1.- Nueva York: El otro MET.
Nueva York tiene dos MET. El que siempre viene a la mente es el Metropolitan Museum of Arts, pero la Metropolitan Opera se conoce con igual abreviatura. Con sede en el Lincoln Center, originalmente ocupaba un teatro sobre Broadway y tuvo a Gustav Mahler y Arturo Toscanini como jefes de orquesta.
La actual sede operística fue inaugurada en 1966 con la obra Antonio & Cleopatra de Samuel Barber, basada en una pieza de Shakespeare.
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Como todo en Nueva York, el MET es muy grande. De hecho, es el mayor teatro de ópera del mundo, con capacidad para 3800 personas (se sientan 1900 en la Opéra Garnier, 2030 en la Scala o 2600 en la mayor sala de la Sydney Opera House). El telón también es el más grande del mundo y la ingeniería detrás de los bastidores es tan sofisticada que permite armar distintas representaciones durante una misma noche.
A pesar de no tener tanta historia como los teatros italianos, la Metropolitan Opera logró realizar varias premières mundiales, incluyendo una de Puccini (Il Trittico) y destacándose entre los teatros más prestigiosos del mundo gracias a la difusión que supo conseguir. Durante décadas, se asoció con Texaco para la retransmisión por radio de grandes obras y más recientemente difunde funciones en directo vía satélite y en HD en salas de cine de numerosos países. Así logró un récord de audiencia: 165.000 espectadores en una sola función, con difusión en simultáneo desde el teatro y en salas de cine de Estados Unidos y otras ciudades del mundo.
2.- Venecia o Milán: Las eternas rivales.
Como en las grandes tragedias puestas en escena por los maestros italianos de la lírica, Venecia y Milán protagonizan una batalla artística por ser la mejor sala de Italia. Y por ende, del mundo. En menor medida otras salas de la península podrían entrar en la pelea, sobre todo el Teatro San Carlo de Nápoles, adonde se dice que asiste uno de los públicos más exigentes y conocedores del mundo.
Los tres edificios fueron construidos a fines del siglo XVIII y acompañaron la edad dorada de las grandes creaciones italianas. Sobre todo la Scala y la Fenice. El nombre de la primera, en Milán, recuerda a una iglesia que ocupaba anteriormente el solar. Fue inaugurado con una obra de Salieri y ganó en prestigio gracias a varias premières de grandes clásicos como Il Turco in Italia de Rossini y Norma de Bellini, pero sobre todo varias de las obras maestras de Verdi. Si hubiera que mencionar una sola sería Nabucco, cuyo Coro de Esclavos (Va Pensiero, el himno oficioso de Italia) simbolizaba las aspiraciones de libertad de los milaneses dominados por la Casa de Austria a mediados del siglo XIX.
En la ciudad de los canales, mientras tanto, la Fenice merece bien su nombre ya que renació varias veces de sus cenizas. La última vez fue en 2003 luego de una reconstrucción total sobre ruinas carbonizadas. Está com'era e dov'era, en el barrio de San Marco. El teatro abrió sus puertas por primera vez en 1792 con una obra ahora olvidada: I Giuochi d'Agrigento. Pero es gracias a Verdi que pudo rivalizar con la Scala. El maestro la eligió para las premières de varias de sus obras como Hernani, Rigoletto o La Traviata.
3.- París: Hogar del fantasma.
Hasta los años 90, cuando se hablaba de ópera en París no había ninguna duda sobre la sede. Todo pasaba por el Palacio Garnier, en medio del barrio que desde principios del siglo XX se conoce como "de la Ópera". Pero el plan de grandes obras del presidente François Mitterrand en la capital francesa incluía una nueva sala lírica, que fue construida en el emblemático barrio de la Bastille, sobre un costado de la plaza y al pie del ángel dorado que recuerda las Tres Gloriosas (tres jornadas revolucionarias de l830, inmortalizadas por Delacroix en La Libertad guiando al pueblo).
