Publiqué el “Decálogo del populismo” en octubre del 2005. ¿Es vigente para América Latina? Creo que contenía un diagnóstico y una profecía. El diagnóstico, el modo en que operaba, correspondía a los primeros nueve puntos; la profecía, al último.
- El populismo exalta al líder carismático.
- El populista no solo usa y abusa de la palabra; se apodera de ella.
- El populismo fabrica la verdad.
- El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos.
- El populista reparte directamente la riqueza.
- El populista alienta el odio de clases.
- El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales. El populismo apela, organiza, enardece a las masas.
- El populismo fustiga por sistema al “enemigo” exterior e interior.
- El populismo desprecia el orden legal.
- El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal.
El de Hugo Chávez en Venezuela fue un régimen populista que cumplió con las nueve premisas. Nicolás Maduro ya no necesita cumplirlas: es la encarnación de la décima proposición, una feroz dictadura. La Cuba castrista nunca tuvo la necesidad de “pasar” por el populismo: fue desde el inicio una dictadura que no se avergonzaba de serlo. El régimen de Nicaragua es una satrapía.
Chile y Brasil son regímenes democráticos sólidos. Con gobernantes de izquierda, rancia en el caso de Lula da Silva; indeterminada y sin rumbo claro, en el de Gabriel Boric. Gustavo Petro ha intentado arraigar el populismo, pero no podrá: se lo impide la tradición legal, republicana, democrática y no caudillista colombiana (tan antigua como la chilena). Ecuador ha resistido al populismo; Paraguay, tierra de “Yo el Supremo”, parece inoculado contra la dictadura. Uruguay es un sol democrático en el continente, Costa Rica también, aunque menos estable.
¿Puede hablarse de un populismo de derecha en el caso de Javier Milei en Argentina? Desde luego que no corresponde a los parámetros del decálogo, por más que se parezca en su uso del micrófono y otros excesos. Por lo demás, ha respetado el marco de las instituciones democráticas. Yo creo que se trata de un régimen popular, que corre el peligro de desvirtuar la democracia si, en un plazo razonable, no convierte sus vociferantes promesas en avances tangibles. “No me gustan los volcanes humanos” (Bernard Shaw) y desconfío de la demagogia, pero creo que en el caso argentino hay que darle tiempo: no se rehace de la noche a la mañana la economía de un país que inventó el populismo.
Tampoco me gusta en absoluto el método brutal de Nayib Bukele, por más popular que sea. Su populismo cumple lo que promete, pero ¡a qué costo! ¿Ha anunciado un programa de reinserción de los presos? El margen entre la justicia y un campo de concentración es muy tenue. Y en El Salvador se ha borrado.
Dejo a un lado a varios países de Centroamérica y el Caribe. Me detengo en los dos antiguos virreinatos, de historias paralelas.
Me atrevo a pensar que el Perú ha resistido el embate populista. No puede bajar la guardia. Debe porfiar en la constitución de un gobierno democrático estable, que reinserte al país en la modernización que se vislumbraba a principios de siglo, pero que la corrupción de los mandatarios descaminó. La prensa libre y un Poder Judicial independiente son condiciones para que esa reinserción ocurra.
México padece un régimen populista que ha cumplido puntualmente con los nueve principios del populismo y está a punto de completar el décimo, precipitándose a una dictadura más imperfecta (y corrupta) que la anterior, la del PRI. Después de todo, el PRI era una institución que compartía el poder con un presidente sexenal. Hoy México es el país de una sola voluntad y un solo hombre. Las elecciones del próximo 2 de junio decidirán nuestro destino. Si triunfa la candidata oficial Claudia Sheinbaum, hay quien cree que se desmarcará de AMLO (que la ungió). Podría ser. Veo más posible un escenario ruso, con AMLO en el papel de Vladimir Putin, y Sheinbaum en el de Dmitri Medvédev. Si triunfa Xóchitl Gálvez, AMLO se negará a reconocer los resultados y el país entrará en una zona de grave turbulencia. Sin embargo, es preferible. La joven democracia mexicana tendría mayores posibilidades de prevalecer.
América Latina no está ahora en una posición política más deteriorada que la del 2005. Por la ruta más difícil (la de la experiencia) estamos aprendiendo el valor de un orden cívico y democrático para el que la historia no nos preparó. La gran paradoja es que no estamos solos en ese predicamento. Estados Unidos, la democracia más antigua del continente, ha entrado también en esa zona crítica. Mi impresión es que tanto ellos como nosotros saldremos fortalecidos. La escuela más cruel de la democracia es la dictadura o la sombra de la tiranía. En ese tránsito, América toda está abriendo los ojos a una verdad, tan antigua como los griegos: las democracias son mortales. Hay que cuidarlas día con día.