En estas últimas semanas de aislamiento social, el mundo que conocíamos —acelerado y contaminado— se ha detenido y purgado, y la naturaleza ha reclamado sus espacios. Se han visto animales salvajes en grandes ciudades, como pumas en Santiago de Chile y jabalíes en Barcelona. Diversas especies de gaviotas asombraron con su regreso a las playas de Lima y los delfines volvieron a bailar cerca de nuestra costa.
El cielo de China se ha vuelto a ver sin polución. Con las fábricas, los autos y aviones detenidos, los índices de contaminación en el mundo han disminuido en algunos casos a más de la mitad. Podríamos decir que la naturaleza no nos necesita y que el mundo podría continuar sin nosotros. El antropocentrismo que heredamos por siglos se ha visto trastocado. Pero ¿cuáles son los reales beneficios para el planeta y cuánto durarán?
Nuevos aires
El aire es uno de los principales beneficiados. Frenar las industrias, permanecer en casa, y detener la rutina de salir todos los días a la calle y subir al transporte público o propio evita la producción de gases muy contaminantes, como el dióxido de nitrógeno (NO2).
En China, Italia, Madrid y Barcelona, la contaminación ha caído considerablemente. Solo en las últimas dos ciudades se ha reducido hasta en un 40 % por debajo del límite recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Pero no solo la producción del NO2 se ha visto felizmente afectada, también otros gases como el dióxido de carbono (ligado al efecto invernadero), monóxido de carbono y metano. Son cuatro de los principales contaminantes que se han reducido gracias al confinamiento.
Según el más reciente reporte de la calidad del aire de Lima durante la cuarentena, emitido por el Ministerio del Ambiente del Perú, la concentración promedio del material particulado fino (PM2,5) —que son las partículas invisibles de polvo, hollín, cemento, cenizas y otras más que respiramos— es 58 % más baja que la concentración promedio de abril de 2017 y 55 % más baja que la concentración promedio de abril de 2019. Es un respiro profundo para la capital, acostumbrada a figurar en las listas de las más contaminadas de América del Sur, y para una ciudad que puede contabilizar 1.600 muertes prematuras al año atribuibles a la contaminación del aire, según cifras de la Municipalidad de Lima.
Los otros efectos
En relación al tráfico, la casi desaparición de contaminantes acústicos, como los ruidos de motores y bocinas, benefician nuestra salud acústica y disminuyen el estrés. En cuanto al agua, los ejemplos más visibles son la transparencia de los canales de Venecia. La ciudad que históricamente presentaba una de las tasas más altas de concentración turística luce hoy fantasmal, sin góndolas ni postales románticas. Incluso, se han visto peces en sus aguas detenidas. Lo mismo sucede en nuestro litoral: sin botes de pesca ni un flujo de embarcaciones que enturbien y contaminen las aguas, los peces aparecen en mayores cantidades, y las gaviotas y pelícanos tienen más alimento.
Respecto de la biodiversidad, Patrick Venail, director de la carrera de Ingeniería Ambiental en UTEC, comenta que, si bien las especies animales están apareciendo en lugares donde antes no podían estar, hay especies que sí dependen de las personas: “Todos los efectos no son siempre positivos. Hay especies que se han acostumbrado a la presencia humana al punto que la necesitan para subsistir. Hay lugares en Japón donde los venados habitan en la calle y requieren de la presencia del ser humano para ser alimentados. La población es tan grande que necesitan de los turistas, pero, como no los hay, deben aguantar hambre o desplazarse para buscar alimentos”, explica el experto.
La temida normalidad
Pero hay algo más que le preocupa a Venail y es el futuro, lo que coloquialmente llaman el “efecto rebote”, la respuesta al ¿qué pasará después?: “Los ambientalistas tememos que se retomen los niveles de contaminación previos a la crisis o incluso que se superen. ¿Qué va a suceder cuando las fábricas comiencen nuevamente a producir? Las industrias van a querer recuperar la producción que no tuvieron durante semanas o meses. Los consumidores van a necesitar retomar sus actividades laborales y desplazarse, y vamos a aumentar nuestro consumo. Por ahora estamos consumiendo lo estrictamente necesario, pero estamos acostumbrados a consumir lo que no necesitamos y eso requiere una producción mayor”.
