Laura Zaferson
Hay maneras biológicas de demostrar que somos únicos: el iris de los ojos, la planta de los pies o las yemas de los dedos. Sin embargo, cuando se trata de nuestras capacidades, cuesta un poco más demostrar que somos especiales, sobre todo en términos profesionales donde, buscando ser competitivos, le imprimimos adjetivos y especialidades fuera de lo común a lo que hacemos. Es así como nacen la infinidad de expertos que vemos hoy en el mercado: experto en nutrición crudivegana, experto en terapia física bajo el agua, experto en cata de cacao orgánico, y entre muchos más, encontramos uno bastante cotizado: experto en las buenas relaciones de pareja.
El CV de Joan Garriga anota que es licenciado en Psicología por la Universidad de Barcelona, constelador familiar y que lleva casi 15 años impartiendo talleres a parejas y publicando libros sobre el amor. Un tema que a veces pueden ser temblorosamente apasionado y otras tantas portar el filo de la navaja más ruin. Si Garriga escribiera su biografía anotaría varias parejas de larga duración, dos matrimonios, dos divorcios y varios compromisos que han dejado en él huellas de diferente intensidad. Hoy en día, está felizmente involucrado en una relación que define como abierta y donde lo que más le gusta es la incertidumbre de no saber hasta cuándo va a durar.
¿Tiene el fundador del Instituto Gestalt de Barcelona autoridad para llamarse a sí mismo un experto en el amor de pareja? Considerando su muy diversificada vida amorosa, llegué a entrevistarlo creyendo que no, pero convencida también de que así, heridas de guerra incluidas, era mucho más interesante oírlo. Sobre todo por lo que él mismo comenta en la introducción de su libro «El buen amor en la pareja»: uno enseña con gusto sobre aquello que aún necesita procesar y aprender. Es decir, cuando se trata de amar, creo que los consejos más elocuentes probablemente los vamos a obtener de las personas que se han equivocado más. Con la salvedad de que equivocarse mucho no es lo mismo que cometer con necedad los mismos errores.
UNA MALA NOTICIA Y UNA SOLUCIÓN
Este tipo de diferencias nos procura transmitir Garriga en lo que escribe y conversa: intentar, fallar y aprender de ese proceso. Dejar en el camino lo que no suma y recoger lo que sí nos aporta para invertirlo en nuestro siguiente intento por gestionar un buen amor de pareja. Sin embargo, antes de imbuirse en cómo conducir una relación feliz, el psicólogo catalán que en sus talleres y terapias practica las constelaciones familiares y la programación neurolingüística, primero se dedica a hacer un deslinde de la principal responsabilidad que solemos imprimirle a nuestros potenciales compañeros amorosos: queremos que ellos nos hagan felices. En los primeros capítulos de su libro, el autor nos dice algo que podría sonar ciertamente desolador: nadie puede hacernos felices.
Esta sentencia, más que llamar al lamento colectivo, lo que intenta es hacernos tomar la rienda de eso que queremos tanto: la felicidad. ¿Y qué es la felicidad en opinión de Garriga? Es un proceso enteramente personal. Cuando lo comprendemos así, estamos más preparadas para involucrarnos con alguien y con más chances de triunfar en la empresa amorosa próspera que todas buscamos.
Bueno, la felicidad es un estado, entonces. ¿Y cómo se logra? Cuando hemos aceptado por igual nuestras virtudes y defectos, cuando hemos perdonado lo que nuestros padres nos dieron en exceso y lo que nos quedaron debiendo, cuando hemos entendido que los errores son experiencias y no estigmas y, sobre todo, cuando rompemos nuestra propia inercia para soltar la vida «que nos ha tocado» y la cambiamos por la vida que queremos elegir. Solo así podemos mantener el estado feliz y proyectarlo.
O sea, el primer aprendizaje es que el amor de pareja no nos asegura el bienestar ni la felicidad ni la dicha. De hecho, hay muchas parejas que se quieren muchísimo y sin embargo son tremendamente infelices, en gran medida porque sienten que «el amor no alcanza». Efectivamente. El amor no alcanza si es que antes de amar al otro no tenemos terminada la tarea de amarnos a nosotros mismos. Lo cual nos lleva al segundo aprendizaje: el amor es algo que nos brota y que no podemos controlar. Lo que sí podemos manejar mejor es nuestra expectativa con respecto a lo que queremos.
¿Buscamos a alguien que nos complete? Partimos mal. Si bien es cierto que es muy estimulante tener en nuestras vidas un compañero que nos ayude en lo que no podemos, nos proteja del frío y que nos llene todos los espacios pendientes, debemos tener claro que, aunque nuestra pareja presente o futura pueda hacer mucho por nosotros, no es que deba ni que tenga que pensar que existe una obligación. Eso termina por hacer que el amor se agote.
Ahora, no se trata de ser un independiente crónico, que no permite que nadie le haga nada, no, sino de incorporar a nuestros pensamientos una novedad: para llegar a ser plural primero hay que ser plenamente singular. Por eso, mientras más invirtamos en conocernos, aceptarnos y amarnos, mientras más convencidos estemos de que nosotros somos nuestro primer amor, más cerca estaremos de abandonar la nómina de los solteros y de estar preparados para el siguiente amor: el que disfrutaremos con nuestra pareja, el que será nuestro verdadero buen amor.