Los restos de combatiente chileno que fueron hallados en las arenas de San Juan de Miraflores
Las huellas de una etapa dramática de nuestra historia han quedado enterradas en las entrañas de nuestra capital. Nos referimos a la Guerra del Pacífico. Un 27 de enero de 1963, en San Juan de Miraflores, fueron hallados los restos óseos de un combatiente chileno en perfecto estado de conservación.
En ese momento, habían pasado 82 años desde que el ejército invasor desembarcó en Lima como parte de su campaña expedicionaria. A principios de los sesenta, San Juan de Miraflores estaba poblándose, y aún existían enormes lomas y cerros deshabitados, que silenciosos guardaban insospechados vestigios de aquella guerra.
Dos niños que jugaban por esa zona decidieron cavar en busca de algún “tesoro”, y se dieron con el cadáver momificado de un sargento, que conservaba su vestimenta casi intacta.
El lugar exacto: el cerro San Juan, cerca de la urbanización del mismo nombre, según informó El Comercio en su portada.
Asustados por su hallazgo, los menores corrieron hacia el puesto de la Guardia Civil ubicado en Ciudad de Dios.
Cuando los policías llegaron al lugar del descubrimiento, confirmaron que se trataba de los restos de un miembro del ejército chileno que combatió en la Guerra del Pacífico.
Al hurgar con mayor minuciosidad, los efectivos descubrieron también parte del equipo de campaña, balas de fusil y la hoja de una bayoneta.
El sargento chileno parecía haber medido 1.80 metros de estatura, y presentaba en su pierna derecha, a la altura de la rodilla, una herida vendada, al parecer causada con bala de fusil.
Como los soldados chilenos de la época, el uniforme consistía en una polaca de paño azul con cuello y bocamanga color rojo, abotonadura metálica y en los botones se apreciaba la estrella solitaria oxidada por el tiempo.
Asimismo, en el lado izquierdo de la polaca se distinguían dos galones o distintivos color rojo.
En el cuello se hallaron adheridas a la piel las cuentas de una cadena de metal. El pantalón era blanco y presentaba manchas de sangre. En uno de los bolsillos había un pañuelo rayado de color anaranjado, también con manchas de sangre.
Calzaba botas, muy bien conservadas y cuyos tacos no presentaban un gran desgaste.
Llevaba además una camisa de color azul a cuadros con botones blancos y una trusa de color blanco, ambas de corte civil.
“De su equipo de campaña se encontró parte del correaje y portaba bayoneta, una canana de 20 cartucheras para balas de fusil y la hoja de una bayoneta, cuyos extremos están deteriorados por la acción del tiempo”, señala la información del decano.
Se notaban claramente los cabellos negros en la cabeza momificada, que estaba rodada por una pita, que posiblemente sostenía papel o trapo para protegerse del sol.
El dolor de su trágico fin se refleja en su faz, mostrando la boca entreabierta y los ojos entrecerrados; la mano derecha está en actitud de llevársela hacia la herida.
Los menores que encontraron el cadáver, Vicente, de 12 años, y Crisaldo, de 10 años; vivían con sus padres en la urbanización San Juan, a unos 20 metros del lugar del hallazgo.
Primero el cadáver fue llevado al puesto policial de Ciudad de Dios, y después trasladado a la Morgue Central de Policía de Lima, en un camión volquete.
El general Felipe de la Barra, director del Museo Histórico Militar del Perú, manifestó en aquella oportunidad que a juzgar por la vestimenta, se trataba de un sargento de Artillería al servicio del Cuartel General de las Fuerzas Expedicionarias Chilenas en la acción de San Juan, ya que en la parte interior de la polaca llevaba la inscripción “S. del C. G.”.
Por su ubicación en el campo de batalla, formaba en el ala derecha, la misma que asaltó el sector comandado por el entonces comandante Andrés Avelino Cáceres.
La disposición de los restos
El general de la Barra contó que desde 1910 no se hallaban vestigios de la batalla, y que este inesperado hallazgo constituía un verdadero problema, pues no se tenía claro el destino de los restos del soldado.
El militar opinó que no sería propio enterrarlo en la fosa común de un cementerio, ni remitirlo a un museo, porque estos solo están autorizados para conservar prendas del vestuario, equipo y armamento.
Expresó que lo más apropiado sería ponerlo a disposición de su país de origen, como un gesto de atención y confraternidad.
Intento de autopsia
Un día después del hallazgo, los médicos legistas de la Morgue Central de Policía declararon que era imposible precisar las causas de la muerte debido al estado de momificación del cadáver.
Revelaron también que en los bolsillos del uniforme encontraron un billete de a sol y dos níqueles de cinco centavos, fechados el año 1879. La edad del combatiente calculada por los médicos fue de 30 años aproximadamente.
Se presume que la muerte se debió a las heridas de bala que recibió en una de las piernas, donde se puede notar el hueso fracturado y una especie de torniquete que posiblemente él mismo se hizo con un pañuelo.
Por su parte, el embajador chileno Jorge Errázuriz solicitó instrucciones a su gobierno para pedir a las autoridades peruanas la repatriación de los restos del soldado.
El 31 de enero el Ministerio de Relaciones Exteriores procedió a autorizar la repatriación del cuerpo momificado del soldado chileno, según el doctor Alberto Wagner de Reyna, secretario general de la cancillería peruana.
El diplomático peruano manifestó que los restos del combatiente ya se encontraban a disposición de los funcionarios de la República de Chile, quienes tendrían que tramitar los requisitos legales correspondientes.
Finalmente, Errázuriz visitó la Morgue Central de Policía junto a algunos miembros de su delegación, quienes pudieron confirmar que el cuerpo momificado pertenecía a uno de los expedicionarios chilenos que había participado en la Guerra del Pacífico.