Redacción EC

El Perú ha caído tres puestos en la última edición del Índice de Libertad Económica que publica cada año la Heritage Foundation. Sin embargo, esta noticia no es lo más relevante que uno puede deducir de este índice respecto de nuestro país –después de todo, la caída en nuestro puntaje ha sido solo de décimas de puntos–. Lo más relevante se evidencia observando las posiciones que el Perú ha venido obteniendo en cada una de las diez categorías del índice desde que comenzó a abrir su economía a comienzos de los noventa, junto con el puntaje general que ellas le han venido dando en el ránking.

De esta observación pueden sacarse al menos tres conclusiones y una pregunta importantes.

La primera conclusión. Nunca hemos sido esa economía “neoliberal” sobre la que nos cuenta nuestra izquierda. De hecho, en los quince años de existencia que tiene el índice, jamás hemos dejado la categoría de los países “moderadamente libres” (con la excepción del primer año, cuando aún estábamos dentro del rubro de los “básicamente no libres”). De hecho, aún hoy, figuramos nueve puestos por detrás del Uruguay del presidente Mujica.

La segunda. Lo que hemos logrado en libertad –y lo que hemos logrado como fruto de ella– lo hemos obtenido en función a unas pocas variables en donde alcanzamos puntajes altos. Más concretamente, en función de solo 4 variables: “gasto gubernamental” (que mide el tamaño del gasto público como porcentaje del PBI), “libertad monetaria”(que mide la inflación y la existencia o inexistencia de controles de precios), “libertad de comercio” (que mide la presencia de barreras arancelarias o no arancelarias al comercio internacional) y “libertad fiscal” (que mide el tamaño de la presión tributaria ejercida por el Gobierno).

Y eso sin considerar que el puntaje que merecemos en una de esas variables –“libertad fiscal”– podría ser, en realidad, bastante menor al asignado: no está claro que el ránking esté considerando como “ingresos tributarios” todos esos otros cobros (como las tasas, las contribuciones, el canon, el sobrecanon y las regalías) que, sin ser técnicamente impuestos, obligan a nuestro contribuyente a transferir recursos al fisco todos los años y colocan a nuestra verdadera presión tributaria en casi 10 puntos por encima del promedio mundial calculado por el Banco Mundial.

Sea como fuese, en todas las demás categorías del índice, el Perú siempre ha tenido un puesto que va de lo “moderadamente libre” a lo (francamente) “reprimido”, pasando por lo “básicamente no libre”.

Así pues, somos solo “moderadamente libres” (y raspando, luego de muc hos años de no llegar a serlo) en lo que respecta a las restricciones que existen al movimiento interno e internacional de capitales; al peso de las regulaciones en la facilidad para abrir, operar y cerrar negocios; y al costo y la rigidez de nuestra normas laborales. Y somos “básicamente no libres” en lo relativo a la eficiencia de nuestro sistema financiero y al nivel de intervención que ejerce sobre él el Estado. Finalmente, somos una economía “reprimida” desde el punto de vista de la incertidumbre que introduce en nuestras expectativas y operaciones la corrupción, y también desde la perspectiva de la facilidad que tienen los individuos para ver sus derechos de propiedad claramente establecidos por ley y garantizados por la fuerza del Estado.

La tercera conclusión se deduce de las dos anteriores. Todo lo que la libertad económica ha logrado en estos veinte años en que la hemos tenido lo ha conseguido funcionando a medio vapor. O mejor dicho, todo lo que los peruanos hemos venido construyendo desde que nos liberaron de los amarres y controles estatales que desincentivaban nuestros esfuerzos, ahogaban nuestra productividad y castigaban nuestro emprendimiento, lo hemos logrado con los brazos aún medio amarrados. Y cuidado que este “todo” incluye logros como el haber bajado la pobreza a bastante menos de la mitad de lo que era cuando se comenzó a (semi)liberalizar nuestra economía y haber subido el ingreso per cápita nacional de US$1.500 dólares a US$6.700, aproximadamente, dando lugar al surgimiento de una nueva y cada vez más pujante clase media que está cambiando, en todos los sentidos, nuestra configuración como país y nuestras perspectivas de futuro.

Lo que nos lleva a nuestra pregunta. ¿Cuánto más podríamos lograr si el coche de nuestra economía no corriese solo con los tres caballos antes mencionados funcionando en toda su energía (buen gasto gubernamental, libertad monetaria y libertad de comercio) y con todos los demás refrenados? En otras palabras, ¿a dónde llegaríamos si en lo que toca al balance de nuestras libertades económicas los peruanos fuéramos, en lugar de “moderadamente libres”, simplemente “libres”? La respuesta parece entusiasmante y nos espera al otro lado de todas las muchas esenciales reformas que aún tenemos por hacer.