Hemos conquistado la Luna y el espacio, creado inteligencia artificial para las máquinas, dominado la ciencia y la tecnología, pero todo este conocimiento no ha podido derrumbar los mitos alrededor del cuerpo de la mujer. En el siglo XXI, tenemos las herramientas para enterarnos, por ejemplo, de que tenemos un órgano sexual que existe únicamente para producir placer, que se llama clítoris y que tiene el doble de terminaciones nerviosas que un pene. Al mismo tiempo, no se puede olvidar que, por siglos, el cuerpo de la mujer estuvo —y está— asociado solo a la reproducción, por lo que el placer sexual ha sido impensable en muchos momentos de la historia.
El misterioso encubierto
Pero de qué sirven las ocho mil terminaciones nerviosas que ayudan a alcanzar la petite mort si no se sabe de su existencia o cómo usarlo. Y hay más: en Tu vagina habla la sexóloga Isabella Magdala menciona “quince mil terminaciones nerviosas más con las que se comunica en su parte pélvica”.
El clítoris es como un iceberg de 11 centímetros en promedio (crece con la estimulación), del que solo se ve la parte más pequeña cubierta por el prepucio. Ha sido subestimado y menospreciado a lo largo del tiempo, y se lo ha llamado “botón rosa”, “perla” o “pepita” en un intento por infantilizar su poder.
Sin embargo, hubo momentos en los que cobró protagonismo en los tratados de medicina, aunque siempre asociado con la maternidad.
En el siglo II d. C., Galeno pensaba que el rol del clítoris era mantener caliente la matriz, mientras que Sorano de Éfeso (uno de los padres de la ginecología) investigó su mutilación, y la vinculó a males y enfermedades. Ya en 1559, más de medio siglo después de la llegada de Colón a América, el anatomista italiano Mateo Realdo Colombo reivindicó este órgano femenino en De re anatomica, “descubriendo” que estaba hecho exclusivamente para el goce. Esta historia es ficcionada por el escritor argentino Federico Andahazi en “El anatomista” (1997)
Alexandra Hubin y Caroline Michel narran, en el libro Entre mis labios, mi clítoris, que esto fue muy bien recibido en la época, pues se asumía que, mientras más placer sentía la mujer, era más fértil y podía ser fecundada. Esta convicción perduró hasta 1850, cuando se descubrió la ovulación y empezó el oscurantismo del clítoris. Ahí perdió su aparente utilidad y comenzó a ser moralmente castigado. Según Hubin y Michel, “se pensaba incluso que acabaría por desaparecer. Se lo consideraba una especie de apéndice: no era malo, pero estrictamente no servía para nada”.
En el siglo XX, Sigmund Freud volvió a hablar del clítoris para establecer las diferencias entre orgasmo clitoridiano y vaginal, y consideró el primero inferior al segundo. Ahora que se conoce el clítoris en toda su dimensión, se sabe que esta diferencia no existe y que siempre se trató de un solo orgasmo, el del clítoris, que, por su tamaño, abarca también la cavidad vaginal.
Para la historiadora Maria Emma Mannarelli es solo cuando los médicos reemplazan a los curas en la medicina que la mujer adquirió una categoría ontológica, dejó de ser una categoría imperfecta al margen del cuerpo de los hombres. Sin embargo, le parece preocupante encontrar información actual que siga negando el placer autónomo del clítoris equiparando el pene con la vagina, como si fueran equivalentes: “Es una forma de quitarles el placer a las mujeres y negar el clítoris. Es continuar asociando el sexo a la reproducción”, nos dice. Hoy el clítoris se reconoce independiente, pero arrastra todavía muchos prejuicios y desinformación.
