Andrés Oppenheimer

En medio de la ola de desesperanza y confusión ideológica que recorre el mundo, hay razones para ser optimistas sobre el futuro de América Latina. En mi nuevo libro, “Cómo salir del pozo”, señalo que no hay tal cosa como países que estén condenados al fracaso. Algunos de los países más exitosos del mundo, como Singapur y Corea del Sur, eran más pobres que prácticamente todas las naciones latinoamericanas hace apenas siete décadas, que no es nada en la historia del mundo. Los países, como las personas, pueden florecer más rápido de lo que muchos piensan. La receta de la prosperidad ya dejó de ser un misterio: los países que más crecen, sean del color político que sean, desde Singapur con gobiernos de derecha hasta China con un régimen comunista, son los que se insertan en la economía global, atraen inversiones, diversifican sus exportaciones, ofrecen una educación de calidad a sus jóvenes y ahorran en los años buenos para poder mantener subsidios sociales en los años malos. Todo lo demás es verso.

La nueva coyuntura mundial, por extraño que parezca, es propicia para nuestro continente. Ante las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China, hay cada vez más compañías multinacionales que quieren diversificar sus cadenas de suministros para no depender tanto de sus fábricas en China. Las grandes corporaciones, sobre todo después de ver interrumpidos sus suministros de China durante la pandemia del COVID-19, buscan mudar parte de sus fábricas de ese país a otros lugares del mundo. Y Latinoamérica ofrece una mayor cercanía al mercado estadounidense, la misma zona horaria y costos laborales que ya son iguales o más atractivos que los de China. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la región podría ganar US$78 mil millones adicionales por año si tan solo lograra reemplazar el 10% de las exportaciones chinas.

Pero hay otras ventajas a largo plazo que tiene Latinoamérica, si sabe aprovecharlas. Tenemos poblaciones más jóvenes que las de gran parte de Asia y otras regiones del mundo emergente. Esto significa que América Latina tendrá un “bono demográfico” de casi tres décadas para atraer inversiones y acelerar su desarrollo. Asimismo, la región está encontrando nuevos productos, como el litio y las energías verdes, que ayudarán a expandir su base de exportaciones. A todo esto hay que sumarle un dato importante: a pesar de que Latinoamérica representa apenas el 1,6% de las patentes de nuevos productos registradas anualmente en el mundo, en el 2021 fue la región de mayor crecimiento de ‘start-ups’ tecnológicas, según reportó la revista especializada “Crunchbase”.

Resumiendo, hay motivos para ser optimistas. Pero para que podamos convertirlos en realidad necesitamos más estabilidad y más democracia. Por suerte, a diferencia de China, la mayoría de los pueblos latinoamericanos no tolera vivir bajo sistemas totalitarios (tanto es así que hasta dictaduras como Venezuela tratan de fingir que realizan elecciones libres). Y ahí es donde la prensa libre y los periódicos independientes como El Comercio juegan un rol fundamental, denunciando a los autoritarios y a los corruptos, y apoyando las libertades fundamentales. Es una batalla que a veces parece cuesta arriba, pero que –al igual que el progreso económico– puede ser ganada.


Andrés Oppenheimer es periodista

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