Martínez Romero era un hombre con suerte. Sus colegas le decían el “conejo”. En el Archivo de El Comercio conservamos miles de sus fotos y todas llevan un sello: calidad. Pero en esa jornada de 1971 vio la muerte de cerca. Las balas le susurraron a los oídos mientras él disparaba con su propia arma: la máquina fotográfica.
El 18 de agosto de ese año la quebradiza institucionalidad boliviana se había vuelto a derrumbar. Su verdugo respondía al nombre de Hugo Banzer, quien mediante un golpe de Estado logró deponer a otro general, Juan José Torres.
Los ecos de la crisis política rebotaron en toda América Latina, y pronto las redacciones de los principales diarios dirigieron su mirada hacia La Paz. Sin dudarlo, El Comercio decidió destinar un enviado especial hacia “la boca del lobo”, y le encomendaron la misión a uno de los mejores.
El 19 de agosto grupos insurgentes se rebelaron en Santa Cruz, a lo que el Gobierno del general Torres respondió declarando el “estado de emergencia revolucionaria”. Sin embargo, el tsunami golpista, encabezado por Banzer, se mostró imparable.
Para el 20 los rebeldes controlaban tres cuartas partes de Bolivia y la guarnición de Oruro se había sumado a la asonada. Ese mismo día, sin embargo, Torres, un hombre de izquierda, se daba un baño de popularidad ante una multitud de 50 mil personas.
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“Hoy, al mediodía, tuve –una vez más- la experiencia de lo que es estar cerca de la muerte”. Ese día 23 de agosto Martínez se dirigió hacia la Universidad de San Andrés, en La Paz, para obtener las mejores fotos del caos que abrazaba al país del altiplano.
“De repente me hallé solo frente a las puertas de la Universidad, con mis máquinas en las manos, mientras las balas silbaban por todos lados”. De pronto unos estudiantes introdujeron al fotógrafo peruano en su local. Segundos después la balacera se desencadenó contra el recinto universitario.
“La confusión fue general. Algunos trataban de ganar la salida; otros se ocultaban lo mejor que podían detrás de las paredes, en medio de los disparos y los gritos de las mujeres. Decidí salir junto con un sacerdote que iba a actuar como mediador”, contó Martínez Romero.
“Algunos estudiantes también salieron, mientras yo tomaba fotos de los muchachos que corrían y de los heridos. En ese momento un oficial me conminó a entregarle mis máquinas. Yo apenas tuve tiempo de meterme en los bolsillos algunos rollos con películas tomadas”.
El fotógrafo explica que lo obligaron a quedarse junto a un tanque durante varios minutos. Desde allí fue testigo como se disparaba contra la Universidad y contra los manifestantes. “Al cabo de una hora el oficial autorizó mi partida. Le pedí mis máquinas pero me contestó que el Ejército las había requisado. Por fortuna en el hotel había dejado una cámara: la última. Con ella sigo los acontecimientos…”, narró desde Bolivia el “conejo”.
Las fotografías de Martínez protagonizaron las portadas de El Comercio de esos días e ilustraron dramáticas páginas gráficas que mostraban la violencia, la tensión y la sensación de muerte desatada por el levantamiento militar.
Tropas bolivianas recorriendo las calles en unidades motorizadas, jóvenes saliendo con los brazos en alto de la Universidad San Andrés, civiles heridos por los disparos y comandos militares reprimiendo cualquier acto de simpatía hacia el Gobierno de Torres -que finalmente cayó-, fueron las principales escenas captadas por este gran reportero gráfico del decano.
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