Es probable que regresar a la normalidad destruya lo ganado hasta hoy, sin darnos cuenta de que esa normalidad anhelada es la que nos está arruinando. Ahora que hemos visto que sí es posible disminuir los índices de contaminación, el verdadero reto de la sociedad y los Gobiernos radica en mantener esa tendencia. Pero ¿cómo?
Para la ministra del Ambiente, Fabiola Muñoz, será muy difícil mantener las cifras actuales porque tendríamos que estar en una cuarentena permanente. Sin embargo, afirma que sí es posible disminuir los niveles tradicionales encontrando un equilibrio entre los seres humanos y en los espacios que compartimos con los otros seres del planeta.
Para ello —comenta— está trabajando de la mano de los ministerios de Transporte, Economía, y Energía y Minas, para la promoción del uso de la electromovilidad y movilidad con gas natural tanto en el sector público como privado. Y, para que las industrias utilicen gas natural, paneles solares y energía eólica. “Inclusive, en el sur, tenemos la posibilidad de usar energía geotérmica que todavía no hemos aprovechado”, nos refiere la ministra.
No olvidar el cambio climático
Por razones obvias, la atención mundial se encuentra enfocada en la lucha contra el coronavirus; sin embargo, no debe olvidarse que continúan los problemas medioambientales. El cambio climático no se ha detenido, los bosques se siguen incendiando y son depredados, la biodiversidad continúa muriendo y extinguiéndose, y la falta de acceso al agua potable es más notoria. A esto se debe prestar atención, ya que “son efectos que no se ven en el día a día y no nos sentimos amenazados directamente, pero, cuando lleguen, van a ser mucho más difíciles de contrarrestar que el coronavirus. Y las consecuencias serán irreversibles”, advierte Patrick Venail.
Y esta misma preocupación tiene la ministra Muñoz: “Estamos viendo el impacto del coronavirus en la vida humana, que nos está enrostrando la cantidad de muertos que genera una pandemia de este tipo, pero el cambio climático puede generar un daño aún mayor que el COVID-19”, reflexiona, y asegura que la agenda de reactivación económica del país está alineada con la agenda del cambio climático.
Seguir el modelo de las plantas
Las personas somos conscientes de que estamos destruyendo el planeta con un modelo económico consumista y de poca sensibilidad ecológica. Vivimos un presente acelerado que se ha construido bajo “el hechizo de la revolución industrial”. Así llama Jorge López-Dóriga, director ejecutivo de Comunicaciones y Sostenibilidad del grupo Aje, al panorama de prosperidad que comenzó a dibujarse hace 150 años. “Esto que parecía tan bonito ha depredado nuestra biodiversidad y provocado el calentamiento global. ¿De dónde venía esta revolución industrial? De Europa y Estados Unidos, y después, con la revolución tecnológica, se propagó a China y el sudeste asiático. Es un modelo que viene de fuera”, nos cuenta y plantea un modelo económico más local, sostenible, circular y con recursos propios: el de la revolución natural.
Este modelo puede desarrollarse en lugares biodiversos como el Perú con productos naturales, superalimentos (como la palta o avena) y superfrutos (como el camu-camu y el aguaje). “En lugar de seguir mirando hacia afuera, mirémonos a nosotros mismos porque tenemos los ingredientes para poder empujar esta nueva etapa de la humanidad”, enfatiza López-Dóriga, convencido de que el futuro de la conservación del planeta se encuentra en dejar de vernos como consumidores y asumirnos más humanos. López-Dóriga nos comenta que están promoviendo el consumo de los superfrutos camu-camu y el aguaje, ambos sumamente nutritivos y recolectados por las comunidades amazónicas. El modelo que utilizan cumple un un protocolo que consiste en recolectar solo en áreas protegidas, capacitar a las comunidades para subir a las palmeras, crear un modelo sostenido que todos puedan replicar para que también queden frutos para los animales y su reproducción. Siempre en coordinación con el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp). Es una economía circular.
