurando decir ‘la verdad y nada más que la verdad’. Eso no es un sano compartir, sino una suerte de rendición obligatoria de cuentas sobre el pasado, como quien espera la sentencia de un juez.
¿Por qué sucede esto? ¿Es una fantasía de control? ¿Una forma de sentir que conocemos tanto a la pareja que poseemos hasta sus secretos? ¿O será al revés, que contarlo todo es una forma de poner a prueba su amor para ver si nos aceptan por completo? Hay una fina línea entre sinceridad y confesión y otra entre privacidad y secreto. Hay quienes se sienten más libres de saber que no ocultan nada. Y, por supuesto, que tenemos derecho a compartir lo que queramos con quien queramos. Pero no es una obligación. Y no contarlo todo no significa mentir, hacer trampa ni amar menos. Quien pregunta y presiona demasiado, trae al medio de la pareja los recuerdos del pasado. Y quien responde demasiado no toma en cuenta que esas imágenes se ilustran en la mente de la pareja. ¿Quieres que tu pareja repase escenas de ti y tu ex en la intimidad?
Mostrar de dónde venimos ayuda a entender quiénes somos y nos puede acercar al otro. Pero no hace falta contarlo todo. Es posible hacer un pacto: ‘quiero que sepas que hay cosas que no sabes’ o ‘hay cosas que prefiero no saber’. Y respetar la privacidad del otro y aceptar que hubo un momento en el que no éramos parte de su vida.
Cada una de esas cartas, travesuras, anécdotas, besos y recuerdos son nuestra historia y merecen ser guardados con cuidado en un lugar especial. Pero la nueva relación no necesita vivir a la sombra de las anteriores. Mejor construirla con el presente, para que haya espacio de amueblarla de experiencias nuevas en el futuro.
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