“Pronto terminaré el colegio. Voy a ser la primera de mi familia en hacerlo. Mi mamá dice que está orgullosa de mí. Me fue bien en matemáticas y quisiera seguir estudiando, pero me tengo que preparar y la academia cuesta. Mi papá dice que es mejor que ayude en la casa un tiempo. Este año ha sido difícil. Más adelante tal vez habrá dinero para pagarme los estudios.
En mi barrio las cosas se están poniendo un poco peligrosas. Salgo poco porque en las noches roban. Mi mamá me ha dicho que mejor no hable con nadie, así que aquí me quedo. Hasta han cerrado la losa que había para jugar vóley. Me da pena porque me encanta jugar vóley. Cuando regreso del colegio, la ayudo a cocinar y limpiar. Mi hermanita pequeña aún está en casa y, ahora que me gradúe, podré ayudar a cuidarla. Hemos quedado en acompañarnos con mi prima, que pronto va a tener un bebe. Tiene dos años más que yo. No me imagino cómo será ser mamá.
Cuando termine el colegio, quiero ir a conocer la playa. Queda lejos y mi papá dice que hay que tomar varios carros, pero me ha prometido que me va a llevar este verano. Casi no he salido de mi barrio, pero sé que Lima es muy grande. El Perú también –lo estudié en el colegio–, aunque mi profesor siempre se confundía con las regiones. Algún día espero poder viajar y conocer más de mi país, pero la semana pasada escuché en la tele algo que me dejó pensando. Un señor barbón dijo que el Perú no tiene futuro. Me pregunto qué significa eso para mí. Si mi país no tiene futuro, ¿yo puedo tener uno?”.
Esta es la historia de una adolescente cualquiera en la gran Lima. Una historia en la que terminar el colegio es llegar al borde de un abismo con puente solo para algunos. En la que la inseguridad limita la vida y las posibilidades de descubrir un mundo distinto. Una crianza marcada por normas de género en la que se espera que las mujeres carguemos con responsabilidades domésticas casi desde la infancia. Un día a día sin transporte público decente, sin profesores escolares a la altura, sin la mayoría de los servicios básicos necesarios para una vida digna. Una realidad en la que no hay acceso a la educación sexual integral que las mujeres necesitamos para decidir, ni tampoco al aborto seguro necesario para no trancar futuros. Un país atorado en una eterna crisis política que nos quita derechos, posibilidades y, sobre todo, futuros.
Me atrevo a decir que la gran mayoría de peruanos reconocemos que nuestros niños, niñas y adolescentes merecen tanto más de lo que hoy les ofrecemos. ¿Qué motor más fuerte que este para ponernos de acuerdo? Es hora de ejercer nuestra responsabilidad eligiendo políticos que piensen en el futuro. Que quieran construir un país en el que haya educación superior de calidad y diversos caminos para acceder a ella. En el que tengamos las condiciones para vivir sin miedo. En el que a las mujeres no se nos limite, existan servicios públicos que construyan equidad, y la estabilidad e institucionalidad política que nos permita pensar en el largo plazo. Un Perú en el que los sueños sean posibles. Por nuestros niños y niñas, nos corresponde.