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La historia oculta del clima - 2
George Simons

El clima ha sido visto, generalmente, a través de la biología y la geología; pero, visto desde la historia, se revela como el principal aliciente en la evolución de las civilizaciones. 

Érase una vez
Entre el 22.000 y el 7.000 a.C., al final de la última era glacial y el Neolítico, las condiciones de la naturaleza en la Tierra y de la vida del hombre prehistórico cambiaron abruptamente. Aumentaron considerablemente las temperaturas; desaparecieron las grandes bestias; y, al retroceder los glaciales, se abrieron grandes pasajes migratorios desde África hacia el norte, que las nuevas manadas siguieron en busca de climas más templados, incluidos los homínidos.
     En la medida que el clima se asentó, los hombres prehistóricos dejaron la vida trashumante por asentamientos estacionales. Sucedió por primera vez en Mesopotamia, al interior de la cultura Natufiense, (12.000-9.800 a.C.), y alrededor del 7.000 a.C. aparecieron los primeros cultivos a las orillas  del Tigris, del Éufrates y del Nilo. Independientemente, otros modos de sedentarización y domesticación de animales surgieron en China, India, el Sahel de África, varias ciudades de Mesoamérica y América del Sur, recuérdese Caral en Perú.
     Pascal Acot, especialista en la historia de la ecología, calcula que, con la difusión de la agricultura y la domesticación de animales, la población mundial creció de 5 millones hacia el 12.000 a.C., a 150 millones hacia el 5.000 a.C. Para entonces el hombre era ya el mayor usufructuario de la tierra, las comunidades estaban sujetas a leyes de convivencia y a instituciones. Los grandes relatos épicos orales como la Odisea y la Ilíada, por ejemplo, son transcritos al papiro, así como poesías, obras de teatro, entre otras expresiones culturales sofisticadas.  

Instigación y adecuación de altura
La historia del género humano puede leerse a la luz de su capacidad para adecuarse a las profundas variaciones climáticas. No es casualidad que el apogeo del Imperio romano coincidiera con una estabilidad climática entre los siglos I y III d.C. Los veranos cálidos, húmedos y los inviernos templados favorecieron la agricultura y la prosperidad del comercio. Pero a finales del siglo III regresaron las condiciones inestables, marcadas por largas sequías que acentuaron la deforestación por efecto de la expansión de las urbes. El Imperio se debilitó lentamente; llegaron las invasiones bárbaras a Europa; y, a finales del siglo IV, Atila y los hunos —“la vara de la furia de Dios”, según Jordanes, historiador del siglo VI— llegaron a las puertas de Roma. 
     Durante la Edad Media, entre los siglos VIII y XII, en el llamado Período Cálido Medieval, se incrementó la temperatura global y permitió a los vikingos poblar las costas de Groenlandia. En tanto, en todo el Pacífico, desde California a Chile, hubo sequías de proporciones bíblicas que en el siglo VIII desataron El Gran Niño que acabó con las ciudadelas e instituciones religiosas mochicas del norte del Perú, y cuyos estragos alcanzaron a los wari y tiahuanaco, en el sur del Perú, en Bolivia e inclusive en Chile.
     Curiosamente, el Período Cálido Medieval permitió, en los Andes peruanos, la expansión del Imperio inca; se cultivaron quinua, papas, cereales en extensas zonas agrícolas, incluso por encima de los 3.300 m s.n.m., gracias al incremento de las temperaturas y al uso de andenes, de acuerdo con un estudio liderado por Alex Chepstow-Lusty, paleobiólogo del Instituto Francés de Estudios Andinos. Los incas lograron gestionar ciudades con más población que cualquier ciudad del Renacimiento según el divulgador científico Charles C. Mann en su libro 1491: una nueva historia de las Américas antes de Colón.

Muerte y revolución
Entre los siglos XIII y XIV, aproximadamente,  sobrevino en Europa un período conocido por los climatólogos como la Pequeña Edad de Hielo. El frío arruinó los cultivos y desató entre 1315-1317 una terrible hambruna en buena parte del continente. La excesiva humedad favoreció la propagación de la peste negra, responsable de alrededor de 50 millones de muertes en menos de un lustro, según un estudio liderado por Hendrik N. Poinar de la Universidad McMaster. Además, la Pequeña Edad de Hielo incrementó las bajas en la guerra de los Treinta Años y en la primera guerra civil inglesa de 1642-1646. 
     Montesquieu escribió que el primero de todos los imperios es el clima, y esa sería la historia de la Revolución francesa: llovía intensamente en el otoño de 1787 en buena parte de Francia, el verano siguiente el granizo estropearía las regiones donde se cultivaban cereales, y la historia se repetiría en 1788 y 1789. Para el 13 de julio de 1789 no se encontrarían cereales en París, y el precio del pan alcanzaría su máximo. Al día siguiente, martes, estallaría la revolución en las calles y tomarían la prisión de la Bastilla. Poco más de 100 años después, en noviembre de 1812, el ejército de Napoleón perdería contra el invierno ruso, y finalmente contra los ingleses en Waterloo. 

Naturaleza dominada
A mediados del siglo XIX, Europa se reparte África y sus recursos naturales, café, caucho, madera, minerales, petróleo. Comienza así una nueva era en la que el hombre incide en la historia geológica de la Tierra. Se le llama Antropoceno. 
A inicios del siglo XXI se habla del comienzo de una sexta extinción (en los últimos 580 millones de años hubo cinco extinciones por causas climatológicas y cósmicas),que tiene su origen en el incremento exponencial de la población mundial, el estilo de vida consumista y los modos de producción que lo sustentan, según refiere Gerardo Ceballos, investigador del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México, en su estudio Aceleración de la pérdida de especies por causa humana: el inicio de la sexta extinción masiva.

El horror contemporáneo
El hombre contemporáneo se desconoce como parte de la biodiversidad afectada por el cambio climático. Sin embargo, desde la caída del Muro de Berlín —más adelante sucede la invasión de Kuwait, la guerra civil en Sierra Leona por los diamantes, la guerra en el Congo por el coltán, entre otros tantos conflictos en África y Medio Oriente—, queda en claro que los conflictos bélicos se ven determinados no por un choque de ideologías o por fronteras políticas, sino por la demanda y concentración de recursos naturales explotables en una región, parafraseando el libro de Michael Klare, Guerra por los  recursos naturales: el futuro escenario de los conflictos globales. En efecto, el cambio climático agudiza las tensiones sociales, los problemas económicos y las carencias existentes. 

Adecuación natural
Vistos a través de la historia, los cambios climáticos se revelan como motores de la evolución en la medida en que las civilizaciones han logrado adecuarse. A finales del 2015, en París, los países globalizados asumieron la responsabilidad del trastorno ambiental y firmaron durante la COP21 el primer acuerdo internacional con carácter vinculante. Se trata de la primera Constitución o Carta Magna Mundial que sienta las bases para crear un nuevo orden productivo sostenible.  
     Pero algunos especialistas opinan que ya es muy tarde. En los próximos 50 años la temperatura global de la Tierra aumentará 2 °C y la naturaleza dejará de comportarse tal como la conocemos y los principales ecosistemas comenzarán a colapsar alrededor del 2030. La adecuación al cambio climático es inevitable y el futuro incierto.

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