Algo que me gusta del periodismo es que te permite conocer a la persona más allá del uniforme, la corbata o el maquillaje. Los momentos previos a una entrevista son fundamentales: fuera de cámaras he visto a patanes maltratando a sus esposas; a respetables entrevistados oliendo a alcohol a las 7 de mañana; a candidatos ningunear a sus hijos en un supuesto desayuno familiar.
Cuando la conocí a ella, su esposo era el protagonista de la noticia. Yo quería ver en persona al comandante rebelde que se atrevió a sublevarse al todopoderoso gobierno de turno. Camino a donde lo entrevistaría en vivo, imaginaba cómo sería este hombre que logró convencer a 57 soldados de ser los elegidos para derrocar al presidente que hoy está tras las rejas. ¿Será serio, se pondrá nervioso ante las cámaras, presentará a su esposa al aire? No era una entrevista política sino un encuentro informal con el personaje, justo antes de que viajara a una agregaduría en París.
Sobre la cita con el comandante no recuerdo con exactitud todos los detalles, porque han pasado casi 14 años. Pero guardo en mi memoria datos que hoy resultan anecdóticos. La entrevista fue en
Surco, en casa de sus padres. Estaba acompañado de su esposa y si bien se respiraba unión familiar, ella no destacó. Todo giraba en torno a él. Ella era mucho más joven, tenía 24 años. Se apoyaba en su esposo y lo miraba atenta mientras él respondía a mis preguntas. Parecía tímida, pero de sonrisa dulce. Ojos vivaces que sugerían que quería saberlo todo. Habló poco pero lo hizo bien: comentó cómo hizo para conquistarla aun con 14 años mayor que ella. Al finalizar el enlace anunció que estaba embarazada. Por su actitud reservada pensé que era menor que yo. Más tarde me enteré de que somos del mismo año y signo.
En el 2006 la pareja regresó a la escena política. El protagónico seguía siendo él pero la presencia de ella era cada vez más fuerte. Una consecuencia natural del trabajo en conjunto: cuando hay un proyecto de vida compartido, si a uno le va bien, al otro también. En el 2011, las cosas cambiaron bruscamente. Ella aparentaba más madurez. Con dos hijas y un bebe en camino dirigió la campaña de su esposo. Supongo que hubo una conversación de marido y mujer para determinar que ella sería la responsable. Así hacen las parejas modernas.
Sus detractores la criticaban, pero yo la defendía. No solo por solidaridad femenina sino porque me parecía interesante que alguien joven y mujer resaltara en la política. Él despuntó en las encuestas y junto a él, su joven y activa pareja. Con jeans, besos espontáneos, palabras sencillas y fluidas, ponía nerviosa a la vieja clase política.
Todo bien hasta que él asumió la presidencia. La seguí defendiendo, a pesar de que me fastidiaba ver que dejaba sin piso al esposo. Se convirtió en un agente político que llamaba la atención y no supo manejarlo. Ahora respondía sobre temas que seguramente conocía más que su esposo, pero no era necesario hacerlo en público. Convocaba a periodistas a Palacio de Gobierno para reuniones privadas sin ser funcionaria. Respondía a los adversarios políticos, bajo el argumento de ser miembro del partido del gobierno. Comenzó a sonar más que él.
¿Merece tal cobertura? Seguro que sí. ¿Está más preparada que él? Probablemente. ¿Tiene los mensajes más claros? Sin duda. ¿Es moderna, independiente y líder política? Enhorabuena. Lo que no entiendo es por qué, a cada rato, tiene que hacerlo tan evidente. Parece que no se da cuenta –o que no le importa– que le resta autoridad a su esposo, la primera autoridad del Estado. El poder confunde. Una vez tuvimos un presidente al que le decían ‘Caballo Loco’ y ahora tenemos una primera dama que parece dejarse llevar por sus impulsos como si fuera una adolescente y no como una mujer capaz de ser la primera presidenta del Perú. Un desafío para cualquier pareja es conservar un balance, en donde cada uno alcance sus metas individuales sin anular ni dañar al otro.
Odio el machismo, lo combato a diario. Ustedes me leen todos los domingos. Pero eso no quiere decir que bajo el manto de la liberación femenina, esté de acuerdo con todo lo que hacen las mujeres poderosas. Si ella fuera un poco más astuta y menos vanidosa podría hacer lo mismo sin dejar a su esposo con una imagen de debilidad. Lo ha convertido en blanco de sobrenombres que nada tienen que ver con aquel militar que se puso los pantalones y se enfrentó a un régimen. Por si acaso, si la gente habla mal de tu esposo, a ti también te salpica. ¿Escuchaste eso de ‘dime con quién andas y te diré quién eres’?
Puedes leer la columna de Verónica Linares y más notas interesantes todos tus domingos con Semana VIÚ!