La Opéra Bastille, inaugurada en 1989 durante las celebraciones del Bicentenario de la Revolución Francesa, se encarga desde entonces de la programación de obras modernas y contemporáneas mientras la Opéra Garnier sigue dedicada al repertorio clásico. Sin embargo, las fallas iniciales de la maquinaria y el deterioro rápido de la fachada mantuvieron a la sala de la Bastille en un segundo plano.
La sede histórica, concebida por el arquitecto Charles Garnier, es uno de los teatros más monumentales del mundo y el más importante en Europa fuera de Italia. Napoleón III encargó su construcción y mandó arrasar casas y ensanchar calles para ir al teatro sin temer atentados. Aunque no lo pudo hacer nunca porque el edificio fue inaugurado luego de la guerra franco-prusiana y de su abdicación en 1870.
Pero lo más llamativo de la Ópera de París no es tanto su historia como la presencia de un "colchón" de agua en sus bases. Esta singularidad creó la leyenda urbana del lago subterráneo, utilizado como recurso en la intriga de la novela de Gaston Leroux El Fantasma de la Ópera. Fue un éxito editorial muy importante, declinado a lo largo del siglo XX en películas y comedias musicales. La versión de Andrew Lloyd Weber y Charles Hart es la más famosa y más vista de todas. ¿Será presentada alguna vez en la Opéra Garnier?
4.- Sydney: Un velero down-under.
El inconfundible edificio de la Ópera de Sydney es uno de los hitos de la arquitectura del siglo XX. Pero fue también el símbolo de la transformación de Australia cuando quiso dejar de ser solamente la exótica y lejana tierra del down-under (allá abajo) y de los canguros, reivindicando su estatuto de principal potencia del hemisferio sur.
Desde el momento de su inauguración, en 1973, Bennelong Point entró al mismo tiempo en el panteón de la lírica y de la arquitectura, pero su génesis fue muy anterior. Todo empezó en los años 50, cuando se pensó en construir un edificio cultural de ambición mundial: la tarea fue confiada al danés Jørn Utzon, autor del famoso diseño, unos techos triangulares cubiertos de miles de tejas blancas que hacen pensar en las velas de un barco. Hoy lo consideran en Australia como una especie de prócer, pero las crónicas de cuando se presentó el boceto muestran una realidad muy distinta. En aquellos tiempos, la muy conservadora isla-continente se mostró más que dubitativa frente al vanguardismo del diseño.
Sin embargo, la Ópera deslumbró tanto por su arquitectura como por su calidad acústica, la ingeniería detrás de sus escenarios y la programación que fue desplegando año tras año.
Si desde afuera el edificio da la impresión de estar siempre listo para zarpar, adentro se invita a otros viajes. Quienes no tienen la suerte de coincidir con una representación que les guste pueden optar por las visitas guiadas, durante las cuales es frecuente escuchar a los músicos y los artistas en pleno ensayo.
5.- Manaos: Lirismo en jungla.
Durante la Belle Époque, las últimas tendencias de Europa llegaban a América latina por barco hasta las ciudades de futuro más promisorio, como Buenos Aires. Durante un breve tiempo, Manaos también fue una de las urbes pujantes y se la conocía como "la París de la Jungla". Por lo tanto no le podía faltar un escenario y luego de muchos esfuerzos, a un costo exorbitante, se levantó el Teatro Amazonas.
Hoy es una insólita y bizarra singularidad cultural, algo así como el "unicornio de los teatros de ópera". Se construyó en plena época de la Fiebre del Caucho, cuando la extracción de ese producto creó inmensas fortunas (y tragedias) en los países amazónicos y especialmente en Brasil. Nada era imposible en esos tiempos, cuando se contrataba a los mejores artistas para representar las últimas obras europeas (aunque nunca se comprobó la presencia de Enrico Caruso, como habitualmente se comenta durante las visitas).
Como todas las fiebres, la del caucho fue muy fuerte pero finalmente pasó. Manaos se alejó poco a poco de su modelo (París, adonde las familias ricas mandaban su ropa a lavar para evitar contagiarse la fiebre amarilla) y el teatro cerró sus puertas, como símbolo de su fortuna desvanecida.
La Nación, Argentina/ GDA.