Pero también hay otro modelo por seguir: la jardinería y la horticultura, un acercamiento a las plantas y convivir con ellas como propone el antropólogo y filósofo español Santiago Beruete: “Las plantas poblaban la Tierra muchos millones de años antes de que nosotros irrumpiéramos en escena. Y si no somos capaces de frenar la degradación de la biosfera, no tardarán en colonizar las ruinas de nuestra civilización como si tal cosa, lo cual daría un sentido nuevo a uno de nuestros mitos fundacionales: la expulsión del Paraíso. La jardinería y la horticultura deben dejar de ser el símbolo por excelencia de la dominación de los humanos sobre la Tierra para convertirse en la guía de una nueva forma de pensar nuestra relación con el planeta”, nos dice desde España el autor de Jardinosofía y Verdolatría. “Los jardines y los huertos nos permiten imaginar un futuro diferente del que parecemos condenados. Celebran una relación con la Tierra no fundada en la rapiña y el consumo desenfrenado de los recursos sino en el conocimiento, el cuidado y el respeto. La vieja máxima filosófica “vivir conforme a la naturaleza” cobra actualidad en nuestros días. Debemos aprender a conciliar las necesidades de la civilización humana con el cuidado del jardín planetario”.
Beruete nos señala que la inteligencia vegetal jugará un rol decisivo en el diseño de ese futuro “postantropocéntrico”: el futuro en el que ojalá la naturaleza vuelva a tener la importancia que merece y las personas dejemos de contemplarnos como el centro del universo.
La importancia de las plantas
Le preguntamos al filósofo Santiago Beruete sobre la importancia de estar en contacto con las plantas durante el aislamiento, cultivarlas y verlas crecer. Nos respondió:
“Cultivar nos reconecta vital y espiritualmente con la tierra que pisamos, favorece la concentración en el presente, el diálogo con un mismo y la paz interior. Todo el que se haya afanado por transformar un trozo de tierra en un vergel sabe que cultivar requiere grandes dosis de paciencia, no menos perseverancia y, por supuesto, gratitud, humildad y serenidad, todas ellas virtudes imprescindibles para tener una buena vida. Se podría decir de la experiencia del jardín y el huerto, lo que Epicuro escribió de la filosofía: contribuye a la salud del cuerpo y del alma.
Los seres humanos siempre hemos ajardinado nuestros sueños, hemos engalanado con flores y árboles nuestras ideas de una buena vida, como si no pudiéramos vislumbrar la dicha sin el verdor de las plantas. Si decoramos los espacios habitados con flores, hierbas aromáticas y árboles de toda clase, tal vez sea porque estos despiertan en nuestro interior el vago recuerdo del Paraíso perdido. En su presencia, nos invade una atávica sensación de seguridad, pues obtenemos del reino vegetal cuanto necesitamos para nuestra supervivencia.
Si el de jardinero es el oficio más antiguo del mundo, es porque, desde sus orígenes, los seres humanos, llevados por la añoranza del Edén o el deseo de una sociedad mejor, han cultivado las plantas mientras se dejaban cultivar por ellas.
Cualquiera que haya cuidado de un jardín familiar, un huerto comunitario o, simplemente, de una terraza o un balcón con maceteros y jardineras ha aprendido a respetar los ritmos de la naturaleza, a obedecer los ciclos de las estaciones, a aceptar que hay un momento para podar y otro para abonar, un momento para sembrar y otro para trasplantar. Ha tenido, en definitiva, la profunda experiencia de no estar solo y de ser insignificante, de interdependencia con todo lo viviente y de humilde aceptación de que la realidad es como es. De acuerdo con mi experiencia, nada se opone más a la impaciencia consumista que cuidar de una planta o un jardín. El sencillo gesto de cultivar se torna liberador, casi subversivo, justamente a causa de su simplicidad en un mundo abrumado por el estrés y asediado por la insatisfacción. Uno no nace, sino que se hace jardinero, adoptando una forma respetuosa, consecuente y honesta de tratar con la naturaleza y de estar en el mundo. Ralentiza tu vida, acelera tu conciencia".
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