Fiesta para una
Si históricamente los órganos sexuales de hombres y mujeres han sido encasillados en la función reproductiva, pensar en la satisfacción individual significa una carga de placer con culpa. Para Sandra Campó, autora de Hoy tengo ganas de mí, la masturbación es el último tabú. “En el siglo XVIII, se inicia un discurso médico que asocia la masturbación con males corporales como la pérdida de la visión o la memoria, el debilitamiento físico y la muerte. En el XIX, estos males pasan a ser mentales; entonces, la masturbación causa epilepsia, locura, discapacidad intelectual, melancolía (depresión) y el suicidio”, afirma Campó (*), quien investiga la historia de la masturbación y de la sexualidad de la mujer.
Campó dicta talleres de masturbación para mujeres en donde les enseña a conocer las partes de la vagina y a encontrar las zonas de placer en el cuerpo de cada una. “A veces me preguntan ¿cómo sé si he tenido un orgasmo? Por regla general, si preguntas eso es porque no lo has tenido nunca. La mayoría se queda al borde de la cumbre y creo que es por una cuestión psicológica antes que anatómica: crianza, religión, conservadurismo. Muchas son católicas y tienen la idea del sexo como algo sucio, que el placer es algo que solo vivencian los hombres y las mujeres no. Esto se queda en el inconsciente por más independiente que seas y las chicas viven con ese temor. Otro rasgo de las mujeres que vienen al taller es que viven para complacer y no con placer".
Aunque disparatado, es frecuente escuchar que la masturbación masculina provoca el crecimiento de pelos o callos en las manos. En el caso de las mujeres, se tenía la consigna de alejarlas todo lo posible del placer y, para ello, se crearon instrumentos espantosos como el cinturón de castidad.
Ahora suena imposible, pero hubo un tiempo en que la masturbación fue la “cura” para una “enfermedad”: la histeria. Se creía que esta estaba vinculada al útero y provocaba alteraciones psiquiátricas. El tratamiento se llamó “masaje pélvico” y creó tanta demanda que, en el siglo XIX, crearon un instrumento mecánico que lo realizara. Fue así que nacieron los vibradores, instrumentos que las mujeres pedían por catálogo. Estos vibradores son los abuelos del famoso Satisfyer y del clásico Hitachi Magic Wand, juguetes contemporáneos para el placer.
El poder de la sangre
No solo el clítoris o la masturbación femenina estuvieron bajo el yugo de la Iglesia, las creencias populares y el control del cuerpo. La menstruación también fue relacionada con lo impuro. Según la antropóloga Norma Fuller (**), para la religión cristiana, las mujeres no pueden alcanzar los niveles de pureza de los hombres. Por ejemplo, la imposibilidad de celebrar la misa es porque la menstruación las hace impuras. Y, por otro lado, se sigue creyendo que la menstruación es una enfermedad. Mariel Távara, psicóloga y gestora del proyecto feminista de educación menstrual “Somos menstruantes”, afirma que es común pensar que esa sangre es mala. “Cuando las niñas empiezan a menstruar, nos comentan que gente cercana les dice que no podrán trepar árboles como antes, y que se mantengan sentadas sin realizar actividades como jugar o saltar”.
Todavía hay mucha desinformación alrededor del cuerpo de la mujer, un problema de educación que se tiene que trabajar desde la infancia: “Creo que una sociedad en que las mujeres puedan conectar con su cuerpo desde niñas sería más libre e igualitaria; además, podríamos detectar cuando alguien nos violenta”, agrega Távara. La relación de la mujer con su cuerpo está rota todavía: el desconocimiento, la culpa o las tradiciones han generado este alejamiento. Es momento de reconciliarnos con él.
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Booktrailer de Entre mis labios, mi clítoris de Alexandra Hubin y Caroline Michel.
(*) El próximo taller de Sandra Campó se llama “Yo soy la dueña de mi placer” y será el 19 de marzo, 19:00, en Foreplay (Av. Los Conquistadores 946, San Isidro). Para inscribirse enviar solicitud a escribeleasasa@gmail.com
(**) Norma Fuller ha publicado recientemente el artículo “Los estudios de género en el Perú. Aportes desde la antropología” en Trayectorias de los estudios de género (PUCP, 2019)