El 60% de mujeres mayores de 35 años teme quedar desempleada
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Redacción EC

Imagine que está de viaje con su familia. Es hora del almuerzo, ven un restaurante y deciden entrar. Ya adentro descubren que está vacío. Nadie más come allí. ¿Qué harían?

Lo más probable es que salgan a buscar otro restaurante, ¿cierto? Creo que todos lo haríamos o lo hemos hecho. No nos quedamos a comer en un restaurante vacío. Incluso estamos dispuestos a esperar unos minutos por una mesa libre cuando encontramos uno con más gente y más animado, ¿verdad?

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Pero ¿por qué somos así? ¿Por qué no nos quedamos en un restaurante vacío? ¿Quizá porque, sin pensarlo mucho, asumimos que si está vacío es porque no es bueno, tiene problemas o algo le pasa? ¿Por qué no nos da confianza? 

Y por el contrario, si un restaurante está lleno de gente asumimos que su comida debe ser rica o buena. ¿Es exactamente correcto que el restaurante vacío es malo y que el lleno es bueno? Por supuesto que no, pero confiamos en nuestras percepciones y las volvemos realidades para nosotros.

Actuamos y tomamos decisiones sobre ellas sin ni siquiera pensarlo dos veces. Percepción es realidad, dicen los expertos. Lo mismo nos pasa con la gente. Por eso siempre me sorprende cuando muchos, sin darse cuenta, hablan mal de sí mismos y en ocasiones, incluso, ¡muy mal!

Existen, por ejemplo, quienes se expresan siempre negativamente de sus circunstancias buscando nuestra conmiseración por lo triste o difícil de “su situación”. En otras palabras, hablan sin parar de lo mal que les va, de su mala suerte, de cómo todo es más difícil para ellos, de cómo todo son malas experiencias, de lo duro que está el mercado, de cómo no hay oportunidades o trabajo para ellos –en fin, se presentan ante todos como un restaurante siempre vacío– con la consiguiente mala percepción que eso genera, como ya hemos visto.

Otros culpan siempre a los demás por su falta de éxito o directamente por las consecuencias de sus malas decisiones o acciones. Creen que victimizarse ante terceros es la mejor manera de justificar sus errores, frustraciones o fracasos, casi como si les hubieran puesto una pistola en la frente para decidir lo que decidieron o hacer lo que hicieron. Sin asumir sus responsabilidades, se presentan a sí mismos como seres debilitados frente a un mundo que no logran manejar.

También hay quienes afectan irremediablemente su imagen cuando se pasan la vida hablando mal de otros y lo adoptan casi como su único tema de conversación.

Peor aun, cuando hablan mal de quienes fueron o son sus jefes, colegas, parejas, amigos o familiares, con el fin de desprestigiar justamente a quienes les deberían algún tipo de lealtad o gratitud. ¿Podemos confiar en personas que, actuando así, evidencian la pequeñez de su espíritu o su falta de calidad humana y generosidad? Difícilmente.

Hablar bien de nosotros mismos no pasa por tratar de impresionar o de ser mejor que nadie. Pasa por comprender que la lealtad, la empatía, la transparencia, el positivismo y el entusiasmo que inspira y transmite energía son nuestros mejores aliados para crear un halo de éxito duradero y un mejor posicionamiento para nuestra marca personal.

Lo que decimos de nosotros mismos, de nuestras circunstancias y de los demás impacta mucho en la percepción que los otros tienen sobre nosotros, nuestras vidas y carreras. Tratar nuestra marca personal con más cuidado, respeto y cariño es ¡totalmente nuestra responsabilidad!