Carmen McEvoy

Todo aniversario, como el que hoy celebra El Comercio, obliga a realizarun balance honesto del camino recorrido. El que ofrezco, a 185 años de un punto de partida que sucedió a una larga y sangrienta guerra civil, intenta iluminar un pequeño recodo, estrechamente unido a las humanidades. Porque a pesar de que el diario fundado por dos de los participantes en la mítica Batalla de Ayacucho –que este año cumple su bicentenario– estuvo asociado, desde su propio nombre, tanto a la actividad comercial como a la política, es importante recordar que existió también un espacio para el mundo de las artes, las ciencias y la filosofía. Y no podía ser de otra manera si se tiene en consideración el legado ilustrado del Perú que, en tiempos amargos como el actual, se convierte en una suerte de refugio contra esa feroz lucha por el poder que, de manera intermitente, alcanza niveles mentalmente insoportables.

Ciertamente, a lo largo de un sendero plagado de luces y de sombras, las páginas de El Comercio le otorgaron espacio a una serie de peruanos preocupados por trascender coyunturas extenuantes para construir, en medio de ellas, perspectivas novedosas, capaces de asociar a nuestro país a los grandes movimientos históricos mundiales. Y es por ello que en esta conmemoración no puede quedar fuera un verdadero constructor de la república, en el sentido institucional y de trascendencia existencial. Acá me refiero al inolvidable Racso (Óscar Miró Quesada de la Guerra), quien encarna, como Hipólito Unanue o su discípulo José Gregorio Paredes en su momento, aquella extraordinaria frase de Terencio: “Nada de lo humano me es ajeno”.

“Ver el cielo estrellado sobre mí, a mi derecha, a mi izquierda, y bajo mis pies, debe ser lo más sublime que puede contemplar el ser humano”, señaló ese gran peruano que no solo tradujo y reseñó a Albert Einstein, recibiendo del mismo una carta donde expresaba su respeto y admiración, sino quien se propuso la tarea de divulgar y socializar las humanidades, continuando con un viejo y entrañable legado. El cual no deja de sorprendernos, y que tiene a la Sociedad Amantes del País –con su extraordinario”MercurioPeruano”– como uno de sus faros más potentes no solo para el Perú, sino para toda la región. Racso vivía fascinado con los avances tecnológicos, entre ellos la cibernética, de la intensa época que le tocó vivir. Porque más allá de las brutales guerras de las que fue también testigo –pienso en la de Vietnam–, su pluma plasmó la fascinación de un peruano brillante respecto de la llegada del hombre a la Luna, un acontecimiento que lo marcó de por vida. Debido a que corroboró lo que él, como buen humanista, ya sabía. El ser humano es capaz de lo inimaginable cuando dirige su mente a la construcción y, lo que es aún más notable, a la creación de nuevas fronteras, en este caso de naturaleza universal.

Revisando el extraordinario legado de un renacentista –en el que destacan textos dedicados a la literatura, filosofía, economía, geografía, sociología, medicina, matemáticas, ética, física e incluso una joya de juventud sobre los usos terapéuticos del hipnotismo– encontré uno publicado en “El Comercio humanista”,que considero muy relevante para estos tiempos de transición, plagados de monstruos de todo calibre. En “La conquista del espacio en provecho de la vida humana”, Racso no solo celebra los avances de la ciencia, sino que propone una metodología de trabajo en equipo, que nos mueve de ese mundo del litigio permanente en el que ahora, para nuestra desventura, nos encontramos instalados.

Luego de celebrar a la filosofía como la ciencia total, y criticar la especialización que”aprisionaba la mente” privándola de un conocimiento amplio y universal, el autor de “Problemas ético-sociológicos del Perú” (1907) nos recordó que “en cada cohete, en cada satélite” se conjugaba el trabajo de una multiplicidad de hombres (y mujeres agregaremos), cuyo conocimiento debía “armonizarse” para lograr la meta alcanzada. En efecto, la era espacial, la del descubrimiento de una frontera al parecer inalcanzable y que luego del viaje del telescopio Webb –con sus miles de fotos de nidos de estrellas y aterrorizadores huecos negros que vamos descubriendo– era posible. Lo que se requería, de acuerdo con nuestro insigne ilustrado, era amor y fascinación con la vida, con la ciencia y un trabajo colectivo, en el que el respeto a la diversidad y variedad de opiniones era un elemento fundamental.

Racso apostó por la ciencia, pero por sobre todo por un viejo paradigma, al que ahora es imprescindible regresar, y que por ello es importante rescatar a los 185 años de fundación de esta casa que, con su pluma y su saber, elevó y dignificó.

Carmen McEvoy es historiadora

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