"Más allá de la coyuntura, que sí ha pesado bastante, desde antes de la primera vuelta la moneda verde ya se encontraba en valores que no se habían visto hasta entonces", señala el editor de Economía y Día1. (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Más allá de la coyuntura, que sí ha pesado bastante, desde antes de la primera vuelta la moneda verde ya se encontraba en valores que no se habían visto hasta entonces", señala el editor de Economía y Día1. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alek Brcic Bello

Esta semana mi columna encuentra un inconveniente logístico. El cierre de edición no me va a esperar hasta que lleguen los primeros resultados y los últimos sondeos daban un empate estadístico entre los dos candidatos. Por eso, escribo este texto desde el pasado con la seguridad de que, sin importar quién gane la , varios problemas seguirán aquí cuando despertemos el lunes.

El primero de ellos es que el dólar viene de semanas en que ha roto una y otra vez su máximo histórico. Nunca en los últimos 30 años la moneda estadounidense ha costado tanto como ahora. No es solo que entre abril y junio el dólar se haya fortalecido 7% frente al sol, según el banco central. Sino que, más allá de la coyuntura, que sí ha pesado bastante, desde antes de la primera vuelta la moneda verde ya se encontraba en valores que no se habían visto hasta entonces (y eso que ahí solo superaba los S/3,60).

Esto, por supuesto, ha traído consecuencias directas. Por un lado, el remesón electoral ha hecho que ninguna moneda se deprecie tanto como el sol en los últimos dos meses (según Scotiabank, la moneda peruana ha sido la más golpeada en el mundo desde la primera vuelta). Por otro lado, ya se siente el dólar caro en el bolsillo de las personas. Como informó el INEI la semana pasada, productos de la canasta básica como el pollo, el pan o los combustibles se encarecieron en mayo por el alza del tipo de cambio.

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Otro problema es la incidencia de pobreza. Según informó el instituto nacional de estadística el mes pasado, en el 2020 esta llegó al 30,1% de la población. Es decir, un incremento de casi 10 puntos porcentuales en un año. En zonas urbanas, además, la pobreza prácticamente se duplicó (pasó de 14,6% a 26%). Pensar qué hacer para enfrentarla debería estar en los primeros lugares de la lista de prioridades de cualquier autoridad, pero no se ha escuchado nada serio al respecto.

También está el tema del empleo, que no está ni remotamente cerca de haberse recuperado. Si bien la Población Económicamente Activa ha aumentado respecto a los números que se veían un año atrás, los trabajos generados son, principalmente, no adecuados. En zonas urbanas, por ejemplo, el empleo adecuado cayó en 29,3% en el 2020 mientras el subempleo aumentó en 6,1%. La solución no está solo en el empleo público, como se escuchó en los debates de las últimas semanas. Es urgente poner sobre la mesa políticas que faciliten la contratación privada.

Luego está el problema previsional. Por el lado de las AFP, con cinco retiros encima, más de cinco millones de afiliados dejarán sus fondos de pensiones vacíos (esto es casi el 70% del total de afiliados al sistema privado). Por el lado de la ONP, la insatisfacción generalizada que llevó a normas inconstitucionales en el Congreso no ha encontrado todavía una solución. Todo esto es una bomba de tiempo que estallará pronto. La reforma trabajada desde el Legislativo, lamentablemente, fue deficiente y apresurada por lo que su aprobación no arreglaría nada.

Finalmente pasó la segunda vuelta, pero junto a todo lo mencionado, surge un problema adicional. Y es que sin importar quién termine ganando cuando culmine el conteo de votos, tendremos al presidente con menor representatividad de los últimos años, a un nuevo Congreso completamente fraccionado y a un país partido en dos. Tremenda manera de recibir el bicentenario la que nos tocó.